El bilingüismo está matando al catalán
Pronunciarse en contra de un extensísimo consenso social como es la idea de que la comunidad catalanohablante vive pacíficamente instalada en dinámicas de bilingüismo inocuo es un gesto temerario y fuertemente señalado por miradas provenientes de todo el espectro político, intelectual y académico catalán. Dicho esto, atiendo la pregunta formulada: ¿el bilingüismo salvará al catalán o lo arrinconará? Vamos a palmos.
En primer lugar, basta con constatar que el bilingüismo ya arrincona al catalán a diario y en todas partes, por acción directa, por omisión deliberada o por inanición colectiva. Y en segundo lugar, y en consecuencia, señalar que el bilingüismo como dinámica lingüística natural es un falso mito, y sólo puede entenderse como en el estadio posterior a siglos de imposición y diglosia –aunque en su momento fue defendida por personalidades tan ilustres como Salvador Espriu.
Lo que a menudo echo de menos cuando encaramos estos debates espinosos, que lo son talmente porque tienen implicaciones afectivas y si se quiere, ético-filósoficas, y por tanto sociopolíticas, es precisamente un estadio previo de la conversación que nos sitúe en el terreno, digamos , discursivamente más habitable de las ideologías lingüísticas. Según afirma Marina Massaguer en su tesis doctoral, sostenida sobre grandes autoridades de la sociolingüística internacional como Kathryin Woolard o Judith T. Irvine, las ideologías lingüísticas son un concepto que nos sirve para organizar y desarrollar el estudio de la relación entre el lenguaje y el poder. Es decir, que las ideologías de la lengua no tratan exclusivamente sobre lengua, sino que ponen en juego los vínculos de la lengua con la identidad, la moralidad, los afectos o las creencias. Si es necesario relacionar, pues, lengua y poder es porque en la relación de ambas se establece un vínculo entre las formas sociales y las formas del habla. De hecho, esto explicaría por qué en un contexto como el actual los jóvenes catalanohablantes pueden relacionar la lengua catalana con la autoridad parental o escolar y la lengua castellana con la socialización entre iguales y el ocio (redes sociales, influencers, videojuegos, etc.).
El trabajo está, en mi opinión, en situar bien las coordenadas del discurso anti y pro bilingüista, porque si no lo hacemos así, tendemos a reproducir marcos mentales y sociolingüísticos que nos son ajenos. Porque responden a las lógicas de las comunidades con lenguas hegemónicas con estados detrás. O que son sesgados, porque no atienden a las complejidades y necesidades de una lengua oprimida, minorizada y en proceso de sustitución lingüística como es la catalana. De Jordi Martí Monllau he aprendido que las sociedades en tanto que entidades conceptualmente unificables no son bilingües o multilingües, sino que los bilingües, los trilingües o los políglotas son sus hablantes. Dicho de otro modo, lo que convierte a las sociedades en espacios lingüísticamente diversos son la elección lingüística, ideológicamente marcada (decisiva, banal u opresivamente), de sus hablantes. Si obviamos esto, desresponsabilizamos a los hablantes de la necesidad de adquirir conciencia lingüística y, por tanto, les animamos a seguir instalados en tramposos consensos colectivos que no hacen otra cosa que perpetuar falsos mitos como que los catalanohablantes somos todos bilingües o que da igual hablar catalán que castellano, dando por hecho que ambas lenguas tienen el mismo poder, los mismos recursos o la misma capacidad de reproducción social.