Memoria histórica

Los reformatorios del franquismo: "Mi crimen fue fumar y llevar minifalda"

Cuatro mujeres que fueron internadas en los centros del Patronato de Protección a la Mujer relatan el calvario que vivieron

27/12/2025
9 min

Barcelona"Alabado sea el santísimo sacramento", soltaba la monja por la mañana de forma bien sonora en medio del dormitorio. Y ellas, medio dormidas en la cama y con los ojos aún pegados por las legañas, contestaban al unísono de forma mecánica: "Sea para siempre bendito y alabado". Las monjas las despertaban así día tras día. Maria Forns lo recuerda a la perfección, a pesar de que ya hace más de medio siglo. Tenía 16 años cuando la internaron en un convento en contra de su voluntad.

A Mariona Roca Tort la cerraron con 17 años. Las monjas la arrastraron a todo y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y las arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras y se arrastraron por las escaleras. administrar a un calmante para que dejara de gritar. cambio, el delito de Pilar Dasí fue llevar minifalda, fumar por la calle y que le gustaran los Rolling Stones.

Las cuatro fueron internadas en centros del llamado Patronato de Protección a la Mujer, una institución franquista que dependía del entonces ministerio de Justicia y que tenía como principal objetivo enderezar chicas supuestamente descarriadas: es decir, aquellas que no seguían los cánones de la época de aspirar a ser una buena esposa, madre y ama de casa.

Convento de la congregación de las Hermanas Adoratrices situado en la esquina de las calles Consell de Cent y Casanova de Barcelona, ​​donde muchas jóvenes fueron internadas en contra de su voluntad.

La investigadora Pilar Iglesias, autora del libro Políticas de represión y punición de las mujeres: las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda y el Patronato de Protección en la Mujer de España, aclara que la práctica de recluir a las mujeres para que no se desviaran no es exclusiva ni del franquismo ni de España: "Desde mediados del siglo XVI han existido en el mundo católico conventos para supuestamente proteger a las mujeres, donde se las encerraba por motivos morales o sexuales".

Los centros del Patronato de Protección a la Mujer existieron desde 1941 hasta bien entrada la democracia: el 1 de agosto de 1985 se decretó su cierre. Todos estaban dirigidos por órdenes religiosas, que la forma que tenían de redimir las descarriadas era obligarlas a rezar, frotar, lavar y coser. Todo en un régimen carcelario, en el que los padres a menudo perdían la patria potestad de sus hijas.

Allí fueron a parar chicas de 16 a 23 años, porque hasta 1943 la mayoría de edad de las mujeres en España estaba a los 23 años. "Después se redujo a los 21, pero una hija no podía independizarse de la casa de sus padres si era menor de 25", detalla Iglesias. Según dice, el perfil de las jóvenes que pasaron por estos centros fue variando a lo largo de las décadas: desde chicas de familias muy pobres a prostitutas, madres solteras, jóvenes violadas o simplemente chicas díscolas, que llegaban tarde a casa, tenían novio o participaban en actividades clandestinas contra el régimen franquista. Es decir, aquellas que se consideraba que estaban en "peligro moral", porque podían mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Muchas veces sus padres eran quienes las denunciaban.

Pilar Iglesias calcula que unas 50.000 chicas fueron internadas en los centros del Patronato, aunque es difícil saber su cifra exacta porque no se ha realizado ninguna investigación exhaustiva, ni se ha accedido a los archivos de la mayoría de las congregaciones religiosas, ni muchas de estas mujeres quieren remover el pasado. María, Mariona, Isabel y Pilar son una excepción. Ellas pretenden precisamente acabar con el estigma, con la etiqueta de que eran "mujeres malas". En realidad, sólo fueron avanzadas en su época. En agosto constituyeron la asociación Contra el Olvido.

Maria Forns frente al convento donde la internaron en Barcelona cuando tenía 16 años.
Libro de calificaciones de Maria Forns.

Maria Forns tiene 69 años y reconoce que se saltaba clases en el instituto cuando era adolescente, que a veces no llegaba a casa a la hora que le decían sus padres y que leía libros pocos ortodoxos para la época. Y que todo esto conmocionó a su familia, que vivía en una casa de payés en Les Franqueses del Vallès. El cura del pueblo recomendó a sus padres que la encerraran durante dos meses en casa, cosa que hicieron. Y después de que la internaran en un centro del Patronato. "El cura escribió una carta dirigida a la superiora de un convento solicitando una plaza para la hija de unos feligreses", explica. Dos días antes de ingresar, el párroco entró en su habitación y la golpeó según dijo, para comprobar que era virgen. "Era la autoridad y tenía entrada franca en casa de mis padres", lamenta Maria, a quien aquel episodio conmocionó tanto que no recuerda qué día exacto fue internada en el convento. Sólo sabe que tenía 16 años y que ese día sus padres le dijeron que se pusiera falda, porque siempre vestía pantalones, y que preparara la maleta para irse de casa.

