¿Por qué está tan de moda el estampado de leopardo?

El estampado de leopardo, que engloba un amplio espectro de pieles de felinos, es una de las tendencias más omnipresentes ahora mismo en la moda occidental. Pero lejos de ser una novedad, es de los estampados más antiguos en moda, con unos orígenes emplazados en el Antiguo Egipto. Si bien un buen número de modas vuelven, nunca lo hacen de la misma forma y, en cuanto a la piel de leopardo, cuenta en su historial con numerosos retornos estelares, cada uno de ellos con significados bien diferentes, desde el empoderamiento sexual y el lujo ostentoso a la subversión del punk y la cultura trash.

La primera vez que Europa emuló la piel del leopardo en un estampado fue en el siglo XVIII, cuando, bajo el lujo desmedido y los tintes coloniales del exotismo rococó, encajó a la perfección con la indumentaria de hombres y mujeres. Ya en el siglo XX adquirió un protagonismo indiscutible con el filme Tarzán the Ape Man (1932), ya que la vestimenta reveladora y las pieles de Johnny Weissmuller (Tarzán) y Maureen O'Sullivan (Jane) supusieron una auténtica pasión por los estampados felinos. Entre las máximas defensoras estaba Josephine Baker que, además de convertir el estampado en un símbolo identitario arriba y abajo de los escenarios, tenía como mascota a Chiquita, un guepardo vivo con el que paseaba por los Campos Elíseos.

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En 1947 Christian Dior reavivó la tendencia con el vestido Jungle de estampado de leopardo, sobre el que el propio Dior advertía: "Si eres bonita y dulce, no lo utilices". Es que, aparte del alarde de riqueza, este estampado infunde socialmente en la mujer una dimensión indomable y depredadora como eco de la etiqueta machista de la femme fatale. Precisamente, por esta connotación de desinhibición sexual y de alejamiento de la idea de toma indefensa por ser cazadora que no se deja atrapar, vistió (o desvestir) con frecuencia pin-ups como Bettie Page o Jayne Mansfield, y también la Sra. Robinson en El graduado (1967) mientras devoraba a un jovencísimo Dustin Hoffman.

En 1962 el diseñador Oleg Cassini creó un impactante abrigo de piel auténtica de leopardo para Jackie Kennedy. Un detalle aparentemente insignificante que desembocó en una tragedia, ya que la venta de estos abrigos se disparó haciendo que un cuarto de millón de leopardos murieran para satisfacer la demanda. Esta leopardmanía nos llevó a momentos icónicos en moda, como el sombrero de Givenchy de Audrey Hepburn en el filme Charada (1963), recreando los sombreros pillbox de Jackie Kennedy. Una tendencia que dio pie a que Bob Dylan le dedicara una canción Leopard-Skin Pill-Box Hat (1966) para ridiculizar a las mujeres que utilizaban este complemento.

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La conciencia medioambiental hizo que en 1973 se aprobara la Ley de Especies en Peligro de Extinción y, en consecuencia y por estar en pleno auge del poliéster, el mundo de la moda empezó a ofrecer abrigos que simularan los auténticos, pero más asequibles. Como resultado, la moda se extendió de forma masiva. Precisamente por eso, un elemento que había identificado a las clases altas ahora llegaba a las bajas y entraba en el terreno del horterismo kitsch del "quiero, pero no puedo". Paralelamente, culturas como el punk y el trash lo utilizarían como arma de subversión del sistema, con figuras como Debbie Harry de Blondie, Sid Vicious, Steven Tyler y Kurt Cobain.

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Aparentemente, podemos pensar que los abrigos que imitan la piel de animales son inocuos, pero, según algunos expertos, su gran cantidad provoca una percepción tergiversada del estado de estas especies en el mundo y hace que creamos que hay en abundancia a pesar de estar en peligro de extinción. En cualquier caso, estas pieles que les sirven a los animales para pasar inadvertidos en sus hábitats, por el contrario, son para nosotros un elemento de visibilidad social que, lejos de conectarnos con la naturaleza, hacen que le demos la espalda aún más.