María Teresa Campos se resistió todo lo que pudo a abandonar la televisión. Cuando la cabeza y el cuerpo ya no le permitían asumir con dignidad un programa, ella lamentaba que nadie le quisiera dar trabajo: “Sé que soy mayor, pero no sé por qué no hay ninguna televisión de este país para mí. Yo quiero trabajar”, le decía el año pasado a Anne Igartiburu en una entrevista. Su desesperación por trabajar la llevó a hacer tele desde casa y emitirla por YouTube.
María Teresa Campos fue una presentadora moderna y caduca a la vez. A la televisión llegó junto a Jesús Hermida. Un periodista sobrevalorado que convertía el plató en una especie de harén. Campos fue la chica Hermida más rebelde. Tenía alma de protagonista y su futuro profesional no pasaba por hacer de comparsa de ese hombre autoritario. Su enfrentamiento ante las cámaras, en el que ella lo acusó de explotación laboral y defendió los derechos de las trabajadoras, es quizás la mejor aportación que hizo Campos a la televisión. El magacín Día a día de Telecinco la convirtió en la primera gran reina matinal. Fue el programa que le otorgó el preciado artículo ante el apellido, la Campos, que certifica que te has convertido en alguien en televisión. En una televisión profundamente sexista, la Campos reivindicó la tertulia política en un programa dirigido eminentemente a un público femenino. Su capacidad de trabajo y habilidad para hacer mover con precisión suiza a grandes equipos de profesionales nunca se valoró lo suficiente por el hecho de ser una mujer. Campos se convirtió en la matriarca de la televisión. Y no solo porque colocara a sus dos hijas para que formaran parte del espectáculo, sino porque convirtió a la gente de la redacción en su familia. Y no siempre desde la mirada progresista que se habría esperado de ella. Una redactora suya recordaba que a raíz del atentado en las Torres Gemelas pidió a Campos poder viajar a Nueva York como enviada especial. Campos no quería enviarla alegando que tenía hijos pequeños. Ante la insistencia de la periodista, María Teresa Campos aceptó con tal de hablar antes con su madre por teléfono y que fuera ella quien diera el permiso.
En directo, Campos tenía mucha naturalidad, pocos pelos en la lengua y unos arrebatos de impertinencia que gustaban a su público. Con Qué tiempo tan feliz se hizo mayor ante las cámaras, temblando sobre unos tacones de aguja que no la dejaban andar bien. Su final fue esperpéntico. El reality obsceno de Las Campos convirtió a la matriarca y a sus hijas en una especie de Kardashians ibéricas muy tronadas. Y la decrepitud se hizo visible con La Campos móvil. Un set de televisión portátil instalado sobre un camión que la paseaba por Madrid mientras hacía una entrevista. Solo se hizo una emisión, en la que alabó a Isabel Díaz Ayuso. Un espectáculo penoso en el que la presentadora ya no tenía la cabeza clara y perdía el hilo de la conversación. María Teresa Campos abrió camino a otras muchas mujeres, sobre todo a sus hijas. Aunque, en muchos casos, más que hacer avanzar a la televisión y sus contenidos, no hizo otra cosa que reforzar todos los estereotipos más caducos.