La llevaron a un convento de la congregación de las Hermanas Adoratrices situado en la esquina de las calles Consell de Cent y Casanova de Barcelona. Actualmente existe una escuela de la misma congregación. Y meses después la trasladaron a otro centro de Sant Just Desvern. "Recuerdo el dormitorio. Había veinte camas. En un lado estaban los armarios y en el otro unas ventanas altas. Y al final de la sala era el dormitorio de la monja que nos vigilaba", describe. Su rutina diaria consistía en levantarse temprano, ir a misa, desayunar, frotar el suelo del convento de rodillas, trabajar en un taller haciendo peluches, y rezar, rezar y rezar: Ángelus, el rosario y todo lo necesario. Nunca las dejaban salir. Estuvo cerrada once meses.

Cabello rapado

"Nos amenazaban con raparnos el pelo si no seguíamos las normas. Al principio no me lo creí hasta que le raparon la cabeza a una compañera", detalla. Otra amenaza era meterlas en una celda de aislamiento. A ella se lo encerraron durante varios días porque intentó huir. "Lo agradecí, porque al menos en la celda tenía cierta intimidad, no estaba todo el rato vigilado –afirma, y ​​añade:– Lo más duro era la sensación de sentirte aplastada y no poder hacer nada por evitarlo". La experiencia le ha marcado de por vida. En la muñeca todavía lleva un no-moblidos dorado que le regaló una compañera del convento que nunca ha vuelto a ver. Se llamaba Mercè Domènech.

A Mariona Roca Tort la internaron en 1969, cuando tenía 17 años.
Libro escolar de Mariona, con las calificaciones que obtuvo en 1968.

A Mariona Roca Tort, estar interna también le ha dejado una impronta imborrable. "La gente no puede llegar a entender lo que representó estar ahí", lamenta. Algunos de sus hermanos le han recriminado que remueva ahora el pasado.

A Mariona la internaron en 1969, cuando tenía 17 años. Actualmente tiene setenta y tres. De adolescente no formaba parte de ningún partido político, pero sí que era miembro del sindicato de estudiantes del instituto y una de sus compañeras fue detenida el 1 de mayo de aquel 1969. Aquello fue el detonante, asegura, para que sus padres no la dejaran salir de casa y que le acometieran con preguntas cada vez que salía: aprovechando que su familia se había ido de veraneo y ella se había quedado trabajando en Barcelona, ​​huyó de su casa y viajó a Menorca con unas amigas. Lo que jamás hubiera imaginado es que sus propios padres la denunciarían a la policía. "Me detuvieron en el puerto de Maó. Fue un choque", admite. Desde allí la trasladaron en barco a Barcelona y la encerraron en un convento: primero en la capital catalana, y después en Madrid. En concreto en el convento que el dictador Franco regaló a la congregación de las Hermanas Adoratrices en la calle madrileña del Padre Damián, y que se convirtió en la principal sede de estas religiosas durante décadas. El edificio fue derribado en 1991.

A Mariona lo que más le impactó mientras estuvo fue el silencio. Un silencio absoluto que llenaba los pasillos y estancias de aquel inmenso convento. Silencio cuando rezaban, silencio cuando frotaban, silencio cuando cosían. Siempre silencio. "Una monja leía lecturas en voz alta mientras trabajábamos en el taller de confección para que no pudiéramos hablar entre nosotros. Y si veían que tenías buena relación con alguna compañera, te separaban para que tampoco hablaras con ella". Y silencio también exterior: el mutismo que ha existido durante décadas sobre todo lo que ocurrió en los centros del Patronato de Protección a la Mujer.

Mariona estuvo cerrada nueve meses. Sus padres, que a diferencia de otros no perdieron la custodia, la quitaron porque empezó a adelgazar en exceso. "No hice ninguna huelga de hambre, pero dejé de comer. No tenía hambre", explica. Su expediente dice literalmente que mostraba "tristeza". Como siguió perdiendo peso y mayor peso, sus padres la ingresaron entonces en un psiquiátrico, también en Madrid. Algo también muy típico de la época: las mujeres que salían de los cánones convencionales eran tomadas por locas. La administración de psicofármacos fue también habitual en los centros del Patronato. A Mariona incluso le aplicaron electrochoques. "Acabé muy mal y culpabilizándome de todo lo que había hecho".

