Este año, por Sant Joan, queríamos ver las famosas fallas del Pallars y aprovechamos para ir también a Andorra. ¡Qué placer pasearnos por casa de unos vecinos queridos y respirar su aire de montaña aroma de bonanza! Viniendo de una comarca, el Baix Camp, con un PIB en regresión, siempre me invade una envidia sana cuando subo al país de los Pirineos. Allí todo brilla y pueden presumir de ser el país más seguro de Europa y poder vivir en catalán dado que todo va ligado. Las lenguas no son sólo un instrumento de comunicación. Son una estructura mental, actitud y visión del mundo. Toda la riqueza que ha tenido Cataluña de mayor respeto a otras zonas geográficas ha sido por el catalán. Toda justicia social de más, modernidad de más, libertad de más. Por eso Andorra protege su lengua mientras nosotros la perdemos y, con ella, todo lo que nos ha hecho más prósperos y avanzados durante siglos.
Fruto de aquellas avenidas rellenas de comercios con toda la publicidad en catalán, de los magníficos nuevos edificios y de un buen humor (“Vas bé”, anunciaba la pantalla de unos conocidos almacenes) que sólo pueden permitirse los afortunados , lo constaté una vez más. Los andorranos vendrían a ser unos catalanes con suerte. Ellos gozan de soberanía y progresan llamativos mientras nosotros, colonizados y exprimidos, retrocedemos de forma ya casi irreversible.