La Última

Salvador Alsius: “No conozco a nadie más en el mundo que lleve cincuenta años viviendo en una comuna”

Periodista, acaba de publicar el libro de memorias 'Veni, vidi, vixi'

BarcelonaAparte de ser uno de los periodistas más populares y heterodoxos de los primeros años de TV3, Salvador Alsius (Barcelona, 1948) es un pozo de sorpresas. Él compara su vida con un plato combinado con ingredientes diversos, que ahora cuenta en Veni, vidi, vixi, un libro de memorias de infancia y juventud. Alsius es hijo de una familia burguesa que vivía primero en paseo de Gràcia, en un piso con criada, y después en la Casa Vicens, de Gaudí. Se quedó huérfano a los diecisiete años y estuvo a punto de ser cura. Formado en la prensa de la Transición, cuando los periodistas eran activistas, en el 2025 hará cincuenta años que Salvador Alsius vive en una comuna.

Me han impactado tantas cosas de tu último libro, que no sé ni por dónde empezar. Estuviste muy a punto de ser cura.

— Ostras, ¿por esta tenemos que empezar? Todos tenemos un pasado y yo fui formado en una educación religiosa muy fuerte, tanto en casa como en el colegio. A los dieciocho años creí que oía la voz de Dios, la vocación religiosa, y entonces fui al noviciado de los Jesuitas y estuve allí un par de años.

Hasta el punto de que una de las últimas cosas que le dices a tu madre antes de morirse es que te harás cura.

— Sí, y la pobre mujer se fue al cielo con una alegría inmensa. Creo que no podía darle mayor satisfacción, a mi pobre madre, que ya era viuda.

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I pensaste en tu madre cuando decidiste dar marcha atrás...

— No, porque tenía muy claro que aquello no era lo que tenía que hacer en esta vida. Pasé por encima de ese recuerdo.

¿Qué pasó para que abandonases la idea de ser cura?

— Cambió el plan de estudios que tenían los Jesuitas y, de repente, saliendo del noviciado, nos dicen que vamos a vivir en un piso en Barcelona y que elijamos una carrera civil. Escogí periodismo y, una vez allí, vi el mundo por un agujero. Empecé a adiestrarme en cuestiones políticas del momento, empecé a convivir con chicas en el día a día de la escuela, que para mí era algo inédito. Fueron muchos factores que me hicieron ver que ser cura no iba conmigo.

Que en el Telenotícies de TV3 contaras cada día la vida de un santo ¿era una manera de disculparte con tu madre? "No fui cura, pero mira lo que hago".

— Nada que ver. Iba a decirte: tu quoque tienes que preguntarme por los santos? Es la cruz que me ha acompañado toda la vida y el sambenito de ser un periodista costumbrista. Es igual, tengo que agradecer a los santos del cielo que, en un momento dado, me dieran mucha proyección. Esta idea concreta me vino haciendo un stage en la primera cadena francesa, en París, en la que vi un meteorólogo que terminaba la información citando a los santos del día. Se lo comenté a Antoni Castejón, el primer hombre del tiempo de TV3, pero me dijo que no lo veía, porque bastante trabajo tenían en convencer a la gente de que la meteorología tenía una base científica. Lo acabé haciendo yo y lo que tenía que ser una guinda del Telenotícies se convirtió en un éxito que sorprendió a la propia empresa y a los compañeros de la redacción que al principio se reían.

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¿Ahora te enfada que te recuerden esto?

— Es un poquito una pose que tengo. Pero es verdad que, cuando sólo te reconocen por eso, hombre, he hecho unas cuantas cosas más en la vida...

Otra cosa que me ha sorprendido de su último libro son tus orígenes. Naciste y viviste en un piso con criada en paseo de Gràcia, frente al hotel Majestic. ¿Tú eres hijo de la burguesía catalana?

— Cuando Viena Edicions me pasó el texto de la contraportada del libro, en la que se habla de una familia de la burguesía, pensé que se habían equivocado. ¿Qué se han creído estos, decirme burgués? Para mi generación y mi contexto político, la burguesía era alguien contra quien debía irse. Pero después reflexioné sobre ello: nacido y vivido en un piso del paseo de Gràcia, haber vivido también en la Casa Vicens, del Gaudí, con un abuelo notario, un padre farmacéutico, el tío que nos adoptó, un arquitecto que se ganaba muy bien la vida... Me temo que, desde este punto de vista, estoy encuadrado en lo que se ha considerado la burguesía, pero me distancio en varios aspectos.

