Cuando las imágenes servían para contar la vida
El poder evocador de la fotografía es posible que adquiera, en la vejez, un significado distinto, especialmente si la vida la has vivido con voracidad. Me hacen pensar en ello dos escritoras que coincidieron en la manera de repasar su trayectoria dos años antes de morir.
Una es la periodista y escritora Françoise Giroud. Fue guionista de Jean Renoir y asistente del premio Nobel de literatura André Gide. Durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de la resistencia contra la ocupación nazi. De convicciones liberales, fundó y dirigió la revista El Express hasta que el presidente Giscard d'Estaing la hizo ministra de la Condición de la Mujer, la primera de la historia de Francia. Despenalizó el aborto y salió adelante políticas de igualdad en los años 70. Bajo el gobierno de Raymond Barre se convirtió después en ministra de Cultura. Fue amiga íntima de las grandes personalidades de la política, literatura y cine. Publicó una decena de libros y biografías.
En 2001, dos años antes de su muerte, publicó Donde no pudo paso être heureux tout le temps, una recopilación de textos que nació de una manera singular. Un día, malhumorada por los achaques que le provocaba la vejez, arrojó al suelo un cajón lleno de fotografías. Seleccione una cuarentena y cada imagen se convirtió en una historia: "Es una manera muy poco ortodoxa de construir un libro, pero está más cerca de la memoria... que de las memorias", escribió Giroud.
La otra periodista es Janet Malcolm. Nació en Praga en el seno de una familia judía y en 1939, cuando ella tenía sólo cinco años, emigraron a Estados Unidos, intuyendo la tragedia que le esperaba en Europa. Se formó en la Universidad de Michigan y desde las páginas del New Yorker se convirtió en uno de los nombres fundamentales del periodismo literario estadounidense. Su ensayo El periodista y el asesino es considerado un clásico del periodismo. Nunca temió la controversia, destacaba por su capacidad de análisis y de autocrítica, era hábil en el reporterismo y experta en fotografía. Quizá por eso su última obra es Imágenes vividas. Fotografía y memoria (Arcadia, 2023), una recopilación de textos que también nacen a partir de fotografías personales. Malcolm desconfiaba de la biografía como género literario. Consideraba que la memoria no era ninguna herramienta para el periodista. Malcolm es directa, exigente y destila un sentido del humor que convierte su última obra en un legado de sabiduría. Parece que desafíe sus propias convicciones, resistiéndose a hacer una autobiografía pero abocándose a repasar su trayectoria a partir de instantáneas de su vida. Convierte las fotografías en estimuladoras del recuerdo, pero sólo como pruebas fehacientes de una experiencia.
Tanto en Giroud como en Malcolm las fotografías les permiten tomar distancia de sí mismas. Hablan más de los demás que reflexionan sobre el propio camino. Más que una voluntad de introspección profunda, es como si pusieran la vida en una balanza para convencerse de todo lo que vivieron sin orden cronológico.
Las fotografías nos permiten fijar el recuerdo, pero a su vez lo distorsionan.
¿Qué es más traidor, el recuerdo o la imagen? En cualquier caso, son las imágenes escogidas las que facilitaron a ambas periodistas trazar el largo camino. Como un acto instintivo, ambas las utilizan para reexplicarse en su vejez.
En un tiempo de tanto desperdicio visual, que acumulamos en el móvil, en un futuro será difícil reevaluar nuestro trayecto vital cuando se acerque la hora.