El consultorio

¿Por qué no es necesario poner zapatos a las criaturas hasta que no caminan?

El contacto de los pies con el entorno es clave para las conexiones cerebrales y para afianzar las estructuras musculares de los bebés

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Uno de los temas que más dilemas despierta durante la primera infancia es la conveniencia o no de poner zapatos a los niños. A los bebés, tal y como subraya Albert Martínez, CEO de la clínica podológica MO, “los zapatos deben ser expuestos, no puestos”. Hablamos “de un cuerpo en crecimiento que necesita estímulos y un desarrollo donde nada pueda limitar el fortalecimiento de las estructuras”, sobre todo, insiste, en los primeros meses de vida, cuando “tenemos que priorizar más que nunca la funcionalidad sobre la estética”.

¿Cómo favorece el desarrollo cerebral el hecho de ir descalzos?

En la piel tenemos receptores sensoriales vitales para que el cerebro pueda tener un aprendizaje sobre dónde estamos. Por eso, puntualiza el podólogo, "las texturas, temperaturas y desniveles a los que se enfrenta el pie serán de gran ayuda para poder tener equilibrio cuando empiecen a andar".

También ayuda a fortalecer el sistema muscular ya mejorar la postura

Las estructuras que mantienen la postura son sobre todo musculares y ligamentosas. Por tanto, explica Martínez, “las musculares, si son fuertes y están estimuladas, ayudarán a tener una postura más eficiente, y responderán a tiempo a muchas necesidades a la hora de andar”. También es beneficioso a la hora de alcanzar metas como el giro, sentarse, ponerse de pie o empezar a caminar. La sensibilidad a la que hacíamos referencia antes, en palabras del CEO de la clínica MO, que colabora en el máster de podología pediátrica de la UB, facilitará todas estas situaciones. “Siempre será más fácil, al igual que ir sin guantes facilita la función de las manos”, señala. Martínez apunta, sin embargo, que, para aprender, nuestro cerebro "necesita información, que en este caso viene de los pies", por lo que, "si están calzados, este aprendizaje siempre estará más limitado".

Entonces, ¿en casa y en las guarderías deberíamos habilitar espacios para que los niños puedan estar descalzos?

Martínez afirma que hoy en día ya existe un protocolo en las guarderías para que al ir descalzos haya un peligro mínimo. "Y en casa no es muy diferente, no debemos tener tanto miedo", subraya. Y es que, a su juicio, el cerebro “aprende por experiencias previas y todas son necesarias para la principal función de nuestro cerebro: la supervivencia”.

¿Qué respondería a aquellas abuelas preocupadas para que el bebé pueda enfriarse en invierno si no lleva zapatos?

A pesar de ser cierto "que por los pies y la cabeza podemos perder temperatura", el podólogo resalta que "a menudo, estamos demasiado condicionados por creencias que nos limitan". En todo caso, matiza, "son creencias con poco rigor científico" y hay que saber "que el riesgo-beneficio compensa".

Y una vez caminan, ¿qué tipo de zapato deberíamos priorizar?

Para Martínez, las claves para elegir un zapato cuando empiezan a andar son tres: “Un zapato flexible en la suela, bien sujeta para que el pie no tenga movimiento dentro y así cualquier movimiento necesario se transmita al zapato de forma eficiente, y que disponga de un contrafuerte (la parte trasera) consistente para facilitar una óptima colocación del talón”.

¿Hay que alternar ratos de ir calzados y ratos de ir descalzos?

Martínez recomienda calzar a las criaturas “lo justo y necesario para aquellas actividades donde sea requerido, como la vida escolar o la práctica deportiva”. Aún así, si tienen la oportunidad de pasar ratos descalzos, siempre será positivo. “Al final –concluye– hablamos de momentos concretos, no de realizar actividades de impacto o recorrer largas distancias sin calzado, situaciones en las que serán necesarias una postura correcta y ciertas protecciones”.

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