Crítica de serie

'Tor', ¿el primer gran 'western' catalán?

La serie de Carles Porta trasciende el formato del 'true crime' para erigirse en un espléndido 'western' negro pirenaico sin épica ni héroes

'Tor'

  • Carlos Puerta para TV3
  • En emisión a 3Cat

En Deadwood, la magnífica serie de David Milch que revisaba los códigos del western clásico, masacran a la única familia que aparece ya en el primer episodio. Es la demostración palmaria de cómo esta producción de HBO se distanciaba de la concepción del western como género fundacional de la civilización estadounidense para ofrecer una visión mucho más cruda y desmitificadora del imaginario de un territorio fronterizo sin ley. En Tor, durante décadas tampoco residió ninguna familia entendida en el sentido más típico, aunque los odios se arrastraban desde generaciones. Los dos antagonistas principales, Sansa y Palanca, eran hombres sin pareja ni hijos, los (pen)últimos vestigios de una forma de entender la vida alejada de la civilización.

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Hace más de tres décadas que Carlos Porta da vueltas a los enigmas de Tor, hasta el punto de que le ha dedicado todo tipo de formatos y programas. Qué sentido tenía ahora hacer uno true crime ¿de ocho episodios? El periodista de hecho se dedica a repasar a todos y cada uno de los posibles sospechosos sin llegar a ninguna conclusión definitiva. Si entendemos un true crime como un género que acaba desvelándonos alguna verdad que no conocíamos sobre un caso mediático, Tor puede engendrar cierta frustración, dado que no destapa el gran enigma, quien mató a Sansa. Lleva incluso introduce la serie como una especie de juicio en la que él presenta y repasa de forma exhaustiva todas las pruebas y evidencias, y es la audiencia, a modo de jurado popular, quien debe sacar las conclusiones pertinentes. Este supuesto juego judicial con los espectadores es la parte menos interesante de Tor.

Para ir herviendo la olla del misterio, Porta y su equipo han llevado a cabo un trabajo ingente de recuperación de archivos de la época con los que elaborar el paisaje de fondo histórico y económico del caso. Sobre este trasfondo han introducido una serie de personajes marginales y atípicos que acaban configurando un insólito retrato del país. Tor se convierte así en un territorio de aires míticos, de donde brota una historia entre el western que la geografía transfronteriza configura un escenario propicio para la vida fuera de la ley, y la crónica negra de la Cataluña más profunda.

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El patio trasero del capitalismo

El formato serie cobra sentido por ir repasando todos los estratos históricos en los que el caso adentra sus raíces. Lo que trasciende de Tor, la serie, es como encapsula un universo hiperlocalizado en el que se entrelazan tantísimas vertientes oscuras del pasado reciente de nuestro país. Pocas narrativas ilustran tan bien el desajuste violento que supone para un rincón de mundo dejado de la mano de Dios la posibilidad de pasar de una mera economía de subsistencia a una economía extractiva del territorio, sin proceso intermedio de maduración y reflexión sobre modelos productivos y vínculo con el entorno. Incluso se habría podido profundizar más en cómo el tejido socioeconómico de muchos pueblos se basaba, como ocurre en Tor, en los bienes comunales y cómo esto se trastoca a lo largo del siglo XX.

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También resulta interesantísimo comprobar cómo los Pirineos funcionan como patio trasero del sistema capitalista y de las guerras del siglo XX (la subtrama de Andorra enriqueciéndose con el patrimonio robado a los judíos que querían atravesar la frontera merece un capítulo en parte), y cómo las heridas de la Guerra Civil y la dictadura resuenan en los crímenes de la contemporaneidad. Al menos, la serie concluye con un final feliz: muestra cómo Tor progresa más allá de su leyenda negra. Y ahora incluso hay quien ha decidido afincarse y poner en marcha una familia.