Inmobiliario

Casas dentro de casas: cuando no te puedes pagar un piso pero sí una reforma

El encarecimiento de la vivienda dispara un nuevo fenómeno inmobiliario en las viviendas que son lo suficientemente grandes

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Vista aérea del área metropolitana de Barcelona.

BarcelonaJoana vive en una casa dentro de la casa de su madre. Marc ha hecho una construcción en la vivienda familiar. Y Leo se reformó hace años el garaje de casa de sus padres, donde hoy, en vez de coches, hay dos viviendas: una para él y otra para su hermano. Los tres viven en municipios del área metropolitana y con 45, 41 y 38 años respectivamente, han vuelto a vivir con sus padres. Estas son tres historias, solo tres, de las muchas que ha recogido este diario. Son testimonios que no quieren dar su nombre real porque las viviendas que han construido no son legales y temen que una inspección los pueda descubrir. Pero han aceptado hablar utilizando un nombre ficticio. Sus historias reflejan la dificultad de acceder a una vivienda; también nos enseñan las soluciones imaginativas a las que pueden recurrir aquellos que tienen el privilegio de contar con metros cuadrados o casas con jardín. 

“Me lo he jugado todo a una carta”, dice Joana. “Hubo un momento complicado, de duda, de pensar: «¿Qué hago?». Y dije: «Ya está, es la mejor opción»”. El momento complicado que relata es el verano de 2020. Se había acabado el confinamiento y ella y su marido decidieron separarse. Autónoma y con dos hijos, no podía comprar ningún piso y los alquileres que encontraba subían hacia los mil euros. “Tenía ahorros, pero era consciente de que si pagaba alquiler irían bajando poco a poco”. Y es aquí cuando decide adaptar una parte de la casa de su madre. Reformó un espacio de poco más de 60 metros cuadrados para que tuviera entrada independiente, las habitaciones de los niños y la suya y una pequeña sala de estar con cocina y un lavabo. “Quizás si fuera un piso sería demasiado justo, pero aquí hay jardín, y esto hace que todo se amplíe”. La reforma no llegó a los 50.000 euros. “Es imposible comprar algo por este precio”, apunta Joana. Y asegura que le gusta vivir con su madre y poderla cuidar ahora que se va haciendo mayor.

La preocupación por el envejecimiento de sus padres fue justamente uno de los motivos que llevó a Marc a hacerse la casa dentro de la vivienda familiar. “Mi hermano vive en la montaña, y un día hablaba de la angustia que le suponía estar lejos mientras ellos se hacen mayores. Sabía los problemas que yo tenía para poder comprar y dijo: «¿Por qué no hacéis algo juntos?»"

Salieron diferentes opciones, entre ellas vender la casa familiar y comprar dos pisos más pequeños. Era demasiado caro. Por eso tras muchos números y varias conversaciones decidieron reformar una parte de la casa. Tenían muchas dudas legales y buscaron un arquitecto. Fue clarísimo: por la calificación de la zona solo podían tener licencia como vivienda unifamiliar. Una única casa. “Por eso pedimos el permiso como si fueran unas simples reformas. Pero cuando se haya acabado la revisión que hacen desde el ayuntamiento, haremos un último paso sin permiso. Una pared. Está planificado dónde tiene que ir y será la que separe las dos casas”. Están acabando las obras; pronto espera poder ir a vivir ahí con su pareja y su hija. 

Quien no pidió ningún permiso fue Leo (también nombre ficticio). Vivía de alquiler con su pareja en una casa que les gustaba mucho. Pero les subieron el precio de 1.000 a 1.200 euros. “Empezamos a pensar qué hacer y, no recuerdo exactamente cómo, salió la idea de hacer algo en casa de mis padres”. En su caso había una cuestión fundamental: un hermano con el que ponerse de acuerdo. Estuvieron dos años dando vueltas al asunto y finalmente pactaron repartirse el espacio de lo que había sido el garaje de los padres y su sala de juegos cuando eran pequeños. 100.000 euros por la reforma de un espacio de casi 100 metros cuadrados. 

“Vimos muy deprisa que la normativa no permitía hacer esto. El arquitecto nos dijo que si pedíamos un permiso nos lo podían rechazar y entonces sería sospechoso que vieran una máquina trabajando. Decidimos no decir nada de nada”.

Recuerda el sufrimiento durante las obras. El contenedor de los escombros dentro de casa para intentar que nadie lo viera. Y la preocupación por los vecinos. Por que lo pudieran ver y decir algo. Pasó todo lo contrario. “El vecino de al lado vino a preguntar cómo lo estábamos haciendo exactamente. Al cabo de unos meses empezó a construir también un espacio para su hijo”. 

Vivir de este modo tiene complejidades. No han podido pedir hipoteca, de forma que han puesto todos los ahorros en la reforma y han tenido que optar por préstamos personales, que tienen un interés más elevado. “Es un problema también por el seguro del hogar. Las empresas se guían por el catastro, de forma que nosotros tenemos asegurada una casa con una cocina. Solo una cocina. Pero en realidad, hay tres”. Y han tenido que hacer cambios también con los contadores. “Las facturas son para todo el hogar. De forma que oficialmente tenemos solo un contador de agua y de luz. Pero en realidad hemos colocado contadores individuales para poder controlar cuánto gasta cada uno”. 