Isabel Gallego Soler guarda algunas fotografías de la época en su casa de Sant Joan de les Abadesses.

Isabel Gallego Soler tiene 65 años, es de un pueblo de Granada, pero lleva una década viviendo en Sant Joan de les Abadesses. Ella, a diferencia de otras mujeres, acudió voluntariamente a uno de los centros del Patronato, el de Nuestra Señora de la Almudena, más conocido como maternidad de Peñagrande por el barrio madrileño donde estaba y porque allí iban a parar sobre todo jóvenes embarazadas y madres solteras. Lo dirigían las Cruzadas Evangélicas y uno de los ginecólogos que asistía a los partos era el doctor Eduardo Vela, que se ha demostrado que estuvo implicado en los casos de bebés robados del franquismo.

Isabel se quedó embarazada a los 19 años de un hombre casado que, como era de esperar en la época, se desentendió de la criatura. Durante un tiempo trabajó como interna en una casa, pero la despidieron en cuanto se notó que estaba embarazada. Abandonada por su madre cuando era pequeña y maltratada por su padre, no le quedó más remedio que pedir amparo a las monjas. Ingresó en Peñagrande el 13 de enero de 1981.

Asegura que inicialmente la trataron bien porque ni fumaba ni bebía, había estudiado formación profesional y era trabajadora. Es decir, su único resbalón había sido quedarse embarazado. "Me dieron un dormitorio donde sólo éramos dos personas, me ofrecieron un trabajo remunerado en la cocina del centro, y me dejaban salir de paseo los domingos por la tarde". Pero los problemas llegaron en el momento del parto.

Isabel dice que estuvo 48 horas de parto y que nadie la atendió, hasta el punto de que casi perdió la vida. "Quitaron a mi hija con fórceps y le estropearon la columna, los hombros y la cadera". Y después tuvo que aguantar a las monjas que cada día le insistían en que diera a la niña en adopción a una familia con dinero, porque estaría mejor que con ella. "Soy una superviviente y no he dejado de luchar para que se haga justicia", declara.

Pilar Dasí en el convento de María Sacramento, en Valencia, donde fue internada.
Una libretilla y fotografías de Pilar Dasí de cuando fue recluida.

Pilar Dasí, de 73 años, también se considera una superviviente. Su caso es algo atípico. Estuvo encerrada cuatro meses y la dejaron volver a casa porque el abogado penalista Alberto García Esteve amenazó con poner una querella penal contra el Patronato por retirar la custodia a sus padres. "Iba con minifalda, fumaba, iba al cine, leía mucho, y mis padres me decían que volviera a una hora a casa y yo llegaba más tarde. Ese fue mi crimen", resume Pilar, que deduce que su madre, debordada por todo ello, pidió ayuda a una prima que vivía en Madrid y que la muere. "Mi madre firmó el consentimiento sin ser muy consciente de la trascendencia de lo que hacía".

Poco después, el 9 de octubre de 1970, la policía detuvo a Pilar en la empresa donde trabajaba como secretaria de dirección y la llevó al convento de María Sacramento, en Valencia, que actualmente sigue de pie parcialmente. Luego la encerró en otro convento de la misma ciudad. Sólo tenía 18 años.

"No sabía por qué me habían denunciado, ni por qué estaba allí. Si preguntaba por mis padres, me decían que mis padres no tenían nada que decir". Las monjas sólo le contestaban que ella estaba allá por "moderna". A los pocos días sus padres acudieron al convento a reclamar que les devolvieran su hija, pero les dijeron que habían perdido la patria potestad. "Mi familia era de izquierdas y tenía mucho miedo a la derecha, así que no insistieron más".

La Conferencia Española de Religiosos (CONFER) pidió perdón el pasado 9 de junio en un acto en Madrid por lo que ocurrió en los centros del Patronato. El evento se preparó de forma minuciosa durante todo un año para que nada se saliera del guión, para que no hubiera sorpresas. Sin embargo, el acto terminó de una forma totalmente imprevista: buena parte del público se puso de pie de forma espontánea para gritar "Verdad, justicia y reparación. ¡Ni olvido, ni perdón!". Esto es lo que quieren las mujeres que fueron encerradas contra su voluntad en los reformatorios del franquismo. Como primer paso, reclaman que la ley de memoria democrática aprobada por el gobierno español en el 2022 las reconozca de una vez como víctimas de la dictadura.

stats