Una jornada de trabajo en el campo, una celebración, una escena familiar, un paisaje o unas fiestas patronales. Instantes diversos de la vida cotidiana a los que nuestros antepasados ​​daban especial valor y consideraban dignos de inmortalizar en una fotografía. ¿Qué habrían pensado nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos de esta época nuestra en la que muchos de nosotros, desde la comodidad de nuestro móvil, nos hacemos diversas selfies al día y nos intercambiamos millones de imágenes banales a golpe de clic? Lo que para ellos era una vivencia única, digna de preservar y testigo valiosísimo de su existencia y de una época, se ha transformado en pocos años en algo efímero, cuyo valor caduca en pocas horas, pero que también refleja a la perfección cómo es nuestra vida y cómo son nuestros valores en este primer cuarto de siglo XXI.