¿Dirías que has combatido a la burguesía en la que naciste?

— De joven, sí. Yo era un izquierdista impenitente.

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¿Ahora ya no?

— Ahora no sé si me definiría como izquierdista. Me llevarás a un terreno muy complicado. Ahora no sé dónde estoy, ni tampoco me interesa demasiado. Ahora tengo ganas de escuchar música, de leer los libros que tengo pendientes y que me dejen tranquilo.

A ti se te muere el padre cuando tenías quince años y la madre con diecisiete. Me parece increíble que una de las últimas cosas que viste de tu madre fuera el estómago.

— Éste es un episodio que relato en el libro y es de las cosas más bestias que me han pasado en la vida. Tengo que ponerle contexto: mi hermana y yo vimos la visita de la muerte a casa cuatro veces en cinco años. Los abuelos maternos, con los que también convivíamos, el padre y la madre. Y así como el padre tuvo una larga enfermedad, la madre estaba sana y, de repente, le descubrieron un cáncer de estómago. La operaron y, después de mucho rato de esperarnos, aparece el cirujano con las manos a la espalda, saca una mano y nos dice: "Miren qué cáncer tenía esta señora". En ese momento, tienes la sensación de que el suelo se hace como mullido y que estás a punto de caer redondo. Menos mal que una prima enfermera que nos acompañaba, la queridísima Maria Carme Lanao, se nos llevó y le dijo al médico: "Usted es un animal".

Otro elemento importante tuyo es la vida en común. Tú debes ser de los últimos de los años setenta que todavía viven en una comuna.

— Sí, empezamos como una especie de experimento. Éramos tres parejas, la mayoría estudiantes de sociología. Todo el mundo nos decía que duraríamos cuatro días: cuando alguien gane claramente más dinero que los demás, esto se acabará; cuando alguien tenga el primer hijo, esto se acabará. Nos iban poniendo límites y nosotros íbamos saltando los pretendidos obstáculos. El próximo año hará cincuenta años. Lo que sí puedo decir es que no conocemos a nadie en el mundo que lleve tantos años viviendo establemente en una comuna. También deberíamos hablar del concepto comuna. Que nadie piense que vamos con taparabos por casa.

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Perdona, explicas en el libro que, de los que vivían en comunas, vosotros eráis los de derechas.

— Sí, porque en los primeros años estaba la autodenominada Coordinadora de Comunes de Catalunya. Era gente que había decidido romper con todo. Manifiestos por abolir la propiedad privada, por el amor libre, muchas comunas situadas en contextos rurales... Nosotros éramos urbanitas y nos decían, con cierta socarronería, que éramos la comuna de las tres parejas. Por tanto, a veces he comentado que veníamos a ser como la extrema derecha del movimiento.

Porque eráis tres parejas y porque manteníais que cada uno tenía su pareja, no os liabáis todos con todos.

— Efectivamente. Y bueno, hemos sobrevivido.

¿Cuántos sois últimamente en la comuna?

— Somos cinco, porque de las tres parejas murió uno de los hombres hace un par de años, el mayor de todos, Quim. Y ahora soy yo el mayor de casa.

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¿Cuántos habéis llegado a ser?

— Los seis fundadores y las seis hijas que tuvimos. ¿Seis hijas? Sí, cinco chicas y un chico. Esto de la CUP de hablar en femenino, nosotros ya nos lo habíamos inventado mucho antes.

¿Cuál es el sentido último que le das a haber vivido cincuenta años en una comuna?

— Una experiencia incomparable de vida, con una gente queridísima, que ahora ya se ha convertido en una tribu de una treintena de personas. Si vienes el lunes por la tarde a casa, verás un espectáculo brutal de cariño, cariño y amor. Es el día que vienen todos los que pueden a hacer una especie de merienda-cena. Este lunes creo que seremos unos 22.

¿No habrías estado mejor con tu pareja y tus dos hijas?

— No sé. Es muy difícil saber lo que habría pasado. Yo no sé si la pareja hubiera tenido la misma supervivencia. A veces, con el periodismo, haces unos horarios extremos, no sé si nos habríamos aguantado. En casa siempre hay alguien, siempre pasan cosas, nos hemos querido mucho. También ha habido crisis, no somos espíritus celestiales. Pero cuando notabas que se estaba cargando el ambiente, llegaba alguien: "Mira qué libro he comprado". A veces, en una pareja, las puntas del mal rollo son más puntiagudas. Y después hay otro elemento, secundario, pero que merece la pena citarlo: en casa ha funcionado la economía de escala. La agregación es benéfica, desde el punto de vista del ahorro.

