El hombre que documentó el infierno

Uno de los documentales nominados al Oscar es Veinte días en Mariúpol, del reportero Mstyslav Chernov, de la agencia AP. Junto con el fotógrafo Evgeny Maloletka resistieron en la ciudad de Mariúpolo durante veinte días, entre febrero y marzo del 2022, durante el asedio bárbaro del ejército ruso. Fueron los únicos periodistas que se quedaron en documentar el horror. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, porque nadie más tenía acceso a ese infierno. Recomendar Veinte días en Mariúpol (lo encontrará en la plataforma Filmin) es delicado, porque es la cronología de la crueldad más extrema. Algunas escenas te obligan a apartar los ojos de la pantalla porque resulta difícil soportar imágenes tan descarnadas y de un dolor extremo para las personas que aparecen.

Mstyslav Chernov no tiene la prudencia de los informativos a la hora de seleccionar las imágenes ni decidir hacia dónde dirige su objetivo. Él es ucraniano, aquella guerra es también la suya, al igual que su miedo y el sufrimiento por su familia. Su forma de grabar lo que ocurre en Mariúpolo se caracteriza por la voracidad desesperada de documentar todo el horror posible, para que el mundo vea la realidad de la invasión rusa. Veinte días en Mariúpol tiene el ansia de transmitir la verdad aunque duela. Y el espectador es testigo de la progresiva degradación de la ciudad. En algunos momentos, la avidez informativa de Chernov es excesivamente intimidante. Siempre con la cámara en el hombro, en plano subjetivo, corre junto a gente que huye. Les hace preguntas y les insiste para que digan su nombre. Algunas, en situación de pánico, no quieren ser grabadas. También interpela a la gente con preguntas excesivamente obvias. A un hombre que entierra decenas de muertos en un boquete, le pide impaciente “¿Qué sientes en ese momento?” El hombre le dice que si habla llorará. Y él le insiste: “Sólo dime qué sientes...” En un refugio le pide a un niño aterrorizado: “¿Por qué estás triste?” Con demasiada frecuencia Chernov quiere poner palabras donde no hacen falta. Porque el espectador ya se hace cargo de la brutalidad. Las escenas de desesperación en los hospitales, de madres y padres que lloran la muerte de sus hijos en medio de un pasillo inhóspito, te dejan helado. Algunos médicos le piden que muestre las atrocidades que se encuentran en las mesas de operaciones y cómo intentan reanimar a los heridos. La voz en off de Chernov nos va dando el contexto. Lo hace muy flojito y con una entonación monótona, como si no quisiera interferir en las imágenes. Es como si pudiéramos escuchar sus pensamientos. "Mi cerebro querrá olvidar todo esto, pero mi cámara no lo permitirá". Veinte días en Mariúpol tiene la inquietud permanente de combatir el relato ruso que acusa a los ucranianos de fingir el horror y falsear a los muertos. Es un documental hecho desde un sentimiento de desesperación, desde la desazón para autentificar la realidad y de trascender. Desde el deseo de que sean miradas ajenas en todo el mundo las que confirmen la verdad más terrible. Por eso, verlo es tan doloroso para el espectador.