Así hace de padre

Jordi Romeu Carol: "Cuando eres padre tienes que aprender a renunciar a alguna parte de tu vida que quizás apreciabas"

Escritor, cabo de los Bomberos de la Generalitat y padre de Pere, Anna y Iria, 14, 11 y 4 años. Ha publicado seis obras literarias y acaba de ganar el III Premio de Narrativa Ciudad de Reus "Diré lo que me huye" con la novela 'El último trashumante' (aparecerá en otoño) en la que recoge la sabiduría en peligro de desaparecer del oficio de pastor.

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Jordi Romeu Carol

BarcelonaEl pastor conduce a las ovejas a cobijo, las alimenta o las cura cuando conviene, todas son funciones que también debe tener un padre o una madre y que podrían encuadrarse en el término de velar. El acompañamiento es esencial en la función de padre, al igual que lo es dejar fluir a los niños. No puedes obligarles a que les guste una cosa u otra, pero sí que puedes enseñarles a amar lo que tú quieres, y aquí entra desde las aficiones hasta la lengua o el territorio.

Velar es, esencialmente, observar y dejar hacer.

— El trabajo del padre no es sólo observar y dejar hacer, sino también guiar y ayudar a que el día de mañana puedan desarrollarse como personas respetando a los demás ya sí mismos. Es verdad, por otra parte, que a veces eres un simple espectador, porque tampoco puedes hacer gran cosa, porque también deben aprender de sus propios errores y de su experiencia.

Cuentas cómo los pastores contemplan el tiempo de otra manera. Los padres quizás también.

— Ser padre te hace parar, con agrado o por fuerza, y contemplar el paso del tiempo. Cuando eres padre, tus prioridades quedan supeditadas a lo que necesitan los hijos. Tienes que aprender a renunciar a alguna parte de tu vida que quizás apreciabas, pero que no es compatible con el oficio de padre.

Un pastor ve pasar el tiempo.

— Vivimos en un vertiginoso sistema de actividades que nos ha hecho perder los ratos de no hacer nada. Parece que todo lo que no sea tener una pantalla frente a las narices sea perder el tiempo. Por el contrario, debemos saber tener espacios de contemplación para saber qué nos pasa, qué sentimos, qué queremos.

La vida familiar de un bombero no es fácil, ¿no?

— Hago guardias de 24 horas y eso significa que mis hijos no me ven durante todo un día y una noche. Sin embargo, compensa el hecho de que después tengo tres días de descanso.

Cada año, ¿cuántos días pasas fuera?

— Al menos 67. Si los pones juntos hacen más de dos meses de ausencia total. Al tenerlos repartidos, parece que no sean tantos. Supongo que al final nos hemos acostumbrado a ello. Es importante valorar el trabajo de la madre, que está muchos días sola frente al peligro. Cuando no estoy de guardia trato de estar con ellos el máximo tiempo posible.

¿Qué le explicas a los hijos cuando te preguntan qué has hecho hoy?

— No soy mucho de contar cosas de trabajo, pero les cuento servicios simpáticos, como cuando nos equivocamos de puerta y abrimos a mazo una casa que no toca, o cuando sacamos un gato del tejado, o rescatamos a una niña de un columpio. A veces también les cuento algún servicio de fuego o algún accidente, pero sin entrar en detalles. Sobre todo hablo de cosas que me sirven para mostrarles cómo deberían actuar si se encontraran en una situación complicada. O cuando les digo que deben ayudarme a ordenar la cocina como lo hacemos en el parque de bomberos.

¿Ser padre hace que te enfrentes a situaciones duras de manera diferente?

— Es evidente que te hace tomar los servicios de forma distinta. Ser padre comporta dar la vuelta a la visión de muchas situaciones, como por ejemplo en los servicios en los que están implicados niños pequeños, sobre todo porque en las víctimas que atiendes ves a tus hijos. Esto comporta un grado de implicación personal que te puede hacer perder la perspectiva y tienes que tener capacidad suficiente para alejarte y actuar de manera profesional, sin que la emotividad afecte a tus capacidades.

No debe ser fácil.

— Debemos intentar trabajar con suficiente serenidad, sin que lo que hagamos implique un peligro añadido por la víctima o para uno mismo. Si tomáramos daño, ¿quién rescataría al rescatador?

¿Qué recuerdo de la infancia te emociona?

Me resulta extraño, todavía ahora, que cuando era pequeño mi padre tuviera ánimo para acompañarme a música en Barcelona dos veces a la semana y en tren, después de haber estado todo el santo día trabajando en la obra. Llegábamos a casa a las tantas de la noche y al día siguiente por la mañana se levantaba a las seis como si nada. A ratos me resulta incluso doloroso, porque llegó un momento en que dejé los estudios de música y nunca me he dedicado a ello. No sé si todo el esfuerzo que hizo valió la pena. No sé hasta qué punto me lo ha tenido en cuenta. Quizás un día tenga que preguntarle.

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