De cuando medios de prestigio compraban las bolas de Robert Kennedy Jr.

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Poner un antivacunas como ministro de Salud, tal y como hará Donald Trump, es la imagen más precisa del delirio que se abatirá en los próximos cuatro años. Pero este artículo no lo escribo para señalar a Robert F. Kennedy Jr., que al fin y al cabo es un objetivo fácil al pertenecer a la cofradía del cucurucho de papel de plata en la cabeza, sino contra el sistema comunicativo que le ha permitido intoxicar al público con sus artículos espurios y profundamente equivocados. La revista Rolling Stone, por ejemplo, destacó una contribución suya en portada, en el 2005. vinculaba vacunas y autismo, a partir de un estudio –tramposo– que también obtuvo eco a medios prestigiosos como el New York Times o la BBC. La falsedad de las conclusiones de ese presunto análisis científico quedó establecido en breve y el estudio fue retirado del corpus científico. Pero los medios tardaron aún seis años en rectificar explícitamente toda esa faramalla.

Robert Kennedy.

La ciencia es una de las materias más difíciles de contar en prensa. Traducir al lenguaje generalista los enrevesados ​​procesos médicos es hacer funambulismo: resulta fácil caer en el abismo de la sobresimplificación, si se peca por exceso, o en la incomprensibilidad, si se peca por defecto. La aceleración de los tempos informativos hace, además, que exista presión por presentar pequeños avances como la solución definitiva a un problema. Y el sistema de revistas científicas no ayuda. Por eso los grandes medios deben elevar su estándar, y rectificar cuando la pifia es evidente, aunque haya pasado tiempo. Al final, el periodismo y la ciencia comparten la esencia: son métodos para aproximarse a la verdad. Y que incluyen equivocarse y echar atrás. Es la valentía de mirar el error de cara, algo que nunca hará Robert Kennedy Jr.

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