La actriz Elisa Mouliaá llamaba el jueves en directo al programa Y ahora Sonsoles después de que el juez hubiera archivado la causa temporalmente e Íñigo Errejón la hubiera acusado de hacer una denuncia falsa: “Estoy bastante paralizada porque todo esto me está quedando muy grande. [...] Me arrepiento de haberlo hecho público”. Lo decía por la presión mediática a la que estaba siendo sometida. El viernes, en el mismo programa, Sonsoles Ónega titulaba con letras gigantes "Guerra abierta entre Errejón y Elisa Moluiaá", situándolos al mismo nivel en el conflicto, como si fuera la palabra de uno contra la de otra. El debate de la tertulia consistía en valorar la presunción de inocencia de Errejón. Pero lo que vimos después es urgente que lo denuncien los colegios y asociaciones de periodismo de todo el Estado. La presentadora conectaba en directo con la reportera que tienen durante horas ante la puerta de casa de la denunciante. "Estás en casa de la actriz, que hoy se ha dejado ver”. La reportera resumía la jornada: “Ella no está bien. El rostro lo tenía completamente desencajado. Dice que se siente muy agobiada y sobrepasada por estas situaciones. [...] Con los medios su actitud ha sido muy hermética e incluso huidiza”. A continuación mostraban las imágenes del momento en el que la actriz salía de casa. Se podían identificar, al menos, tres micrófonos con sus respectivas cámaras: el del programa Y ahora Sonsoles, el de la agencia Europa Press y el de la agencia gráfica Gtres, que la perseguían en todo momento. Le preguntaban: “¿Has tenido que ir al hospital por alguna crisis nerviosa?” A continuación la presentadora anunciaba: “Vamos a ver qué ha hecho hoy”, y repasaban en un vídeo las actividades de la chica a lo largo de la jornada: “A las doce y cuarto sale de su casa con paso apresurado”. La perseguían con los micrófonos hasta que se encerraba dentro de un taxi. Cuando llegaba a los juzgados seguían grabándola y haciéndole más preguntas. La persecución continuaba: “Después ha ido al hospital San Francisco de Asís, con la voz rota y la cara desencajada”. La chica pedía inútilmente a los reporteros que la dejaran tranquila. “Se le pierde la pista hasta las tres y cuarto. Elisa regresa a su casa cargando bolsas de ropa”, decían. El comentario parecía un sutil reproche. Y después de acosarla más veces en el portal de su edificio, el vídeo concluía: “Una jornada cargada de tensión que parece no tener descanso para Elisa Mouliaá”.
Esta persecución hasta unos niveles irracionales y que tienen un componente de agresividad no tiene ninguna justificación en el relato informativo de este caso. Ninguna declaración pide una vigilancia mediática durante toda una jornada laboral de los reporteros. La presión mediática sobre la denunciante, las dudas sobre su denuncia y los trámites judiciales y la persecución por la calle con la correspondiente intromisión a su intimidad, relatando cada uno de sus movimientos, es lo que disuade a las víctimas a la hora de denunciar. Viendo ese acoso lamentable que desquicia la cotidianidad de una persona y la pone en duda, ¿quién tiene valor de sacar adelante una denuncia?