Amor y pimienta

¿Cuándo llega el momento de formalizar una relación?

Sigue diciendo a sus amigos que no tienen ninguna historia, que no son pareja, que sólo se están conociendo

No las tenía todas, cuando empezaron a ir juntos hace un año. "No salimos, sólo nos estamos conociendo", decía a las pocas personas a las que se atrevía a insinuar el principio de algo. Ella, escaldada, salía de una relación nefasta que le había dejado la piel llena de pólvora. Las heridas todavía estaban demasiado tiernas para volver a caer a la intemperie. Además, ese individuo con el que había compartido piso una temporada y futuribles, insistía en no dejarla tranquila. Una especie de gota malaya que todo el mundo sabe que como método de tortura psicológica es imbatible. Que si un mensaje aparentemente banal para sostener el contacto, que si un poema a altas horas de la madrugada. O una canción. Que si la propuesta de un encuentro que él anulaba dos horas antes de quedarse. Que si más mentiras, que si todas las mentiras. Que si un corazón, o dos o tres, en cada una de las publicaciones que ella realizaba en las redes. Informaciones de él que hacía llegar vía algún amigo en común y que disparaba con el único objetivo de desactivar al enemigo.

A ella le costó mucho deshacerse de todo aquello, deshacerse de todo el arsenal. Arrancárselo de la piel. Su olor, su voz, su dominio siempre de la situación, de cualquier situación. De las cosas que dejó expresamente en el piso pequeño que compartían: las botas de escalada, la chaqueta de la moto, el cepillo de dientes, dos calzoncillos, su camisa favorita. Un póster de Banksy enmarcado, el del soldado enmascarado arrojando un ramo de flores. Fue complicado no estar pendiente de la persona a la que le había entregado el cuerpo y el alma, pero aún fue más complicado volver a creer en ella, en sus capacidades, en su forma de entender el mundo. Volver a tener ganas de hacer cosas. Reconstruirse. Reencontrarse. Sobrevivir en la guerra.

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Por eso, cuando sin quererlo se encontró quedando más de tres veces seguidas para ir a tomar algo con ese chico con quien coincidían en defensa personal, se asustó un poco. Sobre todo cuando él le insinuó algo de manera muy discreta para no ahuyentarlo. A ella se le encendieron todas las alarmas, ya partir de entonces decidió boicotear cualquier mínima posibilidad. Que si era demasiado mayor, que si tenía un hijo pequeño con su ex, que si no le convenía, que si tenía poco pelo, que si tenía los pies planos, que si sudaba demasiado en clase. Que si trabajaba en un restaurante con una estrella Michelin de la ciudad y su nombre era demasiado conocido. Claro que esto ella lo supo mucho más tarde.

"No salgo con él. Sólo nos estamos conociendo". Intentó convencer a su hermana. Sus padres. Las amigas más íntimas. Sus compañeros del diario, de la sección de internacional donde ella trabajaba ya quien les había llegado que ella volvía a tener pareja.

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Él recuerda que la primera vez que pisó su casa, ella le obligó a mirar una película. Era la historia de una reportera de guerra estadounidense, especialista en el mundo árabe. Una mujer que tenía una voz ronca y que llevaba el ojo izquierdo tapado a causa de la explosión de una granada mientras informaba de la guerra civil de Sri Lanka. Una mujer que ganó todos los premios periodísticos del mundo, pero que tenía una personalidad complicada. Adicta a la adrenalina, inconsciente, alcohólica. Una mujer que pasaba por encima de todo lo que podía y más. Hasta que la muerte la encontró a ella.

Ella le advirtió que aquella mujer era su referente, que aspiraba a ser como ella. Le dijo, claro, para darle miedo, pero sobre todo para protegerse.

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Ella se acostumbró a hablar en condicional, a no bajar la guardia. A estar siempre alerta para que esa relación, esa no-historia, como decía ella, no la atrapara con el pie cambiado. Para que la historia no se repitiera nunca más.

Hace un año que van juntos, cada vez comparten más horas, no están tan pendientes de los ojos o los "qué dirán si". Han dejado de ir a defensa personal dos veces por semana y tal vez, eso, sea más síntoma de lo que piensan. Ella lee todas las entrevistas que le hacen a él por el restaurante, pero aún no le ha pisado, "no sea caso". Y sigue diciendo a sus amigos que no tienen ninguna historia, que no son pareja, que sólo se están conociendo.

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Hace un año que van juntos y él le ha regalado una caja donde dice: ésta es "nuestra no historia". Está llena de fotografías. De una comida, de un paisaje, de un lugar al que han ido juntos. De sus manos, de sus ojos. También una foto velada. Una no foto. Pero, en cambio, no hay ninguno juntos, porque ella no quiere que haya rastro. Aunque reconoce cada uno de esos recortes, cada uno de los momentos vividos con él en el último año.

Empieza a ser consciente de ello. Cree que quizás ya haya llegado la hora de enterrar el napalm.