La plataforma Netflix acumula ya tres temporadas de uno de los realities más penosos que tiene en su catálogo: Soy Georgina. La protagonista es Georgina Rodríguez, conocida por ser la esposa del futbolista Cristiano Ronaldo. Gracias al impulso de su marido, dejó su trabajo de dependienta para trabajar de modelo para las marcas más lujosas del mundo. La serie muestra su vida familiar y profesional al margen de su marido, que hace apariciones puntuales para justificar el espectáculo. A medida que han ido avanzando las temporadas, los amigos de juventud y todo lo que la vinculaba a un pasado humilde han ido desapareciendo. También ha abandonado sus exhibiciones de humildad y sencillez a pesar de su fortuna. Georgina muestra ahora una soberbia camuflada por un tono de voz moderado y monótono. La protagonista tiene poca habilidad en el lenguaje y se expresa a través de frases cortas. Es evidente que a través de la edición le han recortado las frases y las han vuelto a unir para simplificar su expresión. Habla como un robot de primaria: "Mis días son muy ocupados y muy felices". "Me siento inspirada e inspiradora". “Mi futuro lo decido yo”. Es como si la hubiesen adiestrado para expresarse de una determinada manera a partir de un guion preestablecido y que repite sin demasiada naturalidad.
La producción se vende como un reality blanco y pudoroso de la esposa perfecta. Una mujer empoderada que gestiona con amor y dedicación la vida familiar mientras ha construido un imperio de la moda a su alrededor. Pero, en cambio, la producción exuda unos valores ultraconservadores y sexistas, un materialismo obsceno, una superficialidad intelectual inquietante, prepotencia y arrogancia a raudales y un clasismo condescendiente. Georgina repite como un loro que está feliz y agradecida a Dios: “Estoy muy protegida por Dios y le pido que me cubra con su manto divino”, dice después de rezar de rodillas. Sale de la iglesia como si hiciera un desfile de modelos, a cámara lenta. Cada pequeña cosa que hace asegura que le provoca muchos nervios, como si su vida fuera un reto constante. Cuando los hijos le traen las manualidades que hacen a la escuela, lamenta: "Me hace ilusión pero es mucha presión", confiesa con frialdad. Si los niños han plantado una lenteja, simula que la subsistencia de aquella planta la angustia para no provocar frustración en sus hijos. O comenta: “Llevo toda la noche nerviosa con el reloj de diamantes en el bolso” si tiene que custodiar la joya del marido. La serie ha eliminado al personal de servicio doméstico. Se crea la fantasía implícita de que ella se ocupa de todo. Simula una maternidad atenta con los niños y sumisión al marido. Tanto en el ámbito doméstico como el profesional se convierte en un cuerpo, una presencia, una funcionalidad. Pero hay un vacío emocional e intelectual preocupantes, no hay emoción, ni siquiera parece haber una dimensión instintiva o simplemente humana. Georgina podría ser un holograma frío programado por IA. Sabe verbalizar palabras, pero no hay sentimiento. De hecho, Soy Georgina nos muestra un producto deshumanizado. La representación extrema de la mujer hecha objeto.