El cambio climático nos está llevando a un calentamiento global que se concreta, entre otras cosas, en temperaturas más altas e inviernos que ya no son lo que eran. Si antes sombreros, bufandas y guantes eran imprescindibles para los meses más fríos, ahora podemos decir que, en zonas costeras, es posible prescindir totalmente. Con un frío gradualmente menos duro, tendemos a reducir las capas de abrigar y optamos por prendas más ligeras. Pero existe una tipología de calzado que desafía claramente esta tendencia: las botas de pelo. Pensadas para subsistir en condiciones casi antárticas, las lucimos en pleno clima mediterráneo templado, corriendo el riesgo de generar un calor y una condensación al pie del todo proclives para la proliferación entre los dedos de un auténtico ecosistema de rebozuelos, rebozuelos y champiñones.
Las botas de pelo de oveja están presentes en la indumentaria desde hace muchos siglos, porque el ejemplar conservado más antiguo data del año 500 dC, hallado en una momia en China que llevaba un par de posadas . El filósofo Platón ya dejó constancia en sus escritos de la costumbre en la Antigua Grecia de calzar botas de pelo de oveja. Por su capacidad de mantener los pies abrigados, también eran comunes en muchas regiones de Rusia y Tíbet. Además, la comunidad inuit del Ártico lleva unas forradas con pelo de caribú y engrasadas con aceite de foca o ballena para impermeabilizarlas, además de rellenarlas también de musgo en invierno, para que absorba el agua que se pueda generar.
Marcas de botas como Morlands de Glastonbury vivieron un gran éxito en los orígenes del automovilismo, cuando los coches no estaban cubiertos y la gente debía abrigarse mucho para los trayectos. Además, durante la Primera Guerra Mundial, proliferaron las botas de aviador (hugo boots), forradas de lana y altas hasta las caderas, porque muchos aviones, al no estar presurizados, no podían contar con calefacción.
Entre las botas de pelo más famosas están las de la marca australiana UGG, muy exitosas durante los años 70 entre la cultura surfear. El origen del nombre UGG tiene varias versiones, la primera de las cuales cree que puede venir deUgly (feas), por ser consideradas poco agraciadas. La segunda versión, en cambio, se decanta por la palabra hugo, como reconocimiento de las botas de aviador como claro referente. Unas botas que, pese a que en Australia casi tienen categoría de emblema nacional, se llevan sobre todo para estar por casa y, de puertas afuera, son entendidas como un ejemplo de aspecto descuidado.
Queda claro que, cuando a finales de milenio se pusieron de moda las botas de pelo, no respondía a una necesidad extra de abrigarse, como tampoco es la preocupación del reavivamiento que vivimos ahora mismo. Gigi Hadid fue uno de los grandes espolones de esta tendencia, cuando en el 2022 fue fotografiada por las calles de Nueva York, vestida con unas UGG y unos minicalzoncillos (que poco la abrigaban).
El frío tampoco fue el interés principal de marcas como Miu Miu, Chanel o Chloé cuando inundaron sus pasarelas del 2023 con grandes botas de pelo, como tampoco para la marca Avavav en el 2022, cuyas botas XXL desdibujaban los límites de dónde se acaba la persona y dónde comienza el Ieti. Una tesis irrefutablemente confirmada con la aparición de chanclas y sandalias del mismo estilo; una especie de oxímoron estético que no abriga el pie ni por casualidad.
¿Es una creencia bastante generalizada que la moda sirve, principalmente, para protegernos del clima? Pero, si fuera así, ¿por qué nos vestimos en verano? su función principal y dejan claro que la dimensión simbólica, aquélla a través de la cual nos comunicamos, expresamos y relacionamos en sociedad, es la función principal de la moda y la que nos motiva a vestirnos todos los días.