Roger Coma: "Tengo muchas grietas, mucho ego y busco el reconocimiento"
Actor

BarcelonaSiete años de bloqueo profesional de Roger Coma han llegado a su fin con el monólogo Esto no debería hacerlo, que representa hasta el 15 de abril en el Espacio Texas de Barcelona. A medio camino entre elstand up y la autoficción, el actor explica la anécdota de recibir el encargo de pronunciar la elegía para una tía que en el fondo no conocía y trufa aquella hora de reflexiones hilarantes sobre la diferencia entre lo que hacemos y lo que sentimos, a partir del mecanismo de fijarse mucho en un detalle hasta que ocurre un pequeño abismo. Aprovechamos el nuevo espectáculo para repasar la trayectoria de uno de los personajes más inquietos de su generación.
El monólogo se llama Esto no debería hacerlo. ¿Qué exactamente?
— Ostras... Tiene que ver con que en la vida siempre me encuentro haciendo cosas a contrapelo. Hago muchas cosas que no debería hacer, como tanta gente, por otra parte. Y esas cosas siempre tienen una pulsión muy irónica, risible. Son ridículas y tienen que ver con protocolos que debes realizar en la vida, desde presentar unos premios a hacer un pregón a no sé dónde... No puedes decir que no, lo haces con una convicción inventada y, claro, es un terreno fértil para la comedia. Pero ese artificio me gusta mucho, porque el teatro es precisamente artificio.
¿Cuál es la última vez que te has oído ridículo?
— Me siento bastante ridículo siempre que debo hablar muy bien de la obra. Y ahora que estoy haciendo mucha promo, me siento muy ridículo muchas veces. Porque una cosa es escribir el texto en la intimidad y la otra es hablar de ello. Darle bombo, esa cosa tan antinatural, es como ir contra la Madre Tierra.
Con todas las penalidades que explicas, ¿alguna vez has maldecido el día que te decidiste a ser actor?
— No, lo más mínimo. Cada día que me levanto creo que he elegido bien mi trabajo. Si en algún momento he pensado que la medicina tiene unos efectos más inmediatos sobre la salud de la gente, enseguida recuerdo que la felicidad o la narrativa también, porque es algo atávico. Nos hemos contado historias desde siempre y todo el día lo que hacemos, en realidad, es contarnos un relato sobre lo que nos va pasando. Un relato que puede ser depresivo, o hilarante. Profesionalizar esto y tener herramientas para controlar tu propio relato es bastante sanador para la gente, ¿no?
Cuando tuviste la primera vocación no lo debías tener tan elaborado. ¿Recuerdas cuál fue el primer impulso que te llevó a la interpretación?
— Fue Joan Solana, mi profesor de castellano, que me obligó a ir a hacer Los Pastorcillos porque decía que leía muy bien en clase. Yo no quería ir de ninguna manera, porque el teatro me parecía una horterada colosal. Pero lo probé... y me sentí muy bien y eso que no había ninguno de mis amigos y, como adolescente que era, lo único que buscaba era estar con ellos todo el rato. Esto demuestra que la naturaleza de aquello era algo que me resonaba mucho. Y me fui quedando. Fui estudiando, química y cosas relacionadas con la ciencia, hasta que llegó un momento en que me di cuenta de que ya me estaba dedicando a esto. Hice las pruebas del Instituto y todo vino un poquito solo.
En el espectáculo te ríes del Como si fuera ayer y de sus tramas mínimas. Pero también defiendes los trabajos alimenticios que a menudo asumen los actores: no todo debe ser trascendente, dices, y un trabajo a veces sólo un trabajo. ¿Es el caso del serial de TV3?
— No hay trabajos que sean puramente alimenticios y otros que sean puramente espirituales. Es una cuestión de grados. El Como si fuera ayer tiene que ver mucho con la cantidad de material que se debe hacer, pero, al mismo tiempo, te permite llegar a unos lugares que al teatro o al cine no llegas. Con la cantidad de horas de vuelo, estás con una tranquilidad que esto la cámara lo percibe, y entonces exuda una vida que con el teatro es muy difícil de conseguir. Y la cámara está muy cerca. En el cine, en cambio, todo tiene otra importancia: está tratado como un altar, pero lo popular de la serie es bastante único y lo defiendo mucho. Al mismo tiempo, claro, también tiene un lado alimenticio.
Sigues el Como si fuera ayer?
— De vez en cuando hago un maratón y me pongo al día de lo que ocurre, pero no lo sigo cada tarde, no.
Lo preguntaba porque me contaban que no miras muchas series.
— Muchos, no. Ninguna. No me gusta dedicar tantas horas a nada, de hecho. Y menos ahora. Cuanto mayor me hago, más siento que la vida es tan divertida y que mirar series es una fuga o un aislamiento. Y que no lo necesito.
Uno de tus personajes más recordados es Roger Brunet, de Cerda Miseria, que tenía un lado bien oscuro. Joel Joan me contaba que tuvieron que pintarte un poco de sombra de ojos, porque, de natural, emanabas demasiada bondad.
