Las matemáticas y la burocracia educativa

Ante las alarmas por la palmaria crisis de resultados académicos, el departamento de Educación de la Generalitat concibió el pasado curso un plan para mejorar las competencias en matemáticas llamado Florence, en homenaje ala enfermera Florence Nightingale, por su contribución al desarrollo de modelos matemáticos. La convocatoria para que se acogieran los centros que lo desearan se hizo a finales de curso, en junio. La oferta era para 120 escuelas y 80 institutos durante tres años, a fin de que, entre otras cosas, pudieran incrementar entre 1 y 4 las horas semanales de matemáticas. Pero ahora se ha sabido que sólo se apuntaron 87 centros. Han quedado vacantes, por tanto, 113 plazas, más de la mitad. Resulta inexplicable. Algo se ha hecho mal. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo puede que ante los problemas evidentes de una asignatura troncal no exista un sentimiento generalizado de urgencia? Empezar a medio gas es un triste síntoma. La distancia entre administración y docentes se ha convertido en un grave problema: manda la desconfianza.

Es evidente que para remontar los resultados educativos, en matemáticas o en lengua, hace falta tiempo y recursos. Pues bien, en cuanto al factor tiempo, de momento muchos centros habrán perdido un curso para empezar a dar un salto adelante cuando paradójicamente habrían podido tener ayudas garantizadas. Porque en esta ocasión el proyecto Florence estaba bien dotado a través de 7,9 millones aportados por el gobierno del Estado, con los que está previsto aportar a las escuelas e institutos material didáctico y formación específica. La convocatoria, presentada a final de curso y seguramente no suficientemente explicada ni explicitada, ha hecho que muchos equipos de maestros pensaran que simplemente les supondría más carga de trabajo y dejaran pasar la oportunidad. De modo que una parte relevante de los potenciales beneficiarios se abstuvieron de apuntarse. Este otoño se hará una nueva convocatoria: para ir bien, debería haber peleas por entrar en la lista.

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Todo ello denota lentitud y una preocupante falta de motivación. La burocracia administrativa es pesada y el desgaste de los docentes hace el resto. Hay que dar una vuelta a este tipo de pesimismo que se ha instalado en el sistema educativo. Para que las cosas se muevan es necesario un cambio general de actitud y hábitos. Toca de una vez pasar página a los agravios, por muy justificados que sean, y poner el contador a cero.

Florence parece tan bien planteado como mal ejecutada su puesta en marcha. No se puede repetir un resbalón así. No hay más tiempo para perder para activarlo, para que se sumen 113 centros, aunque sea a medio curso. No podemos permitirnos más tropiezos o dilaciones. El mundo educativo está lleno de buenos profesionales, de alumnos con mucho potencial y de padres motivados. Y cada oportunidad perdida es un fracaso colectivo que alimenta la impotencia. No puede. El nuevo Govern tiene el reto mayúsculo y urgente de cambiar las dinámicas de la comunidad educativa.