¿Por qué hombres y mujeres se abrochan la camisa en diferentes direcciones?

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Interior de una tienda de ropa de Girona, en una imagen de archivo.

¿Os habíais dado cuenta de que los botones de las camisas se abrochan diferente si eres mujer que si eres hombre? Ellos lo hacen de izquierda a derecha y ellas al revés. La razón de base es que entre el 85% y el 90% de la población es diestra. Pero este dato, pese a ser determinante, no responde a la pregunta. Esto nos conduce al segundo factor: que hombres y mujeres han sido ancestralmente considerados diferentes y eso ha condicionado aspectos tan irrelevantes como el abrochado de la ropa.

Los botones existen desde hace milenios, pero hay que decir que, hasta mediados de la Edad Media, eran puramente ornamentales. Fue entonces cuando se inventó el ojal y, con él, un sistema de cierre que ha sobrevivido con pocas alteraciones hasta nuestros días. Al principio, solo los utilizaban los hombres, porque las mujeres se ajustaban mucho más el vestido al torso y necesitaban sistemas de más presión, como cordones.

Pese a que las mujeres también acabaron incorporándolos, los botones eran sobre todo elementos de alarde de clase para los hombres. Profusamente ornamentados y considerados joyas, eran de los componentes que más encarecían su indumentaria. En el siglo XVIII el botón cambió la forma de bola por la plana y amplió sus posibilidades decorativas al incluir desde retratos en miniatura hasta escenas históricas. Cuando en el siglo XIX la indumentaria de los hombres se hizo más discreta, con sus botones pasó lo mismo y los relevaron las mujeres, que ornamentaron más los suyos. A finales del XIX la camisa se convirtió en un símbolo de la clase trabajadora y requirió cierres más económicos, y así nacieron los botones con cuatro agujeros. El reinado en solitario del botón duró hasta la década de 1930, cuando se generalizó la cremallera.

En cuanto a la diferencia de cierre, hay múltiples hipótesis, todas con cierta lógica, aunque esto no las hace verídicas, porque ninguna está del todo confirmada. Una es que en los estamentos privilegiados, mientras que los hombres solían vestirse solos, a las mujeres las vestían siempre sus sirvientas, ya que su indumentaria era más complicada. Por tanto, el cerrado al revés estaba pensado para la comodidad de quien las vestía. Una segunda explicación es que el hombre no dejara de empuñar la espada con la mano derecha, incluso cuando se vestía con la izquierda, teniendo en cuenta el pillaje propio de la Edad Media, que obligaba a estar siempre en guardia. El abrochado de la mujer también permitía sujetar al bebé con la derecha, mientras se desabrochaba la blusa con la izquierda para dar el pecho. Además, al montar a caballo, la mujer colgaba las dos piernas por la esquina izquierda y, con el abrochado de los hombres, quedarían más visibles las aberturas.

A pesar de la incertidumbre de los orígenes de esta práctica, está claro que ahora mismo ni llevamos espadas, ni vamos a caballo al trabajo, ni nos visten, a menos que estemos en una situación de dependencia. Pero, sin embargo, hombres y mujeres seguimos abrochándonos diferente, sin que nos animemos a unificarlo. Es un muy buen ejemplo de aquellas prácticas aparentemente banales que, como "siempre se han hecho así" y "al fin y al cabo son insignificantes", seguimos perpetuando, como testimonio silencioso, pero vivo, de la desigualdad entre sexos.

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