Empiezo este artículo con pereza porque reflexionar sobre la lengua es muy pesado, también para mí, llega a ser molesto porque toca un punto muy íntimo, el de la libertad, es decir, la moral. Hablar de lengua es hablar de moral y moralizar es desagradable.
Últimamente he leído en este diario opiniones como que el bilingüismo es una suerte para el catalán o que hacemos un grano demasiado sufriendo por el idioma. No me extraña, siempre apetece esconder la cabeza bajo el ala, también hay quien niega el cambio climático, pero estos llamamientos a no hacer del catalán un problema sólo sirven para devolverlo invisible. No hagáis un problema, nos dicen. Pero cuando un problema no hace un problema, simplemente lo eliminas –el problema, sí, pero también el catalán–. Los políticos son unas máquinas en esto. Lo llaman convivencia y sentido común, pero si protestas eres un talibán. Forma parte de la historia universal de la opresión.
En la Costa Brava, el paisaje es un estorbo importante para el negocio inmobiliario. Se empieza relativizando la importancia de este paisaje y acaba por no verlo. La mayoría de alcaldes y gente de por aquí ya no es que no se quieran el paisaje o que encuentren bien vendérselo: es simplemente que no lo ven. Primero desaparece en la cabeza y después físicamente.
El idioma retrocede en todas partes y los responsables te dirán siempre que es por un bien superior –la audiencia, el negocio, incluso, santa perversión, la independencia–. Sin embargo, culturalmente no hay superiores. Cuando aquí se presenta un libro o se hace una clase o una entrevista en castellano, puedes justificarlo como quieras, pero culturalmente es un retroceso porque contribuye a la muerte de la máxima consecución cultural humana, que es un idioma, en este caso el catalán . Es una escuela de sumisión y enseña a los jóvenes a desentenderse, naturalmente: no se responsabilizarán ellos de nuestra dejadez.
Acabaremos consiguiendo que hablar catalán sea maleducado. Si no nos hacemos cargo de la lengua, si encontramos que no es necesario, ¿cómo debe valorarla alguien que no es la suya? Si te desentiendes de la ropa y la dejas ensuciar y vas por el mundo con harapos, te dirán sucio y te vetarán el paso.
A fuerza de hacerlo neutro como si no importara –de neutralizarlo–, el catalán va perdiendo la vida. Pero también va robusteciendo la conciencia de los hablantes que ven la trampa. Abandonado por los políticos, hasta que vengan tiempos mejores el catalán es una fuerza y una defensa personal. Cada uno es responsable de su propia libertad. Mantenerse fuerte en el idioma mejora la autoestima y esto te hace más valioso, interesante, inteligente y respetable.