Albert Garcia: "Seré yo y no la policía quien decida cuándo tengo que dejar mi trabajo"
BarcelonaEste jueves está previsto que se celebre el juicio contra el fotoperiodista Albert Garcia, detenido por la Policía Nacional cuando cubría para el diario El País las protestas de Vía Laietana en Barcelona contra la sentencia del 1-O. Lo acusan de atentado contra la autoridad y la Fiscalía pide dieciocho meses de prisión.
¿Cómo puede llegar a juicio una agresión a la policía cuando ninguna de las múltiples grabaciones del momento muestran nada que se le asemeje?
— Lo único que se me ocurre es que, en el momento de los hechos, la Policía Nacional no reconoce que se ha equivocado y en vez de admitir el error y dejarme en libertad sin efectos realiza un falso atentado y genera un montaje policial para justificar la detención.
¿Y una represalia? Ha cubierto muchas operaciones de orden público...
— No lo creo. O no quiero verlo así. Pienso más que la policía es así de chapucera y que está acostumbrada a tener siempre la razón. Fue una detención muy mediática, porque todo el mundo miraba con lupa lo que pasaba en la calle y más aún la detención de un periodista. Era gravísimo.
¿Cómo afronta el juicio anímicamente?
— Es un momento difícil. Pero estoy tranquilo porque sé que tengo la razón y que todo es un montaje. Demostraré que el atestado policial es totalmente falso y que se aprovechan del principio de veracidad de las fuerzas públicas para desprestigiarme. Tanto los testigos como las pruebas lo harán evidente.
El atestado policial narra tres episodios. El primero pasa a las 20.30 y lo sitúa en plaza Urquinaona, impidiendo una detención y haciendo caer un policía al suelo.
— Esto es falso. No existe esta escena: yo no estaba allí y lo podré demostrar, porque trabajaba y enviaba fotos desde otro lugar. Pero es que, a aquella hora, ¡no podía haber un policía solo en la plaza como dice el atestado! Se trataba del punto álgido de la protesta: le habrían dado una paliza.
El segundo es el de las 22.30, el que se ha podido ver con imágenes.
— Aquí ellos explican que hay un grupo de policías que está haciendo una detención y que un grupo de fotoperiodistas lo graba. Según su versión, nos piden de buenas maneras que nos apartemos porque les dificultamos la detención. Y que todo el mundo menos yo hace caso. Que lo vuelven a pedir de muy buenas maneras. Y dicen que no hago caso y que entonces empujo a un policía, le doy un golpe y que recibe lesiones en la mano.
Y su relato, en cambio, ¿cuál es?
— Cuando ya estaba todo tranquilo pasaron dos chicos por la Vía Laietana y la policía los echó. Uno de los chicos le dice algo a un agente y el policía, que no lo detiene, le empieza a pegar. Le dicen que se vaya, pero como continúan pegando porrazos y rodillazos... ¿cómo querían que se fuera? Claro, aquello no entraba en ningún protocolo policial y los periodistas que estábamos allí empezamos a grabarlo. Cuando se dan cuenta, que aquello está lleno de prensa, en un santiamén tengo a un agente a un palmo de la cara bloqueándome. Todos estábamos en línea. Yo no estaba más avanzado, como se ve claramente en las imágenes. Y, sin cortarse un pelo, me da un empujón fuerte que me desplaza hacia atrás. Yo le reprocho la actuación y él grita que le he agredido y se desencadena la detención. Me cogen por el cuello y me ahogan, como se puede oír en un vídeo, porque me quedo sin voz. En el suelo me dan un puñetazo fuerte en la cara. Y se me llevan a pie en una posición incómoda, que me impedía andar por una calle llena de piedras y objetos. Fue totalmente degradante.
El atestado también habla de una conversación que tiene un superior suyo del diario con la policía.
— Allí se dice que él ya me había advertido horas antes, en una reunión, que vestía como un manifestante violento, que me había pedido que llevara el chaleco identificativo y que explica a los agentes que yo era impetuoso y conflictivo. Aquel encuentro existe, sí, pero como explicará la persona del diario que la protagonizó los contenidos son del todo inventados y nunca dijo nada de todo eso. Más aún: él no llegó a verme aquel día. Soy freelance y me relaciono con el diario por teléfono. En fin, todo es un poco de Mortadelo y Filemón.
