Desearía que los hombres hicieran su propia revolución

Voy a ver la obra Play off, escrita por Marta Buchaca, donde siete actrices interpretan un equipo de fútbol aficionado que juega un partido decisivo. En la escena final cada una de las jugadoras suelta un montón de frases enunciando miedos y deseos en los que todas nos sentimos reconocidas. Es un momento muy potente porque retrata lo que ahora podemos hacer las mujeres: contarnos. O como dice Cristina Fallarás, relatarnos. Es un proceso imprescindible y sanador que nos da voz después de siglos de silenciamiento sistemático. Repito, siglos.

La fortuna ha querido que en el mismo momento lea el libro What about man? de la Caitlin Moran. Moran explica que el patriarcado no sólo nos silencia a nosotros, también silencia una parte importante del sentir de los hombres. Cuando naces hombre se te educa dando por supuesto que te va a gustar el fútbol o el deporte. Que no tendrás miedo. No explicarás que estás triste. O que no vas a cuestionar el machismo de los demás hombres, sobre todo de los que tienes al lado. Moran en su libro disecciona cómo se comunican los hombres y destaca el deporte como tema que los une y el cachondeo y el humor como forma. Un humor que actúa como pantalla para evitar explicar cómo se sienten en realidad. Porque en todos los encuentros de mujeres siempre hay un espacio para compartir cómo estamos y el equivalente en los hombres es una charla de todo y más con mucho humor, pero que nunca llega a la auténtica intimidad. Se pueden explicar que se han separado, pero rara vez lo hacen llegando a fondo y todo se queda en la superficie. Y lo que parece una limitación sin más tiene consecuencias muy graves. Porque la mayoría de los hombres no cuentan con ningún espacio seguro en el que no se sientan juzgados como frágiles por los demás hombres. No explican que se encuentran mal y que temen ir al médico, ni los motivos por los que se sienten infelices, o que viven una crisis vital o de pareja. Es una olla de presión que acaba explotando en la cara y, sobre todo, nos explota a las mujeres.

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En el libro, Moran señala que todo esto nos pasa una factura muy alta en términos de salud pública (los hombres van mucho menos al médico, al psicólogo y al psiquiatra) y de salud social. Y que, atención, los únicos que han ocupado este espacio para que los hombres puedan explicarse son los influencers de la extrema derecha. La misoginia que acusa al feminismo de odiar a los hombres y de haber ido demasiado allá. Nuestros jóvenes se les encuentran en las redes y sienten que, al menos, alguien se les dirige. Que alguien les ve.

Como feminista desearía que este momento de eclosión de la voz de las mujeres sirviera también para que los hombres hicieran su propia revolución. Que salieran del armario de forma masiva para denunciar lo que el patriarcado les presiona a ser ya hacer. Que se lo dijeran entre ellos. Que dijeran lo suficiente a una manera de ser hombre agresiva y violenta que les encarcela en un silencio sobre lo que tienen en su interior. Y que lo hicieran sin ponernos a las mujeres en el punto de mira. Y menos aún, sin acaparar un espacio que o es compartido o volverá a ser patriarcado.