Jimmy Fallon, Whoopi Goldberg y otros comediantes en el esperpéntico encuentro con el Papa

Deje que los comediantes vengan a mí
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La semana pasada, el papa Francisco recibió en audiencia a más de cien humoristas de todo el mundo. La inmensa mayoría eran italianos, pero entre los asistentes estaban también Conan O'Brien, Julia Louis-Dreyfus, Whoopi Goldberg, Jim Gaffigan, David Sedaris y Stephen Merchant. El acto se convertirá en una de las operaciones de marketing más valiosas del Vaticano, al dibujar una imagen de modernidad y amabilidad de la Iglesia sin precedentes que, por supuesto, es una farsa. El cónclave de comediantes, digno de una distopía grotesca, ha sido muy oportuno después de que se filtrara el comentario homófobo del Papa. Muchos medios han reaccionado por inercia ante este montaje y han celebrado el clima distendido y risueño que ha rodeado al Papa. Los humoristas se convirtieron en simpáticas hermanitas de la caridad y se acercaron al líder de la Iglesia como si fueran payasets inocentes, como si hicieran monerías a un niño pequeño. Una de las fotografías oficiales del Vaticano, con la cámara situada detrás del hombro del Papa, refleja a la perfección este infantilismo acrítico: muestra Jimmy Fallon, Chris Rock, Stephen Colbert y Mike Birbiglia medio genuflexionados, eufóricos, saludando con sus manos, compitiendo por llamar la atención a un animalillo de una jaula de un zoo. Se oían los protagonistas de un milagro.

Los diferentes comediantes expresaron que ni ellos mismos sabían qué hacían allí. Julia Louis-Dreyfus definió el espectáculo como bizarro, extraño. Y lo era porque el contenido del encuentro era de una incoherencia esperpéntica. El papa Francisco pretendía celebrar el humor ajeno a la realidad mundial y la mediática: “El humor no ofende, no veja, no castiga a las personas en sus defectos. Mientras que hoy en día la comunicación genera a menudo confrontaciones, ustedes saben hacer confluir realidades distintas y en ocasiones incluso opuestas. ¡Debemos aprender tanto de ustedes!”, dijo un Francisco condescendiente. Chris Rock, famoso por su humor machista y chapucero, hacía de monaguillo beato e iba diciendo que sí a todo. “En medio de tantas noticias oscuras, inmersos en grandes emergencias sociales e incluso personales, ustedes tienen el poder de difundir la paz y las sonrisas. Unen a la gente, porque la sonrisa es contagiosa”. En su discurso, el Santo Padre se atrevió a hacer un Papaexplaining aleccionando a los asistentes sobre los engranajes de la risa, explicando que si él hacía palmo y pipa esto haría más gracia. Hizo el gesto, una gracieta pusilánime como si cometiera una irreverencia. Es ese humor timorato, ridículo y antiguo. El chiste apocado de cura con aroma de escluso.

El Vaticano ha sabido convertir a los humoristas de todo el mundo en influencers oportunos, en una Iglesia desesperada, que envejece mal. Parecía un episodio de Black mirror en la que éramos testigos de la resurrección de una Iglesia que en vez de modernizarse ha logrado convertir el mundo entero en retrógrado. Hace quinientos años la Iglesia veía la risa como una subversión. “La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe, porque sin miedo, el demonio ya no tiene necesidad de Dios”, advertía fray Guillem de Baskerville en El nombre de la rosa. Ahora la Iglesia utiliza la risa para parecer mejor. Deje que los comediantes vengan a mí. El encuentro de humoristas fue un buen descuido de la homofobia, la pedofilia y el sesgo de los derechos de las mujeres. El humor está muy bien, pero ¿dónde queda la moral? Antes de agachar la cabeza frente a un líder debería tenerse en cuenta que también abrazas lo que representa. El humor, cuando quiere ser influyente, debe tener también compromiso. “Fight the real enemy!”, sentenció hace más de treinta años la añorada Sinéad O'Connor mientras desgarraba la foto de Juan Pablo II. Y así estamos. Una broma.

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