Navidad

¿Quién no recuerda al Gulliver de El Corte Inglés?

El primer Cortyland fue el de 1979 y representaba una máquina de tren que llegaba a la estación

BarcelonaEste año no está Cortylandia en Barcelona. El Corte Inglés de la avenida Diagonal se ha quedado huérfano de este clásico de la animación y el espectáculo navideño, pero en su lugar se ha instalado una pista de hielo para disfrutar de una actividad de ocio tan invernal y festiva como el patinaje. La sede de los grandes almacenes en la Puerta del Sol de Madrid sí acoge el espectáculo La ciudad del tiempo, que supone el Cortylandia número cuarenta y seis, casi medio siglo de una tradición muy arraigada, que conecta muchísimo con el público infantil y que supone un buen corte de imaginario popular. ¿Cuál es el más recordado de todos? Sería una interesante encuesta de hacer. No creo que haya expertos en memoria Cortylandia como hay eruditos en Eurovisión, por ejemplo, que conservan, con pasión y tenacidad enciclopédica, el recuerdo de canciones, artistas, países y ganadores, pero no cabe duda de que el espectáculo 1985 ha quedado bien guardado en la memoria de muchísimos niños (y padres) que lo vimos con nuestros ojos. Es Gulliver, claro, el gigante más famoso de la literatura popular, que, inmenso, ocupaba la fachada de El Corte Inglés. Pesaba más de tres toneladas, movía arriba y abajo su brazo izquierdo y sobre la mano sustentaba a uno de los liliputenses que se encontraba en la playa desierta donde se despertaba después del naufragio. De la imaginación, fértil y fecunda, de Jonathan Swift, surgió este personaje, nacido para habitar en la imaginación y en los sueños de los niños que han leído sus aventuras y viajes y también los que le han disfrutado en forma de películas , dibujos animados y otras peripecias como la de esta mítica performance navideña.

Hoy, los blogs y páginas web de nostalgia ochentera son auténticas minas de oro, rescatadores de memoria olvidada, desempolvadores de imaginario. Así, por ejemplo, el Facebook de Barcelona Desaparecida colgó hace ya años una foto de la fachada de El Corte Inglés de Plaza Catalunya –aquella esquina redondeada de la ronda de San Pedro– de 1985. Y los recuerdos de muchísimos se dispararon , como un relámpago fulgurante. "Tenía nueve años y me entusiasmó", "Me acuerdo mucho y pensaba que nunca volvería a ver aquella imagen", "¡Ostras! ¡Qué salto atrás!", "Tenía seis años y el montaje me dejó boquiabierto, recuerdo que Gulliver abría y cerraba los ojos y hablaba con el liliputense que tenía en la palma de la mano. Después se abrían las ventanas de las casitas y todos cantaban una canción". Fascinando el nivel de minuciosidad del recuerdo, ¿verdad?

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El primer Cortyland fue el de 1979 y representaba una máquina de tren que llegaba a la estación, una imagen muy evocadora, el viaje en tren como aventura, un disparador para las imaginaciones desbocadas de los niños. El del Gulliver fue un punto de inflexión para transitar desde las animaciones espectaculares pero inconcretas de los primeros años hasta animaciones temáticas para el recuerdo: el circo, el arca de Noé, Don Quijote, Egipto, Aladino, el viaje a la nieve, El señor de los anillos, el caballo de Troya... Josep Maria Espinelva, coleccionista de cuentos clásicos infantiles y de todo el merchandising relacionado con ellos, valora como histórica aquella animación que este próximo año cumplirá cuatro décadas. Y al mismo tiempo valora muy positivamente que la iniciativa navideña de El Corte Inglés se haya prolongado tanto en el tiempo: "Las ciudades y los espacios públicos en general, también pueden explicarse a través de los espectáculos de calle, las ferias, las tradiciones estacionales, los adornos, etc". Por algún motivo, todavía hoy, el encendido de las luces de Navidad en el paseo de Gràcia se considera un evento que justifica que se pare el tráfico durante un par de horas.

¿Dónde iba a parar aquel Gulliver que tantos recordamos? Este tipo de paramentos, como las fallas, como los belenes gigantes, como los adornos de las fiestas mayores, suelen ser material fungible, efímero, no almacenable para la posteridad. Con contadísimas excepciones no se convierte en humo, se conserva tan sólo en el recuerdo de quienes lo testimoniaron. A veces somos legión.