Nunca un fracaso merece quitarse la vida. Ni que la pareja que amas te abandone, ni que quedes arruinado "de por vida" por un "malnegocio". Las cosas pueden girarse. Los motivos por los que alguien decide quitarse la vida pueden esfumarse (o no). Pero si se esfuman, o pierden fuerza, es mejor no tomar una decisión irreversible. Quien se encuentra en el fondo de un pozo, no lo ve así, claro.
Cuando el empresario Javier Camps supo que su proyecto de construir la Torre de las Aguas del Besòs había fracasado –lo que suponía que había perdido su fortuna invertida (y la que había invertido su familia, amigos y conocidos)– se desmontó. Completamente solo –era soltero–, en la oscuridad, con una lámpara de aceite, escribió que por sus venas corría agua salada. Al día siguiente subió a la torre que tanto esfuerzo le había supuesto y se lanzó al vacío.
El motivo del fracaso: la mala calidad del agua, que contenía un exceso de sal, algo que no la hacía apta ni para el riego. Y eso que antes de construir la torre se había realizado un esmerado estudio del agua freática, procedente del río Besòs, y destacaba tanto por la calidad como por la cantidad. "Hubo una temporada de fuerte sequía, y el agua del mar penetró en la capa freática. Se suspendió el abastecimiento", dice Jordi Fossas, presidente del Archivo Histórico de Poblenou. "Subiremos 311 escalones", precisa Jordi, que conoce este edificio como la palma de su mano. O casi. "Lo que no sabemos es cuántos ladrillos hay en total. Lo intentamos calcular con un programa informático: sin éxito", explica Fossas.
De todas formas, la torre almacenó y abasteció agua durante diez años, de 1882 a 1892. Era un negocio redondo. Barcelona crecía y crecía... y tenía sed. Con el agua de esta torre, Barcelona pasaba de tener 15 litros habitante/día a 30 litros habitante/día, muy lejos, sin embargo, de otras ciudades como Roma (500 litros habitante/día).
Mientras vamos subiendo va explicando de forma muy amena –se nota que hay "paseado" un montón de grupos– curiosidades de la torre. Lo hace por capítulos. Cada capítulo en un rellano de la subida. Así es más ligera. De fuera, se ve una escalera exterior (la hicieron porque por dentro no se podía subir, ya que estaba rellena de tuberías, que ahora ya no están). Me daría impresión subir. Pero nosotros subimos por dentro.
Ahora estamos justo encima del depósito de agua, ahora vacío. Unas luces recrean con bastante acierto el agua que contenía (hasta 600.000 litros). Se oye ruido de agua, como de una ducha. Fue grabado en la torre del agua del Tibidabo, situada cerca del parque de atracciones, casi en la cima. Esta torre sí sigue activa. Es obra de Josep Amargós y Samaranch, de 1905.
¡Ya estamos en la cima! En realidad la torre no es excesivamente alta, pero el hecho de que se encuentre algo distanciada de inmuebles altos le da buena vista. El mar parece más cerca de lo que es. Y Mallorca también: en días limpísimos incluso ven la sierra de Tramuntana quienes tienen buenos ojos (o buenos prismáticos).
Desde 1929 hasta 1990 la torre tuvo una función no prevista inicialmente: en la empresa MACOSA, heredera de la metalúrgica Can Girona, el agua le iba muy bien para enfriar rápidamente el hierro.
De modo que la torre ha tenido tres funciones. "¡Quién iba a decir que sería hoy un mirador de primera!", digo. "¡Poco podía imaginarlo Javier Camps! En la vida todos tenemos proyectos. Mejor llevarlos a cabo, aunque no salgan bien. Porque el auténtico fracaso es no intentarlo", reflexiona Jordi.
"Fíjate en esta chimenea", dice. Está cerca de dónde estamos, al lado de la montaña. "Es de hormigón armado", añade. Es la última chimenea que se hizo en Barcelona, en los años 60, cuando la industria de Poblenou ya hacía tiempo que se languía. Mide unos 64 metros, uno más que la torre donde estamos ahora. La hicieron algo mayor porque así el humo no tenía ningún obstáculo. "¿Por qué dirías que no se derriban las chimeneas?", me reta. "Porque son un símbolo del patrimonio industrial", le respondo. "Pues no. Porque cuesta dinero y haciéndolo, prácticamente no se gana superficie, a diferencia de lo que sucede con las naves de una fábrica", explica.
"Aquí estaba el Camp de la Bota. Era una zona de barracas, totalmente menospreciada, y hoy es uno de los lugares de Barcelona donde es más caro el metro cuadrado de una vivienda", explica Jordi, mientras señala hacia los edificios situados en primera línea de mar. ¡Cómo se ha vuelto la tortilla!
La torre es claramente modernista. Fue diseñada por Pere Falqués, conocido sobre todo por ser el autor del conjunto de farolas y bancos del paseo de Gràcia barcelonés. Falqués era jefe de bomberos y arquitecto municipal de Barcelona, dos cosas que no tienen mucho que ver; la acumulación de responsabilidades políticas que no tienen que ver no era algo tan extraño en aquella época; tampoco actualmente. Falqués ya había realizado –era la suya opera prima– la reforma de la cúpula de la iglesia de Sant Andreu, que se derrumbó y causó siete muertos. Lo siento, en este artículo han salido más muertos de lo que me esperaba.
Se izaba la bandera republicana durante el franquismo
"Haga buen tiempo o no, hagamos las visitas guiadas a la torre. Y si hace viento puedes estar resguardado", dice Jordi Fossas debajo de la torre, donde hay una pequeña exposición de la historia de la edificación, con algunas piezas singulares, como una tapa original de alcantarillado del inicio de la compañía y una bandera republicana. "Cada 14 de abril, día de la proclamación de la Segunda República, se izaba esa bandera en lo alto de la torre", me dice. No es que sea pequeña, pero allá arriba pasaría bastante desapercibida. Ahora, en "plena democracia", esta actividad no se realiza.
Numerosos artistas han representado esta torre: Ramon Calsina, Josep Maria Subirachs, Miquel Vilà, entre otros. Precisamente la plaza en la que se encuentra la torre ha sido bautizada con el nombre de Ramon Calsina.