Homenotes y danzas

El enamorado de los trenes que se convirtió en marqués

El ingeniero Eduard Maristany contribuyó en muchas de las grandes obras ferroviarias de Cataluña

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Eduard Maristany Gibert 1855-1941

A lo largo del siglo XIX, en todo el mundo, una cantidad ingente de fortunas se escolarizaron por el pozo del ferrocarril, una innovación tecnológica que cambió la economía mundial pero que requería grandes inversiones y costaba mucho rentabilizar. En Cataluña conocemos con detalle los casos del mataronense Miquel Biada y del vilanoví Francesc Gumà, que dedicó buena parte de su patrimonio a la obsesión por las vías de hierro. Pero en el país existe otro personaje capital en este sector. Eduard Maristany provenía de una familia con raíces profundas en el mundo del tren, y su abuelo, de hecho, ya había sido presidente de varias compañías primigenias.

Con estos antecedentes, Maristany optó por estudiar ingeniería y con el título bajo el brazo comenzó su relación con el ferrocarril: primero en la administración pública (como técnico del regulador estatal) y después en el empresa privada, en una época en la que las compañías eran conocidas por las siglas de su trazado. Así, su primer trabajo en una firma privada fue en TBF (Tarragona-Barcelona-Francia).

Sus amplios conocimientos los fue plasmando en manuales que serían textos de referencia durante muchos años. En 1890, antes de cumplir los 35 años, ya era el ingeniero jefe de una obra ferroviaria muy delicada, la que comunicaba el Priorat con la red de trenes española, que entrarían por el sur del país. El principal obstáculo del trayecto era atravesar la sierra de Pradell-l'Argentera, una muela de roca que separa a Reus de Falset. El túnel que diseñó -el más largo del Estado en ese momento gracias a sus cuatro kilómetros- fue motivo de elogio y le valió, varios años después, el título de marqués de la Argentera (1918). Además, se daba la triple condición de que la obra fue financiada, diseñada y ejecutada íntegramente por catalanes, circunstancia que fue motivo de orgullo en el país. A partir de ese momento, Maristany pasa a ser toda una celebridad de la ingeniería, por lo que las apariciones en la prensa son constantes hasta que se jubiló. La fama de buen gestor le permitió acceder a cargos fuera de su ámbito natural, como es el caso de la presidencia de la química Cros, que ocupó entre 1916 y 1941.

Siguiendo con la sopa de letras de las compañías, tras la fusión de la MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante, un negocio vinculado a la familia Rothschild) con la TBF, donde trabajaba Maristany, sus responsabilidades se ampliaron de facto en toda la red catalana de la compañía resultante de la operación. Una década después, hacia 1908, sustituyó al suizo Nathan Süss para convertirse en el máximo responsable de la empresa, de alcance estatal. Por eso su vida se fue orientando cada vez más hacia Madrid, hasta residir de forma permanente. En 1930 presidió el Congreso Internacional de Ferrocarriles que se celebró en Madrid, pero a partir de 1934 empezó a reducir la actividad y dejó el cargo de primer ejecutivo de la compañía para convertirse en consejero.

Un hecho menos conocido de la vida de Maristany es su intervención en uno de los edificios más emblemáticos del país, el palacete de Mas Solers (en Sant de Pere de Ribes), que fue hasta hace pocas décadas la sede del Gran Casino de Barcelona. El caso es que antes de que la familia Suqué Mateu lo convirtiera en un glamuroso salón de juegos, el propietario había sido el propio Maristany, que había adquirido la propiedad a un miembro de la estirpe de banqueros Girona para levantar una casa palacio. La ciudad que le vio nacer, Barcelona, ​​le rindió homenaje con la avenida Marquès de l'Argentera, un paseo que une, como no podía ser de otra manera, la Estación de Francia -de la que fue el impulsor- con el Parque de la Ciutadella. Se trata de una calle muy importante de la ciudad y la continuación del eje entre el paseo de Isabel II y el paseo de Colón.

Por cierto, precisamente este 2021 el título de marqués de la Argentera ha cambiado de manos, porque ha saltado de la cuarta generación a la quinta, ahora representada por Luis Fernando Pilón Vilà, tataranieto de nuestro protagonista.

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