22/01/2025
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En el paseo, a la derecha del ayuntamiento, donde había habido hace pocos años un bar de bocadillos, ahora hay un dar kebab –palabras turcas que quieren decir "carne a la parrilla que va girando", y que vendría a ser la hamburguesería de los pobres–. Seco en la barra con unas patatas fritas. Por la ventana veo el mar. El ambiente es portuario pero me recuerda más a una escalera que hice una vez en el aeropuerto de Estambul. Gente de todas partes, de un matrimonio jubilado europeo a unas kellys sudamericanas. No existe ninguna mujer entre los trabajadores del local. En la mesa de mi lado, dos adolescentes negros hacen un menú kebab de ternera y pollo con coca-colas. Un exprime el bote de mayonesa sobre las patatas fritas y el otro está abducido por el TikTok y arrastra abajo vídeos de fútbol y de baile en la pantalla del móvil. Un culo del Mediterráneo en el momento de la segunda coronación de Trump.

Detrás de la barra, una gran pantalla de televisión pasa unas imágenes mudas que no sé interpretar. La cámara se mueve sin prisa por una calle peatonal bastante vacía –lea: selecto– de tiendas caras. Como un peatón, se acerca a los escaparates, se mueve hacia el fondo de la calle, atraviesa de una acera a otra. Intento adivinar qué calles son y en seguida veo que no corresponden a mi ciudad, es decir que la pantalla no funciona como una ventana afuera ni quiere ser publicidad turística. Es un vídeo ambiental, como los de chimeneas encendidas o calles bajo la subida que ofrecen las plataformas de estríming. Acabo deduciendo que son calles de París, porque existen muchos negocios Saint Laurent. Son tiendas de lujo, de ropa, perfumes, el tipo de fantasía donde imaginas a los jugadores de fútbol de los vídeos que el chaval de mi lado va pasando en TikTok. La cámara se acerca a un escaparate de última moda infantil, después vuelve atrás y continúa hacia el siguiente negocio.

El contraste entre estas calles y tiendas lujosas y la humildad de un local apretado de sillas de escay rojo y que sucia resalta el poder envolvente del lujo, la capacidad de convencimiento y aplazamiento, su esencia triunfal, como de papel de plata. ¿No debería sublevar, pero, más bien, aquí dentro? Pienso en la coronación de Trump y en cómo el lujo inaccesible no causa violencia a los clientes del kebab, porque nadie se engaña. Es un lujo limpio como un ramo de flores. No hace ningún tipo de chantaje moral. Está allí, despojado de toda idealización, deplorable incluso, prostituido y tan banal que nadie dirige la mirada aparte de mí, es un lujo humillado y vencido, sometido a ser una pura decoración, como un trofeo de caza.

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