Ensayo

"Mientras aquí estaba el 1-O, los adolescentes de Getafe mirábamos 'Merlí'"

El madrileño Mario Obrero dedica un ensayo poético contra el españolismo y el monolingüismo y en defensa de las ocho lenguas del Estado

BarcelonaDos de las preguntas que le suelen hacer al poeta Mario Obrero son: cómo puede que sólo tengas 21 años (y seis libros publicados) y por qué un chico de Getafe habla tan bien gallego y catalán. Para la primera no tiene respuesta —"deberían preguntar a mi madre", dice— pero para la segunda sí: "Constaté un vacío que tenía como madrileño y español. No hay ningún problema si me como una sartén o una ensaimada o unos pimientos de Padrón, pero llegar a decir «buenos días» o «buenos días» parecía que fuera una herejía. Viniendo de un contexto tan monolingüe, descubrí que tengo mazo acento y esto curiosamente también me acercó a las otras lenguas. Al igual que Virginia Woolf reivindicaba hace siglos la habitación propia, pues me interesó la lengua propia porque me permitía participar en una identidad que no está alejada de mí. Al fin y al cabo, estudié en una escuela pública llamada Concepción Arenal, una feminista gallega, y el pueblo del lado de Getafe se llama Parla", explica en Barcelona, ​​donde ha presentado el poemario Tiempos mágicos (La Bella Varsovia) en el Festival de Poesía.

Obrero se pasó dos temporadas recorriendo literariamente el Estado con Un país para leerlo, el programa de La 2, mientras en paralelo escribía el ensayo que acaba de publicar Anagrama, Cono y de curcuspín. Son ocho cartas a las lenguas del Estado: catalán, aranés, aragonés, gallego, castellano, vasco, asturiano y extremeño. Su aproximación es una visión poética, lingística, de clase, progresista y sobre todo celebratoria. Tanto puede citar Vicent Andrés Estellés como Ramon Llull, Antoni Benaiges, Mireia Calafell o Miren Agur Meabe y su "la distancia es mi sitio".

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La familia Obrero había veraneado cerca de Dénia y el catalán le era familiar, pero no le aprendió hasta años más tarde. "Para el 1 de octubre, en Getafe veíamos cómo salía la Guardia Civil y se llamaba a la calle el «A miedo ellos». Había más banderas que si España hubiera ganado el Mundial. Yo no sabía quiénes eran ellos. Nunca había estado ni en PortAventura. Y cuando pensé en quién era esa gente tan malévola, al descubrir a Maria Mercè Marçal, Mercè Rodoreda, Aurora Bertrana, me di cuenta de que yo también era parte de ellas y ellos, que me interesaban y me interpelaban mucho más que esos gritos de odio proferidos desde la ignorancia. Por qué no gritaban «A miedo ellos» ante la delegación del gobierno que había recortado la sanidad o la escuela pública, ¿que eso sí duele?", se plantea. Así que con quince años se acerca al catalán gracias a las lecturas, la música y la televisión. "Mientras aquí el 1-O generaba rendijas de violencia y de herida, todos los adolescentes de Getafe miró Merlín en catalán porque la traducción no era muy buena", recuerda. Después, estudiando filología en la universidad decidió aprenderlo más formalmente, por puro placer y también por política, porque las lenguas ni le quedan lejos ni le parecen inútiles. "¿Quién construye la idea de lo útil y servible? ¿No serán las palabras víctimas de un poder y un sistema económico? ¿Por qué no es de vital utilidad decir quérote, maite zaitut o te quiero ¿a alguien en su lengua?", escribe.

Una identidad propia

"El españolismo lo sufrimos todos, los españoles también —lamenta el poeta—. Cuando decía Lluís Cernuda lo de «soy español sin ganas», a mí me da mucha rabia tener que ser español sin ganas y no poder tener una identidad nacional hegemónica. Tengo que hacerme otras, y la mía tiene que ver con la biblioteca de Guerra Civil, con la alicantina Francisca Aguirre huyendo por la Jonquera en 1939 o el propio Pasolini haciendo charlas sobre el catalán durante la dictadura en Barcelona. Eso es mi patria. el escritor vasco escribiera en euskera como el castellano lo hace en castellano, un García Lorca escribiendo Seis poemas galegos o una Rosalía de Castro escribiendo la obra poética en gallego desde Salamanca. Esto también ha existido y es parte de lo que quisiera que fuera mi país", defiende.

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En el ensayo, Obrero se atreve a disparar (y hace puntería) incluso a conceptos polémicos como el de charnego o los glotónimos catalán/valenciano, y lo hace entrelazando geografías, etimologías, poetas, noticias, ideas. Reniega de la Constitución o de la consulta sobre el valenciano en las aulas, si ésta abona "el de derecho a la ignorancia" de las lenguas, y denuncia una visión simplista que se basa en el "si lo entiendo es bueno, si no, me amenaza". "Aprender una lengua es complicado, pero no es más complicado que entender el Ibex 35, el modelo 037 de autónomos, la declaración de Hacienda o por qué tenemos un jefe de estado que no se ha votado. Es decir, la complicación y no entender cosas es parte de nuestra vida. Yo no entiendo la composición química de una past. No me entiendo la composición química de una past. no significa renunciar a ello", razona. De hecho, piensa que el rechazo o la minorización es una mala estrategia incluso desde la perspectiva espanyolista. "Si siglos después de una imposición lingüística, de un Felipe V, de dos dictaduras en el siglo XX, no se ha conseguido asesinar a la lengua catalana, creo que ya es muy difícil y quizás deberían cambiar de estrategia o simplemente aceptar una realidad que, pese a todas las violencias, ha hecho una reivindicación por su existencia, su dignidad y su reconocimiento".

El discurso de clase

Su discurso siempre tiene presente el origen familiar, hijo de barriada, nieto de migrantes del campo en la ciudad. No en vano Mario García Obrero utiliza el apellido materno como firma: quién es zapatero, que haga zapatos. También por eso vincula la reivindicación lingüística con la defensa de otros derechos sociales. "Yo tendría miedo a la crisis climática, la ascensión bélica, un genocidio, que es una realidad de nuestro tiempo, más que a la existencia de una lengua, que nunca ha matado a nadie, mientras que la imposición de lenguas sí ha causado muertes y fusilados". Por supuesto que le han tildado de woke desde la derecha. "Estamos muy acostumbrados a que nos insulten y resignificarlo. Al menos, hablemos desde el pensamiento y la razón", afirma.

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También rehuye que se englobe a todos los jóvenes en la etiqueta de ser "más de derechas", como dicen las encuestas. "No se puede decir los jóvenes si no decimos los adultos. Yo tengo la misma edad que la princesa de Girona y no tengo nada que ver con ella, ni ella paga impuestos por ser autónoma ni yo tengo sangre azul", afirma, aunque sí ve con preocupación la deriva política del Estado. "Creo que nunca nos hemos llegado a creer que una democracia consistía en ser democráticos, de hablar de todos, de hablar, de hablar, de hablar, de hablar, de hablar. Cuando tienes la Facultad de Filología en Madrid con un recorte del 50%, es muy difícil pedir a la juventud que tenga un pensamiento democrático o cívico, porque la democracia nos está fallando en serio. No se puede hacer la víctima victimaria", sentencia este poeta y guitarrista clásico que aspira a ser feliz, que quiere decir libre, "y eso implica tomar decisiones y tomar responsabilidades".