Crítica de series

Dahmer: el asesino en serie que pudo seguir matando gracias a la policía

La serie de Netflix sobre el carnicero de Milwaukee ofrece una inesperada lectura racial del caso

Evan Peters a la serie de Netflix sobre el asesino Jeffrey Dahmer
3 min
  • Ian Brennan y Ryan Murphy para Netflix
  • En emisión en Netflix

A lo largo de los interrogatorios y el juicio al que lo someten en la nueva serie de Netflix, Jeffrey Dahmer insiste en decir que no está loco. La demencia parece la explicación más lógica ante un hombre que asesinó a 19 chicos, además de practicar con algunos de ellos la necrofilia y el canibalismo. No es la primera vez que la ficción aborda a uno de los asesinos en serie más escalofriantes de la historia reciente. Incluso uno de sus antiguos compañeros de instituto, Derf Backderf, publicó un cómic autobiográfico, Mi amigo Dahmer, que inspiró el muy recomendable film del mismo título. Y ahora el tándem Ian Brennan y Ryan Murphy ha estrenado Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer, que aporta algunas perspectivas menos habituales al sobresaturado subgénero de los psicópatas.

Como el propio protagonista, la serie tiene claro que estamos ante un personaje siniestro al que no hay que justificar. Sin contexto previo de su pasado (esto vendrá más adelante), el primer episodio arranca con Dahmer (Evan Peters) desplegando su estrategia de caza, captura y sometimiento de un joven en una discoteca. Dirigido por Carl Franklin, un grande del cine negro contemporáneo, el episodio consigue generar una atmósfera malsana alrededor del personaje y del piso donde vivía y mataba. Como le pasa a su vecina Glenda (Niecy Nash), notamos cómo el hedor y la podredumbre impregnan el ambiente. Este capítulo y el siguiente, todavía más terrorífico, juegan con el suspenso aterrador de relatar en tiempo casi real el miedo de las víctimas cuando se ven acorraladas.

La serie nos adentra así en el terror, pero sin recrearse en el morbo de un caso lleno de detalles sórdidos. Se trata de transmitir el miedo insoportable de estos jóvenes y no de hacer lucir los horrores desplegados por el carnicero, que también se apuntan. Las grandes olvidadas de tantas ficciones sobre psychokillers, las víctimas, cobran aquí diferentes protagonismos. El sexto episodio, por ejemplo, se centra en la vida de Tony Hughes (Rodney Burnford), un modelo sordo con el que, según la serie, Dahmer llegó a establecer una relación cariñosa antes de matarlo. Los creadores nos muestran a la persona detrás de la víctima, celebran una vida luminosa que se acabó muy pronto y convierten este episodio en el más cautivador de todos... a pesar de que la víctima indirecta a la que se va dando cada vez más foco es Glenda.

Un retrato complejo

Dahmer ofrece un retrato complejo del caso, de los orígenes y de las repercusiones. Entre los diferentes escenarios en los que se mueve encontramos la inmersión en la escena gay underground de la época; el drama familiar de un hogar tóxico y unos padres sobrepasados; la evolución del chiquillo que acaba siendo algo más perturbadora que el extraño de la clase; la importancia en la cultura norteamericana de cuestiones religiosas como el perdón, la salvación y el castigo, o el fenómeno de convertir en estrellas pop a los criminales más abyectos.

Pero, entre estas diferentes perspectivas alrededor de Dahmer, destaca la denuncia de un sistema policial que no solo no fue capaz de encontrar al asesino sino que estuvo implicado directamente en una de las muertes. La serie, de hecho, acaba ofreciendo un incisivo retrato sobre la discriminación racial en los Estados Unidos a través de un homicida que a partir de un determinado momento, y después de haber violentado a varios chicos blancos, persigue sobre todo a jóvenes afroamericanos o de origen asiático porque se da cuenta de que sus vidas no importan a la policía. En un panorama, el de las series, en el que se rinde culto sistemático y acrítico a los cuerpos policiales como héroes cotidianos, se agradece la denuncia contundente de las inercias racistas, la inoperancia sistemática y la autoindulgencia corrupta de algunas fuerzas de seguridad.

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