Filmin ha estrenado la segunda temporada de La delgada línea azul (Tunna blå linjen), uno de los éxitos de la televisión sueca. Y, sobre todo para los que no han visto la primera, es un buen momento para recuperarla al completo. Los protagonistas de la serie son los policías de la comisaría del barrio más conflictivo de Malmö. En esta segunda etapa muestra, con sutileza y acierto, un retrato de la pospandemia. Como el covid y el confinamiento han afectado a la población: movimientos alternativos que se rebelan contra los protocolos sanitarios y apelan a la libertad, precariedad laboral y explotación de inmigrantes y conflictos derivados de los problemas de salud mental.
La principal virtud de La delgada línea azul es que no se trata de una serie de héroes y heroínas, sino más bien todo lo contrario. Hombres y mujeres que, pese a vestir el uniforme, se equivocan, fallan y luchan contra sus propias contradicciones y dramas. Intentan poner orden en la calle mientras a menudo son incapaces de enderezar unas vidas personales y emocionales caóticas y complicadas. De hecho, la comisaría y la policía son una excusa perfecta para retratar lo más importante de la serie: múltiples situaciones humanas vinculadas a la realidad más impopular de Suecia, como el racismo o los grupos ultras. Pese a que la ficción nunca logra ser un retrato fidedigno, sí hay una pretensión realista. La delgada línea azul huye de los tópicos del género policial que se recrea en el dramatismo de los casos y en una épica en la acción de sus protagonistas. Hay más tensión que disparos y las miradas cargadas de intención desempeñan más papel que las pistolas y las persecuciones. Si bien en la primera temporada podías pensar que había un cierto componente de propaganda del estamento policial, en esta segunda más bien tienes la sensación de que se aprovecha para hacer cierta denuncia también de las condiciones laborales de los policías y de la gestión del cuerpo. Un aspecto muy interesante del guion es la narrativa en torno a las redes sociales. A lo largo de cada capítulo, a medida que las subtramas se resuelven, se sobreimpresionan en pantalla tweets de la sociedad reaccionando al trabajo policial: más críticas que elogios, a veces justificadas y casi siempre desinformadas. Denuncias inflamadas y valoraciones morales hiperventiladas que reaccionan a titulares informativos que no explican los detalles de los hechos. La serie juega a este contraste entre los acontecimientos tal y como se han producido y lo que interpreta o deduce a la ciudadanía, entre los matices y la complejidad de cada caso y lo que graban las cámaras de los móviles de algunos ciudadanos.
La perspectiva policial permite subrayar con más énfasis la dualidad entre las acciones y las emociones, y los dilemas que ello conlleva. En una sociedad cada vez más crispada y polarizada, cualquier espectador puede reconocer la realidad de su país, las polémicas y los conflictos que cada mañana lee en el diario, oye en la radio o voz en televisión.