Si ante las cámaras de otros compañeros el trato fue humillante, supongo que dentro de la comisaría la cosa no debía de mejorar...
— Me tienen de rodillas y contra la pared con las esposas tan cerradas que me hacen mucho daño y me hichan las muñecas. Cuando me quejo, el agente que me custodiaba me dice "Ahora te las aflojo" y todavía me las cerró más. Insultos y desprecio constantes. Yo llevaba unas gafas protectoras y, desde detrás, las estira hacia adelante para tensar la goma y las suelta diciendo "Uy, perdona, ¿te he hecho daño?" Mis cámaras las tiraron al suelo, y repararlas costó unos 1.000 euros. Las gafas de ver, también al suelo. Te dejan muy claro que cada cosa que digas se te volverá en contra.
Y de Vía Laietana al complejo policial de La Verneda.
— Pero pasa una cosa, todavía en Vía Laietana. Al cabo de un rato, que no sé precisar, retiran esta custodia y vienen unos policías de paisano. Me preguntan si estoy bien y les digo que me hacen daño las esposas... y me las aflojan. Me dicen también que cambie de posición, porque aquella duele: que me siente con las piernas cruzadas y mirándoles. Entonces entiendo que algún cargo superior se ha dado cuenta del problema que tienen. Y, a partir de aquí, la custodia me la hacen estos dos agentes, diferenciada del resto de los detenidos. Ya en La Verneda, por ejemplo, me hacen esperar en el parking, solo y en un coche sin logotipar, mientras que los otros detenidos estaban amontonados en la entrada. Y me pusieron unas esposas de hilo supongo que para cubrir el expediente porque, de tan holgadas que me iban, me las podía quitar. Finalmente llega el abogado, me niego a declarar y me dejan en libertad, pasadas las cuatro de la madrugada.
¿Ha vuelto a cubrir alteraciones de orden público?
— Estuve dos semanas de baja, para recuperarme, porque emocionalmente me afectó mucho. Justo después había unas elecciones e hice aquellos últimos días de campaña electoral... Pero tres semanas después de la detención ya estaba en La Jonquera, en una nueva situación de conflicto con la policía.
¿Se notó con el freno de mano puesto?
— Durante la baja me planteé si quería continuar trabajando de esto. Pero en La Jonquera actué como siempre. En el diario siempre me han respetado mucho y me dijeron que si, a partir de entonces, no quería cubrir conflictos, que lo entenderían perfectamente. Y han asumido ellos la defensa. Se han portado bien.
¿Qué lo decidió a persistir?
— Que seré yo y no la policía quien decida cuándo tengo que dejar mi trabajo...
Llevaba brazalete pero no chaleco. ¿Por qué?
— Para estar allí, trabajando, tienes que ir identificado, de acuerdo, pero con la mínima expresión. Si no, contaminas la escena. Además, el chaleco te convierte en un blanco fácil. Que recibas un golpe de porra, en un momento dado, puede pasar, porque son situaciones muy dinámicas: estás bien colocado y, en un segundo, dejas de estarlo. Esto lo puedo entender, si es ocasional. Pero es gravísimo lo que pasó al aeropuerto, cuando compañeros míos recibieron balas de foam a pesar de que no estaban entre los manifestantes. Y esto pasa porque nos ven con los chalecos. Estoy convencido que a la policía no le gusta que estemos documentando ciertas actuaciones que no habría problema de mostrar... si estuvieran dentro de los protocolos.
El principio de veracidad de la policía es un privilegio. ¿Tendría que ser también una responsabilidad?
— Sí, tendría que haber un efecto simétrico. Te puedes aprovechar de este principio, pero si abusas tendría que comportar un castigo correlativo.
¿Pedirá un resarcimiento?
— Lo valoraremos en el momento en que tengamos la absolución, que cuento que la tendremos.
La semana pasada el diputado Ignacio Garriga de Vox dijo en sede parlamentaria que usted era un delincuente. ¿La extrema derecha ayuda a calentar el ambiente para que la policía pueda tener esta actitud?
— Sí, claro, tienen un altavoz en el Parlament y llegan a mucha gente. Y buscan generar mala ambiente en la sociedad, sin ninguna prueba. La policía y Vox están muy cerca, en general. Los vínculos son evidentes. Y debe de haber muchos agentes honestos, pero también muchos que se aprovechan de este principio de veracidad. En el fondo, representan el mismo tipo de lacra en la sociedad.