La historia del espía de 58 centímetros que se hacía pasar por un niño pequeño
En plena Revolución Francesa, un joven de Orleans sacó provecho de su cuerpo para espiar y obtener secretos militares
BarcelonaÉsta es la historia de un espía que hizo tan bien su trabajo, que poco se sabe. De hecho, ni sabemos su nombre de pila. Sabemos su apellido, así que es conocido como Monsieur Richebourg. Algunas personas han llegado a dudar de que realmente existiera, ya que sus aventuras parecen surgidas de las páginas de un libro de Julio Verne o de Alejandro Dumas. Pero existió, tal y como consta en documentos oficiales en los que se habla de él y donde se atestiguan pagos por el trabajo realizado. Así que después de consultarlo con historiadores, los responsables del Libro Guinness de los Récords decidieron anunciar que Monsieur Richebourg sería reconocido como el espía más pequeño de la historia: un espía de apenas 58 centímetros de altura. Ésta es su historia, aunque también sería interesante preguntarse a quién se le ocurrió crear la categoría de espía más pequeño. Hay gente para todo, ya se sabe.
Richebourg nació en 1768 en la ciudad de Orleans, un feudo aristocrático en aquella Francia en la que cada vez más personas se atrevían a hacerse una pregunta en voz alta: ¿había que tener rey? Orleans era una villa de extremos, ya que era la capital del ducado más importante. El duque de Orleans solía estar siempre en París, junto al rey, ya que eran familiares directos. Una ciudad con palacios y jardines, por un lado... y pobreza por otro. Hay debates sobre dónde pasó sus primeros años de vida. Hay quien dice que vino al mundo en una familia aristocrática de Orleans. No de las más ricas, pero acomodada. Esto le habría ayudado para recibir una buena educación y que no le faltara de nada en una época en la que tener un hijo enano significaba incomprensión. Muchos eran abandonados, de hecho. Era una época dura y cruel, en la que una persona que nacía en un cuerpo que dejaba de crecer tenía pocas opciones de hacer una vida normal. Algunos terminaban en el circo y otros, al servicio de los ricos, que consideraban divertido tener un enano entre sus criados. La segunda teoría dice que precisamente éste fue el destino de Richebourg, que habría nacido en una familia sin recursos y habría acabado trabajando en un palacio al servicio de un señor que le habría pagado una buena educación. Hay quien dice que llegó a trabajar en el palacio de los duques de Orleans, de hecho.
Sea como fuere, cuando estalla la Revolución Francesa, Richebourg ve cómo un mundo se acaba y nace uno nuevo; y que el proceso para pasar de un mundo a otro será traumático. Así fue, puesto que la revolución deja ríos de sangre sobre los adoquines de las ciudades y los caminos de los pueblos. Se cortan cabezas, el verdugo que acciona la guillotina hace horas extras, los países vecinos toman partido y, dentro de los movimientos revolucionarios, las facciones se dividen. Francia se convierte en un caos y, cuando hay sidral, hay oportunidades para gente vivaracha como Richebourg, que se ofrecerá a una de las facciones de revolucionarios para traer información de Orleans a París. Inicialmente, su tarea habría sido ésta, traer documentación, ya que los soldados no desconfiaban de una persona pequeña. Entonces, rápidamente se dio cuenta de que, como la gente confiaba en una persona como él, también podía utilizarlo para espiar y para obtener información. ¿Informó a los revolucionarios de lo que ocurría en el círculo cercano de los duques de Orleans? No tenía ninguna prueba, pero tenía sentido que la hubieran reclutado, ya que conocía a aquellos palacios. Parece que siempre trabajó a sueldo de los revolucionarios, pero sin casarse con ningún bando en concreto. Espiaba ahora para los jacobitas, ahora por los gerundenses, ahora por quien pague.
La Revolución Francesa, de hecho, fue la era de oro de los espías, uno de los trabajos más antiguos del mundo. Espías ha habido siempre, pero durante aquellos años se espiaba tanto que había un clima casi paranoico, y la gente desconfiaba de los desconocidos que aparecían en un café o una taberna. Cientos de personas fueron ejecutadas acusadas de espiar. Y seguro que algunos eran inocentes. El nacimiento de una nueva sociedad provocaba que apareciera el periodismo militante y el espionaje moderno. Y Richebourg sería uno de esos espías. Y de los buenos, ya que nunca le pillaron. No podemos culpar a los soldados de no capturarlo, pues lo que hacía Richebourg era sorprendente.
Básicamente, su gran táctica era hacerse pasar por un niño pequeño. Aprovechando que era pequeño, se rapaba, se afeitaba y se escondía en una especie de cochecito para niños. Solía actuar con una cómplice, que hacía el papel de madre o de niñera, paseando al niño espía. Parece que la táctica era dejarle cerca de soldados, políticos o personas que debía espiar. Ellos no sospechaban de un cochecito y la hacían charlar. A veces habrían llegado a dejar el cochecito con Richebourg dentro de un puesto de guardia de soldados, para ver si oía noticias interesantes. Si también llevaba un biberón, forma ya parte de la leyenda. Por supuesto, con el paso del tiempo se han exagerado mucho sus hazañas, pero sí está documentado que utilizaba esta táctica del cochecito. Otra táctica que utilizó más de una vez fue hacerse pasar por un niño perdido. Una anciana iba a una comisaría de policía llevándole de la manija, afirmando que le había encontrado perdido. Richebourg aprovecharía el hecho de estar dentro de las instalaciones para averiguar qué intenciones tenían los policías con algunos de los presos, en una época en la que diferentes bandos luchaban por el poder.
Con el paso de los años, por la ciudad empezó a correr el rumor de que existía un espía que era muy pequeño y se disfrazaba de niño. Siempre hay gente que no cierra la boca y cuando el primer contacto que se enteró de la táctica de Richebourg empezó a difundirla, su vida empezó a correr peligro. Los historiadores no pueden explicar si la información que recogió en sus años de espía fue muy o poco importante, ni si fue clave en la que capturaran y ejecutaran a personas en la guillotina o si ayudó a provocar cambios de poder. Seguramente, la información que obtenía no era la más importante, dada su táctica. Unos soldados haciendo guardia en una calle no debieron saber grandes detalles de lo que ocurría. Sea como fuere, su carrera de espía acabaría una vez supo que ya se sabía de su existencia.
Lo que hizo el resto de su vida no se sabe. Pero sí sabemos que murió con 90 años en París, en 1858. Consiguió sobrevivir a una época en la que miles de personas perdieron la vida y muchas, la cabeza. Pensadores, revolucionarios, soldados, aristócratas y reyes no salieron adelante. Él lo logró. Las crónicas dicen que murió disfrutando de un alto nivel de vida. Quizás supo invertir lo que había ganado haciéndose pasar por un niño pequeño.