El reto de la convivencia

Joana asegura que con sus padres han encontrado la manera de respetar los espacios y a la vez hacerse compañía. “Nos cuidamos. Me ayudan mucho con los niños, y pienso que el día de mañana me irá bien poder estar cerca de mi madre para poderla cuidar. Las residencias no solo son deprimentes, también son carísimas”. Está de acuerdo Leo: “Un día oí que alguien había caído y pedían ayuda. No lo habría oído si no hubiera estado ahí cerca”. Pero también admite que fue extraño volver a la casa donde había nacido. Y asegura que han tenido que hablar mucho toda la familia para dejar claros los límites. “No solo lo he tenido que hablar con mis padres. Ha sido clave que mi pareja y la pareja de mi hermano se lleven bien. Y que todos compartimos una serie de normas y visión de cómo nos tenemos que relacionar”. 

Diálogo es precisamente la palabra que repite con insistencia el psicólogo mediador Javier Wilhelm, que afirma que la crisis de 2007 llevó a ver a muchas familias volviendo a compartir espacios, y que ya quedó claro que era básico establecer un diálogo. “El hijo que vuelve no es el hijo que se marchó. Y los padres –ahora ancianos– quizás no tienen ganas de hacer de padres. Es importante poner límites”. Asegura que el aprendizaje más importante del 2007 fue la necesidad de evitar los abusos hacia los más grandes. “Para los abuelos puede ser bonito que vuelva a haber gente en casa, pero se tiene que ir con cuidado. Quizás no tienen ganas de hacerse cargo de los hijos o de los nietos . Y no tienen obligación de hacerlo, porque están en un momento de la vida diferente”. 

Marc lo tiene claro. Asegura que lo han pensado todo conjuntamente. Y que en su nueva casa habrá espacio incluso por si algún día hace falta cuidar a sus suegros: “Si alguien me hubiera dicho hace 10 años que volvería habría dicho que no. Ni en broma. Pero el mercado está como está. Y las relaciones con la familia cambian cuando tienes hijos. Ahora la perspectiva es diferente”. 

Una fórmula ilegal y que puede conllevar el derribo o multas

“Hacer construcciones como estas es ilegal. Vulnera el uso previsto”. Así de contundente se expresa el profesor de derecho administrativo de la UB, Domènec Sibina. Explica que las sanciones pueden ir desde el derribo de la parte construida hasta multas económicas. Pero tiene prescripción: pasados 6 años sin que te hayan detectado, no te pueden impedir que lo uses. “Pero una cosa es que puedas vivir ahí y no te multen, y otra, que lo puedas regularizar”, expone. 

La clave de todo es el planeamiento urbanístico. En todos los casos que aparecen en este reportaje la calificación es de vivienda unifamiliar. Esto significa que legalmente solo existe una casa. “Esta calificación es importantísima porque te abre la puerta al resto de cosas: desde tener la cédula de habitabilidad hasta los contadores de la luz propios”. Y, lo que es más importante, remarca, cuando lo tengas que vender "constará como una única unidad”. 

De hecho, hay mecanismos para conseguir que se puedan llegar a considerar viviendas separadas, pero Sibina afirma que es un proceso muy complejo, “con múltiples dificultades desde el punto de vista administrativo”.  

En cualquier caso, señala que este no es un fenómeno nuevo: “Esto ya pasaba. La diferencia es que en la medida que se complica el acceso a la vivienda, se tensionan los problemas de siempre. Y lo que antes hacía un porcentaje mucho más pequeño, ahora se multiplica”.

El misterio: ¿cuántos casos hay?

La dificultad radica en saber en cuántas casas o pisos está pasando. “Es un fenómeno oculto, es imposible tener datos”, afirma Albert Sales, investigador del Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona. Según explica, la situación del mercado inmobiliario está haciendo crecer las fórmulas para aprovechar mejor las viviendas, ya sea con finalidades lucrativas –como puede ser el realquiler de habitaciones– o con la creación de nuevos espacios para poder ayudar a los hijos. Pero en cualquier de los dos casos se hace difícil, por no decir imposible, estudiar bien el fenómeno. El problema son las herramientas. Porque el principal instrumento que existe para saber qué está pasando es el padrón, y la realidad es que tiene muchas limitaciones, porque a menudo no está actualizado. De hecho, muchos jóvenes se marchan de casa y siguen empadronados en el domicilio familiar.

“Lo que hay de fondo en estos casos es la cuestión de las oportunidades intergeneracionales”, dice Sales. “Hubo una generación con acceso a vivienda. Incluso en el caso de los que cobraban rentas no muy altas. Y ahora ven que no pueden ayudar a los hijos si no tienen dinero en efectivo para poder pagar la entrada de una hipoteca”. En cualquier caso, Sales remarca que quien se puede permitir hacer esto está, a pesar de las dificultades, en una situación de privilegio. “No todo el mundo dispone de un jardín o metros cuadrados de sobra para construir una casa”, afirma. 

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