María Florencia Freijo: "Las mujeres sabemos hacer de todo en cama, menos pedir que se pongan un preservativo"
Politóloga
BarcelonaMaría Florencia Freijo tiene muy claro que la sociedad "no está preparada para las mujeres que de verdad quieren disputar el poder". Esta politóloga y activista feminista argentina –tiene 360.000 seguidores en las redes– escribió Decididas. Amor, sexo y dinero (Temas de Hoy), donde denuncia que las mujeres no tienen las riendas de su propia vida porque están sometidas todavía a unos mandatos machistas que las encorsetan y les impiden ser libres de verdad. En el libro bucea en la desigualdad que empapan el amor, el sexo y el dinero y anima a todas las mujeres a identificar los motivos que las frenan a tomar decisiones y empezar a controlar su vida.
Dices que las mujeres estamos muy limitadas a la hora de tomar decisiones porque el control está en otras manos, pero a la vez también tenemos limitaciones internas, ¿verdad?
— Sí. Actualmente, la sociedad nos está engañando con el mito de la mujer empoderada cuando en realidad todavía no hay igualdad, no hay una transferencia de las responsabilidades que se consideran tradicionalmente femeninas, no existe una distribución igualitaria de los usos del tiempo, de las cuidados, de los ingresos... El capital sigue en manos de los hombres, las voces que escuchamos son masculinas. Así que no sé de qué empoderamiento hablan. Yo me pregunto: ¿las mujeres realmente decidimos? Tenemos muy acotada nuestra capacidad de decisión y también sufrimos por culpa de las famosas barreras subjetivas, ya que las mujeres hemos sido maleducadas por creer que las tareas de cuidados nos pertenecen biológicamente a nosotros y que esto no es un trabajo de verdad; que trabajar es salir fuera de casa. Ésta es una de las primeras creencias subjetivas que nos limitan y debemos romper. Luego está la poca valoración social de las mujeres que nos frena, hace que no nos atrevamos a dar el salto, a hablar, es lo que activa el síndrome de la impostora.
¿Por qué la sociedad no mira igual a los hombres que a las mujeres?
— Esta reflexión la hago en el libro y surge de muchos nuevos estudios en el campo de la neurociencia que nos dicen que nuestro cerebro genera conceptos a través de mapas conceptuales que están formados en una cultura sexista y, por tanto, nos hacen reproducir conductas sexistas. La forma en que la sociedad mira a los hombres y mujeres proviene de los arquetipos construidos sobre qué significa ser hombre o ser mujer y esto se va formando desde muy pequeños a través de hechos que parecen anecdóticos como los juguetes o el mundo del entretenimiento.
¿Cómo cambiarlo?
— Es necesaria una fuerte incidencia en todo lo que educa, en la educación, es necesario intervenir en los contenidos, informarnos mucho y sobre todo animarnos a cuestionarnos siempre. La fórmula sería la educación, la conciencia personal y la reflexión autocrítica.
¿La educación está todavía marcada por los estereotipos?
— Sí, y esto se da porque todo lo que tiene que ver con el mal llamado universo femenino está en una situación de desprestigio. Esto comporta que las niñas de hoy para empoderarse deban jugar con coches, espadas o pelotas... porque todo esto que pertenece a un universo tradicionalmente considerado masculino y es valioso no nos parece ridículo ni caricaturesco. En cambio, si a un niño le regalamos una muñeca o cocinita o maquillaje, entonces sí que nos parece ridículo. Las familias no pueden aceptarlo porque lo peor que puede pasar a una familia sexista es que un hijo les salga gay. Muchas familias prefieren que su hijo sea un maltratador antes que gay. Así de profundo es el problema. Y es aquí donde debemos incidir, debemos cambiar el valor de lo que se considera femenino. Debemos dar valor a las tareas de cuidados, a la maternidad, a la gestión de las emociones, al cariño, a los oficios tradicionalmente femeninos como la docencia o la enfermería que todavía no tienen el prestigio que puede tener una ingeniería, por ejemplo . Entonces empezaremos a entender de qué va la igualdad.
Otro concepto del que hablas en el libro y que está muy arraigado en la desigualdad es la creencia de que las mujeres son intelectualmente inferiores.
— Ésta es una creencia que nos hace mucho daño y nos limita mucho. Las creencias forman parte de dimensiones subjetivas y son muy sutiles pero a la vez muy potentes. Hay que decir que no existe el género en el cerebro, lo que existe es una educación segmentada que acaba transformando y potenciando ciertas habilidades que después disfrazamos de biológicas y naturales, pero que no lo son. Así como jugar a muñecas potencia un mayor desarrollo de la empatía, jugar a videojuegos genera un mayor desarrollo de las habilidades visuoespaciales, que después se aplican a las ciencias exactas y duras. No es que los hombres sean mejores en estos ámbitos, es que con 5 o 6 años a las niñas ya les están diciendo que no son suficientemente buenas para las matemáticas y esto acaba repercutiendo en sus decisiones. Así, a lo largo de la historia, nos hemos encontrado con esta creencia como justificación, por ejemplo, por negarnos el derecho de voto porque decían que las mujeres éramos inferiores intelectualmente. Lo mismo ocurre a la hora de conducir cuando nos dicen que nosotros no sabemos lo suficiente, y es que hasta hace muy poco a las mujeres se nos trataba como tontos en muchos ámbitos. Pero hay otras creencias negativas como la que dice que somos muy emocionales –y eso tiene que ver con que tenemos las emociones a flor de piel por la cantidad de violencias que recibimos desde pequeñas–, o la creencia de que somos dóciles, discretas y buenas por naturaleza.
A este respecto, me pareció muy curiosa la reacción furibunda en la canción de Shakira donde se mete con Gerard Piqué. ¿Indignó a tanta gente porque rompe la idea de mujer dócil y discreta?
— Sí. Shakira desafió todos estos mandatos con esta canción, los rompió en mil pedazos y, claro, la gente no puede soportarlo. Además, el mensaje de reivindicar su autonomía financiera –cuando dice “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan"– también está muy mal visto porque durante muchos siglos se nos ha dicho que las mujeres que piensan y se preocupan por el dinero son malas mujeres.
Otro mandato todavía activo es el que presenta a las mujeres como objetos de deseo, no sujetos.
— Totalmente. Y vuelvo al concepto de concentrar el poder, que en este ámbito también está concentrado en ellos. Hoy en día para que una mujer sea vista como una que disfruta con el sexo debe seguir la educación sexual actual –que es el porno– y no tiene en cuenta el placer femenino. Es un modelo sexista y no sitúa a las mujeres como sujetos. Pero el problema es que, aunque tenemos mucha información sobre la sexualidad, no hemos logrado poner límites a una masculinidad que es avasallante. Las mujeres debemos incorporar el concepto de autocuidado, también en el sexo, pensar primero en nosotros. A mí me desespera ver que las cosas no han cambiado tanto como pensamos. Las mujeres sabemos hacer de todo en cama, pero no sabemos pedir a nuestro compañero que se ponga un preservativo y muchas nunca han tenido un orgasmo. Esto no puede ser.