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¿Cuentas corrientes conjuntas o separadas?

— Absolutamente conjuntas. Tenemos una única economía. Esto te da muchas posibilidades.

¿Y las hijas, tú podías cuidar las tuyas y también las de los demás?

— Sí, sí, íbamos por turnos y te tocaba el día que te tocaba. Y el día que estabas tú de responsable, eras el que tenía la autoridad. Y si llegaba el padre respectivo a casa, no valía que les perdonase acabarse la sopa.

En el libro también hablas de tu experiencia periodística hasta llegar a TV3. ¿Cómo recuerdas los últimos años de Franco, vistos desde la prensa?

— Una de las formas de contarlo ahora es a través de la película El 47. Hay tanta gente que la ha visto, que los jóvenes pueden hacerse la idea de cómo eran las luchas en los barrios. Los periodistas, al menos los que éramos como yo, íbamos detrás de este tipo de noticias. Ésta en concreto no me tocó cubrirla, pero quizá ese día estaba en el Besós en una manifestación contra la central térmica o estaba en el Colegio de Arquitectos porque presentaban no sé qué protesta urbanística. Me lo estoy inventando, pero iba así. Nosotros éramos periodistas-activistas, absolutamente. Vivíamos en una dictadura y el periodismo debía servir para cargarnosla o para erosionarla. Es lo de L'Estaca: "Si tu l'estires fort per aquí i jo l'estiro fort per allà...".

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¿Estamos donde tú te habrías imaginado que estaríamos, cincuenta años después de la muerte de Franco?

— No, pero no tanto por el tema del catalanismo –que, en este sentido, quizás estamos un poco más lejos de lo que en ese momento habríamos podido imaginar–, sino desde el punto de vista social. Era inimaginable que el franquismo sociológico sobreviviera. Pensábamos que todo aquello quedaría barrido. Yo viví esa dicotomía de la Transición entre reforma y ruptura. Me parece que fue Jordi Pujol quien dijo que "ruptura, no, pero algo de quebradiza sí tiene que haber". Quizá el problema es que no hubo suficiente quebradiza, no hicimos suficientes pedazos de todo aquello.

Lo pruebo una última vez: ¿ahora cómo te definirías políticamente?

— Mi ideología de fondo, de fondo, es algo anarcoide. Esto todavía lo llevo un poco dentro. Que no me cabreen, que no me manden demasiado, pensar por mi cuenta y no seguir demasiado las consignas. Me considero más de izquierdas que de derechas, si eso es lo que quieres hacerme decir, pero también es cierto que me cuesta mucho identificarme con ciertas izquierdas. Un querido compañero, Jordi Barbeta, hablaba de la Internacional Papanatas, porque a veces hay cosas que dan un poco de vergüenza. En esto le doy la razón, en otras cosas, no. No siempre estoy de acuerdo con Barbeta.

Acabamos. Una canción que escuches, últimamente.

— Cualquiera de Leonard Cohen, soy un gran fan.

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Las últimas palabras son las tuyas.

— ¿Puedo decir lo que quiera? ¿Cómo los políticos, en su minuto de oro, mirando a cámara? Oye, tengo que aprovecharlo: vendo Opel Corsa.

Marta, muerta. Vendo Opel Corsa

Llega Salvador Alsius y me pide que le encaje la mano con delicadeza. Lo operaron hace unas semanas después de romperse el húmero en una caída yendo a pie, en paseo de Gràcia con Gran Via. Se ha recuperado a tiempo –eso era lo que de verdad le preocupaba– para poder irse a pasar las fiestas de Navidad a Canadá, donde vive su hija pequeña.

Cuando terminamos, tiene otra inquietud: si se entenderá "Vendo Opel Corsa", la respuesta que me da a la última pregunta de la entrevista. Y me cuenta el chiste que origina esta expresión. Un catalán va a poner una esquela por la muerte de su esposa. "Marta, muerta" es el texto que pide. Cuando le cuentan que puede añadir texto, porque el precio será el mismo, lo redondea de esta forma: "Marta, muerta. Vendo Opel Corsa".