— ¡Sí, es verdad! Y no es la única vez que me han alterado un poco la zona de los ojos, porque Lluís Pasqual, haciendo un Pinter, también me pintó unas cejas por lo mismo, porque tenía demasiado cara de buena persona.
¿Y este físico de buen niño acompaña al interior? ¿Qué porcentajes de bondad y maldad te asignarías?
— Soy una persona que siempre está inquieta, pero por dentro soy buena pasta. Y veo a mi alrededor a gente mucho más llana y buena que yo. La aceleración que tengo es algo neuronal, pero intento ser buena persona. Ahora bien, tengo muchas grietas, mucho ego y busco el reconocimiento. Pero los defectos también son aliados para el motor creativo. En el monólogo, pongo todos estos defectos. Como me da vergüenza insultar a la otra gente, pues me insulto a mí.
En mayo estarás representando Un menú cerrado, un texto de Jordi Casanovas sobre nuevas y viejas masculinidades. ¿Te consideras deconstruido en este ámbito?
— Para la época en que me ha tocado vivir, me considero bastante deconstruido. Pero, por supuesto, siempre puedes deconstruirte más. Mi madre quería tener niñas y nos educó en una sensibilidad que yo la había sufrido de adolescente. Recuerdo un par de tíos en la discoteca, cuando tenía 14 años, ahí en Banyoles, algo muy rudo. "¡Ven aquí, niña!", me decían.
En el monólogo hablas de ser actor en Cataluña. ¿Es diferente que estarlo en cualquier otro sitio?
— Voy por la vida intentando ser muy permeable, y que me interese un semáforo, un carro de la compra que se cae... Si a estas cosas tan pequeñas se les puede dar una dimensión, hilarante o mística, la que sea, pues eso me interesa mucho. Y eso de hacer proyectos para que puedan llegar al mercado latinoamericano, porque tenemos esa lengua hermana, el castellano, pues lo siento como antinaturaleza.
Podría ser simplemente lucrativo.
— Ya, pero hay una máxima divina, que me impide muy fuerte y, al mismo tiempo, me pide que cuente las historias que me han pasado a mí. Es una mierda de responsabilidad sobre el kilómetro cero. Y que el país sea pequeño y que tenga el techo bajo tiene muchas más ventajas que inconvenientes. Enseguida conoces a todo el mundo, llegas a todas las posiciones. La gente que tiene talento, o que tiene mucho empuje, llega fácilmente al lugar al que debe llegar: es un microcosmos muy controlable. Ahora nos hemos dado cuenta de que todos podemos ser ricos y debemos ser billonarios, pero esto es una chorrada.
¿No te importa el dinero?
— Me gusta tener dinero, sí, pero cuando me pongo a hacer cosas por dinero... veo que no me sale. Me importa más, cuando me pongo a trabajar, que las historias o los proyectos que hago me toquen. Si no, me siento desgraciado y por eso pienso que el dinero está en un segundo lugar, en el fondo.
¿Te sientes a contracorriente? El discurso imperante es que es necesario internacionalizarse, crecer, salir fuera.
— Siento que es una de las pocas cosas que tengo muy claras. Por tanto, no me planteo si está bien pensar esto o no. A veces, cuando estás en algún guión y no te sale, a menudo es porque son autoencargos de ideas que crees que gustarían mucho, pero que a ti no te están moviendo o no parten de una necesidad íntima o una introspección.
En Cataluña existe mucha tradición de humor físico, de parodia y de costumbrismo. Pero tu humor es más intelectual, más neurótico.
— Supongo que sí, que más me identifico con la cosa del discurso imparable del cerebro. Mi reflexión va siempre sobre el comportamiento.
¿Y lo de sobreanalizar es un mecanismo instrumental de tu comedia o por la calle también vas desmenuzando las cosas hasta reducirlas al absurdo?
— Necesito desactivar la importancia que toman las cosas y el humor es ideal para hacer esto. Tengo tendencia a darle una sobreimportancia a las cosas, así que me funciona como antídoto. Es exactamente lo de imaginarse a las personas más poderes del mundo cagando, pero a pequeña escala. Porque todos los comportamientos son risibles. El escritor suele escribir sobre recuerdos, porque son muy golosos y están cargados de valor emocional. Pero a mí me gusta ir andando y dejarme permeabilizar por la vida... hasta que aparecen ideas como si fueran setas, que es lo que me interesa.
El próximo año hará diez que hiciste una webserie pionera: Las cosas grandes. Fue un éxito de público y sólo costó 40.000 euros. ¿Recuperaste la inversión, sin embargo?
— Sí, porque la serie venía ya esponsorizada. Pero no supimos encontrar una viabilidad posterior. El teatro tiene diferentes posibilidades empresariales: puedes hacer 10 bolos o puedes hacer 200. En el audiovisual, en cambio, o te la compra una cadena y te paga lo que vale o no puedes hacerlo por menos. Fue de esas cosas que haces cuando eres joven, y que tienes mucha necesidad de contar algo o de ponerte en el mundo. ¿Era claramente un llamamiento de atención, de decir, ei, estoy haciendo esto, de acuerdo? Pero después, cuando esto no lo puedes monetizar, quedas atascado. No existe un segundo circuito alternativo del mundo del audiovisual. O quizás sí que está ahí, pero yo no la he podido encontrar.
