Patrimonio de agua dulce

Molina que molinarás

El molino de la Llavina

El molino de la Llavina
06/08/2025
3 min

El Molí de la Llavina es una casa solariega antigua –del año 1040– que se encuentra junto a la riera de la Llavina, que desemboca en el río Congost, en Centelles, bajo los riscos de Bertí, en una zona de campos que buena parte probablemente desaparecerá debido a la ampliación de un polígono. De modo que el Molino de la Llavina podría quedar aislado de su entorno natural.

Tiene molino, claro, el Molino de la Llavina. Conserva todas las piezas, pero, desgraciadamente, hace unos años que nadie lo pone en marcha. Y lo tiene todo listo para volver a funcionar. "Durante siglos molinó harina para el consumo propio y para muchas masías y casas del entorno. Últimamente funcionaba por las visitas, pero ahora ni eso: desde la sequía no ha vuelto a molinar", me explica Anna Maria, viuda de Josep Llavina. Ella vive aquí desde que tenía 17 años. Junto al molino "nuevo" incluso hay una rueda de madera –la turbina– del molino viejo. "El hierro era caro y se optó por la madera, de corazón de roble. Se encontró enterrada en el barro", me cuenta Anna Maria.

En esta masía hay dos balsas, una en una cota superior, de la que baja el agua –para manejar el molino–, y la otra en una cota inferior. La de abajo llegó a quedar seca hace unos años. Ahora está llena a rebosar.

"Cuando están llenas, como ahora, el abuelo decía que hay un millón de litros en cada balsa", me dice Martí Llavina, neto de Anna Maria. Debería calcularlo "a ojo", como se hacían las cosas antes. Pero es más que probable que acertara. "El abuelo era muy ingenioso. "Hizo una serie de estructuras para juegos de agua (como una rueda con catúfols que gira con el agua que proviene canalizada de la balsa superior, que sigue montada". Nos acercamos con Anna Maria y Martí nos siguen un montón de gatos, bien pecados. "¡Ten! no les ponemos nombre. Esto son cosas de los de ciudad", me responde Anna Maria.

Me sorprende ver junto a la balsa de abajo una barquita de remos, tumbada. Creo que es el "lago" más pequeño donde he visto que se navegue en barca. "Hace años que no se utiliza", dice Martí Llavina, miembro de la 19ª generación de los Llavina en este caserío de dimensiones bastante grandes. Está hecho para vivir en ella la familia extensa. Ahora viven diez personas de cuatro generaciones y queda espacio de sobra. Puedes estar en una zona de la casa y que nadie te vea todo un día. Conserva unas cuantas salas preciosas, con muebles robustos, ahora visitables para quienes realizan catas de los quesos que se elaboran. Sí, ya hace años que en el Molí de la Llavina se han "reinventado" haciendo quesos artesanales. Quesos de autor, precisan.

Una de sus especialidades es el queso azul, hecho con leche cruda de vaca frisona con pasta enzimática y textura cremosa. Tiene una corteza húmeda de hongo azul y un sabor intenso, mantecoso, algo picante.

Anna Maria me muestra algunos de los diplomas de los diversos premios de queso que han ganado. Acto seguido me cuenta que tiene muy buenos recuerdos de cuándo viajó a Hungría –menos del avión, que sufre mucho, incluso si va como una seda–. Fue varias veces, junto a su marido, Josep Llavina, en Túristvándi, pueblecito de Hungría, donde se celebraba un concurso de molineros. Explicaban las características de los molinos de Cataluña. El primer año, 2008, le ganaron.

En el Molí de la Llavina han recuperado la cava de piedra pómez. Su humedad y oxigenación la convierten en un lugar ideal para la maduración de quesos. Si entra en esta cava estará bien fresquitos. Es aquí donde estaba el primer molino.

Molino harinero... y trapero

El Molino de la Llavina empezó siendo un molino harinero. El agua llegaba desde la balsa de arriba. En la segunda mitad del siglo XVII la familia decidió que, donde había un molino podía haber dos. Y que si uno se dedicaba a moler grano el segundo podía ser un molino trapero. También intentaron hacer negocio intentando comercializar agua ferruginosa, de la Font del Ferro, que está justo debajo de la casa, junto a la riera. El agua debía llamarse "La Maravilla de la Salud". Pero en las botellas se convertía en turbia. No prosperó.

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