Patrimonio de agua dulce

La huelga que logró la jornada de las 8 horas

La central hidroeléctrica de Camarasa

Central hidroeléctrica de Camarasa.
11/08/2025
4 min

Las condiciones de trabajo de quienes hacían la presa y la central hidroeléctrica de Camarasa eran de lo más duras. Para intentar mejorarlas, se creó un sindicato. Reconocido al principio por la empresa, logró ganancias, como el cobro de quince días por despido. Un día, en la entrada de la obra, la empresa, inquieta por la fuerza del sindicato, pidió a la Guardia Civil el registro de los trabajadores. Éstos se negaron, e iniciaron una huelga que pedía el fin de los cacheos y aumento de sueldo, pero pronto incluyó como principal reivindicación la jornada laboral de ocho horas. La huelga duró casi mes y medio, gracias al apoyo de la CNT. Con el dinero que se recogía de afiliados y simpatizantes, los huelguistas camarasinos cocinaban cada día un rancho que les permitía subsistir. La lucha se extendió y llegó a Barcelona. Pasó a dirigirse a La Canadiense (nombre con el que se conocía la Barcelona Traction Light and Power, de la que formaba parte Riegos y Fuerza del Ebro, la empresa constructora de la toma de Camarasa). En enero de 1919 se había convocado una huelga en Barcelona, que se abortó por una fuerte represión y llevó a prisión a Salvador Seguí, entre otros instigadores. Pero en febrero se reanudó la protesta, llamada de La Canadiense, que logró la publicación de un decreto que establecía la jornada laboral de ocho horas para todos los trabajadores del país. Gracias, pues, a la chispa de Camarasa se logró la jornada de ocho horas.

Hemos llegado a la central después de pasar tres puertas. Tiempo atrás estas medidas de seguridad eran impensables. No había casi ningún impedimento para acceder a ellos. No era raro que un jubilado de la empresa entrara con su familia a saludar a sus excompañeros sin ningún permiso.

En una pista de tierra que nace en la carretera que va del pueblo de Camarasa en el embalse ya hay una barrera. Una vez pasada, al poco de ir en coche, nos detenemos para ver un conjunto de casas abandonadas. Corresponden al Campamento de la Isla, donde residían los directivos de la central. Tenían piscina, escuela, tenis... ¡y el té preparado a las cinco de la tarde! (el director y otros ingenieros eran ingleses). "Mi bisabuela materna aprendió aquí a hacer galletas de té. Ella y el bisabuelo –que trabajaba en la central– vivían allí", explica Marc Miret, actual responsable de la central de Camarasa. Marc es miembro de la cuarta generación que ha trabajado en la central. Y si hilamos delgado de la quinta: el suegro de su bisabuela era un guardia civil jubilado –con mostacho, de aquellos que daban miedo–, que hizo de listero.

"¿Qué se hará de todas estas casas?", se pregunta Francesc Rosell, ingeniero y asesor energético, que me acompaña. Xavi Segura, meteorólogo del ARA, que también me acompaña, imagina que podrían alojar escaladores, pero enseguida se desdice: "No, los escaladores suelen dormir en la suya furgo. Quizás para excursionistas. Aquí está el magnífico desfiladero de Mu, entre otros atractivos", sugiero.

La segunda puerta que pasamos es una verja situada al inicio del puente que atraviesa el Segre. Y finalmente, la tercera, la de entrada en el edificio de la central.

La presa se dio en un paso estrecho –claro, para gastar el mínimo hormigón–, allí donde había un puente (el Puente del Diablo) sobre el Noguera Pallaresa, justo antes de la confluencia con el Segre. Al ser un lugar de difícil acceso necesitaron un funicular y unos cables aéreos para trasladar el material de un lado a otro de la obra. Y como no había ninguna explanada tuvieron que excavar la roca, "hicieron un diseño vertical, en pisos. Cada parte del ciclo productivo está en un piso", apunta Rosell.

"El personal especializado que hizo el pantano de Sant Antoni, en Tremp, vino después a hacer el de Camarasa", explica Miret cuando estamos en la sala de alternadores. Me fijo en las escaleras: hay dos caracoles, muy bonitas, que seguro que son originales. Y otra bien vertical, más moderna, que permite acceder al primer piso.

Dentro de la central hay una interesante exposición tituladaCamarasa, 1917-1923. Tiempo de avances tecnológicos y lucha obrera, comisionada por la historiadora Dolors Domingo. La muestra ofrece curiosidades de la construcción de la presa, como por ejemplo las filtraciones que hubo, que se taparon con un material muy resistente al agua. Y un montón de datos. Leemos que la presa se construyó en los años 1918 y 1919. "Hoy con este tiempo no tendríamos ni aprobados los estudios e informes que se requieren para realizar proyectos infinitamente menos agresivos, pero totalmente imprescindibles, como un parque solar o un parque eólico", dice Francesc.

Estamos de nuevo en el puente que atraviesa el Segre. Es curioso: trae más agua el afluente, el Noguera Pallaresa –donde está la presa y la central–, que el Segre –donde hay una minicentral–. El canal Segarra-Garrigues, y el canal de Urgell, Segre arriba, ya se han comido parte del agua.

Por último, hacemos unos pocos kilómetros de carretera para ver el pantano, enorme. Allí Marc subraya que esta agua es principalmente (un 90%) para el riego de los cultivos. Francesc aboga por que los pantanos catalanes jueguen un papel clave en el almacenamiento de la energía. "Hay que hacer, donde sea posible, que las centrales hidroeléctricas sean reversibles", dice. Es el momento de la voz de los expertos. "Los embalses catalanes de la Confederación Hidrográfica del Ebro, como éste de Camarasa, también sufrieron mucho la sequía, aunque empezaron a mejorar antes que los de las cuencas internas, y ahora superan el 80%. Pasamos de un extremo a otro en tan sólo un año y pico. Esto es lo que provoca el 'flex' cambio. sequía ha sido el último aviso. Hay que apostar cada vez más por agua regenerada o de las desalinizadoras.

Cuando las conversaciones por teléfono las oía toda la familia

Cuando sólo había teléfonos fijos, las conversaciones por teléfono las oía toda la familia. " El padre, técnico de la central, no hablaba mucho de trabajo, pero... sentía lo que decía por teléfono. El recuerdo más antiguo que tengo es oír el «riiing» a cualquier hora, en las doce de la noche, e incluso a las dos oa las tres de la madrugada. Mi padre se levantaba de la mesa del cena, o de la cama, e iba a resolver alguna avería. Cuando había una importante crecida de río, se le veía inquieto. Y yo, tranquilamente, cogía la bicicleta para ver el espectáculo de cómo iba el río lleno", rememora Marcos.

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