"Cuando eres joven", has dicho. ¿Ya no te sientes? Nueve años tampoco son...
— Oh, antes no tenía hijos, y eso creo que lo hace bastante. Porque cuando no tienes hijos, tú eres el más importante del mundo. Es un tópico, pero es bastante así: tenerlos cambia la situación y altera tu propio GPS.
¿Cómo te ha cambiado la paternidad?
— ¡Para bien, infinitamente! Llegaron, además, en un momento en que yo ya tenía una carrera hecha. Podía mirar atrás y pensar "guay, he hecho bastante recorrido". Pero me siento bastante dividido. Cuando están en la escuela, siento que tengo un ansia de verlos y acompañarlos al extraescolar y, de repente, se te desactiva completamente el personaje que tenías montado. Cuando no tenía hijos empecé con la neurosis de construir una identidad permanentemente, y esto es muy enfermizo, pero tiene mucho potencial: es una infelicidad muy productiva. Ahora vivo en cambio en una felicidad... muy improductiva.
¿Han sido años difíciles, pues, profesionalmente hablando?
— Me empezó la crisis justo cuando empecé a tener hijos. Ahora tengo 3 hijos, y he pasado siete años estancado empezando proyectos que no llegaban, no avanzaban, no crecían... hasta que he hecho el monólogo y se me ha quitado un poquito el tapón. Por eso es un exorcismo de mí mismo, y hago una radiografía de este tiempo y de en qué posición geográfica de mi vida estoy.
¿Qué necesitabas recolocar?
— Realmente no soy muy consciente de lo que ha pasado. Ni de lo que me bloqueaba ni lo que me ha desbloqueado. Siento que un pedazo del camino ha sido así y que ahora estoy en otra parte del camino. Pero no sé ponerle una hiperconciencia de lo que ha sido.
¿Pero el paro fue por bloqueo o porque las circunstancias no han sido favorables?
— Ha sido un bloqueo interno, ¿eh? Que lo he acusado al hecho de tener hijos, pero simplemente tener hijos lo que ha hecho es calmarme y hacerme aceptar el bloqueo con mayor elegancia y deportividad. Pero el bloqueo era personal e interno. De no darme permiso.
En cualquier caso, tocas muchas teclas: has hecho obras de teatro, televisión, radio, cine, has escrito libros...
— Sí, pero esto son cosas antes de tener hijos. Ahora he ido haciendo cosas, pero más de encargo, contratado. Porque, aquí, generar cosas tiene mucho gasto. Por eso digo que necesitaba hacer este monólogo y que me lo debía a mí mismo. Además tenía mucha libertad para hacerlo ya que, finalmente, no me importa demasiado el juicio de lo que venga de fuera.
¿Ha habido etapas en las que sí eras más susceptible?
— Sí, al cien por cien. Mucho, mucho. A veces te puede más el juicio de lo que dirán, que la deuda contigo misma de hacerlo. Ahora se me está equilibrando.
¿Proyectos donde estarás dentro de 5 años, por ejemplo?
— Me gustaría tirar bastante de este hilo de los monólogos y también de todo el trabajo realizado con Las cosas grandes. Lo que más me gusta es la autoría, en el fondo.
Has sido uno de los guapos oficiales de la televisión en Cataluña. ¿Cómo has llevado esa posición?
— Sí, he hecho de galán muchas veces. El audiovisual pide o que seas galán o que seas muy característico y yo funcionaba de galán, pero tampoco ha sido algo que haya apretado fuerte. Ha sido más bien como una muleta, que ha ayudado, pero no la apuesta fuerte. No he necesitado hacerme infiltraciones, para entendernos. Pero ahora estoy perdiendo un poco de pelo... ¡y no sé si me gusta! Con ese rol siempre me he oído... no diría incómodo, pero bueno, lo que realmente quiero es contar historias. Y cuanto mayor me hago, más necesidad tengo de contar un punto de vista.
Haces el espectáculo con chancletas y pensé que tendría un significado. Pero alguien me explicaron que sencillamente es que siempre vas, sea agosto, sea en febrero.
— ¡Pero sí tiene un sentido! Cuando hice la propuesta de la puesta en escena, el primer día iba más elegante, con zapatos. Y alguien me dijo: "Es que no eres exactamente tú, porque tú siempre vas con chancletas". Y pensé que, al final, si este espectáculo es una radiografía irónica de lo que soy, pues debo permitirme ir como voy normalmente. O sea, con chancletas.
Por último, ¿quién te gustaría que recibiera el encargo de hacer la elegía de tu funeral? Puedes decir tres nombres.
— A Maria Nicolau le pediría que hiciese unas croquetas de asado y las presentara con un táper. Se come poco, en los entierros. El mago Lari podría hacer lo del ataúd que hacen los magos con las espadas. Y, claramente, que Tortell Poltrona dijera el Canto espiritual de Maragall, que es de los primeros textos que me aprendí.