BarcelonaSi quieres conseguir que una moda se instale con eficacia entre el público masculino, existe una estrategia que nunca decepciona: conectarla con alguna guerra mundial. Sabemos que muchos hombres piensan a diario en el Imperio Romano, pero no lo real, sino lo que nos han ficcionado desde Hollywood, donde el exceso de testosterona, con epidermis untadas y musculaturas hipertrofiadas son las grandes protagonistas. Pero, claro, hoy por hoy, estamos lejos de hacer que las sandalias de caña alta, las togas o las falditas de gladiador penetren en los armarios de los hombres de hoy en día. Por tanto, en el ámbito de la moda, más que la Roma Imperial, las grandes guerras del siglo XX son el sueño húmedo de toda indumentaria de masculinidad normativa. Y, entre toda la abundancia de piezas que se han derivado del campo de batalla, las gafas Ray-Ban de aviador ocupan un puesto de honor.
El nacimiento del concepto actual de gafas de sol lo encontramos a mediados del siglo XIX, a raíz de los primeros exploradores polares y la necesidad de proteger los ojos del blanco deslumbrante de la nieve. Un complemento que empezó a hacerse más habitual con la normalización de vacaciones a destinos de costa, hacia principios del siglo XX. Una tendencia que, paralelamente, se vio reforzada por la proliferación de automóviles y motocicletas que requerían gafas tintadas protectoras. El glamour del Hollywood de los años 30 fue un grandísimo generador de tendencias en moda y, cuando el gran público se habituó a ver estrellas de la gran pantalla intentando pasar desapercibidas tras unas gafas de sol, ese complemento de moda, además de práctico, quedó asociado al glamour. Y entre la prescripción médica y la sofisticación, la protección y la elegancia y el explorador y el actor, tan sólo faltaba el tercer agente que las convertiría en un imprescindible de la estética de todo hombre de verdad: el aviador.
El ejército estadounidense encargó en 1929 unas gafas que ofrecieran un campo de visión claro y que redujeran los reflejos del sol, los cuales provocaban a menudo dolores de cabeza en sus aviadores. A raíz de este encargo nació la empresa Ray-Ban –un nombre que alude a la protección frente a los rayos infrarrojos y ultravioleta– y el icónico modelo Aviator. En un inicio, la montura era de plástico, a fin de evitar un excesivo enfriamiento, debido a que los pilotos se movían habitualmente en temperaturas muy bajas. Pero, rápidamente, la sustituyeron por la icónica montura dorada, con cristales tintados de verde de grandes dimensiones, para cubrir la máxima superficie de visión. Y finalmente la forma de lágrima lateral que, a su vez, dejaba el rastro de un bronceado característico que, más allá de llevar las gafas puestas, prolongaba y amplificaba el aura de poder, masculinidad, dureza e infalibilidad de las gafas.
Y, si con esto no tuviéramos suficiente, el actor Tom Cruise dio el último toque de efecto cuando, en 1986, interpretó al piloto de guerra protagonista (Maverick Mitchell) de Top Gun. Un personaje que encarna al supermacho por antonomasia de los ochenta, hinchado de egocentrismo y loco por la velocidad, ya sea a través de su avión de combate, como de su Kawasaki GPZ 900 R. Una moto que, después de que Maverick hiciera numerosos caballitos en la película, hizo que la marca japonesa pasara a ser mundialmente famosa. Una competitividad testosterónica que llevará a Cruise a querer ser el mejor piloto ya luchar para conseguir que la guapa estereotípica del filme acabe sentada de paquete en la moto, mientras él ve la puesta de sol a través de sus Ray-Ban Aviator, sintiendo de fondo el Take my breath away. Una épica que poco debe envidiar a la del Imperio Romano y que en su momento, además de conseguir que este modelo de Ray-Ban se vendiera como churros, se consideró uno de los reclutamientos en el ejército más exitosos de la historia.