El obispo para el cual hablar catalán era cosa del "demonio"
El valenciano Vila Martínez fue el ejecutor en Girona del anticatalanismo de Primo de Rivera
GironaAnte la designación, más o menos inminente, de un nuevo obispo para la diócesis de Girona, el Fòrum Alsina ha recordado que, en el estado español, venimos de una tradición de muchos años, y bajo regímenes diversos, de nombrar obispos con el fin de desnaturalizar el país.
El ejemplo más real de una actividad de este tipo lo encontramos en la presencia de Josep Vila Martínez, nacido en Benavites (Camp de Morvedre) en 1866, que fue el obispo de la dictadura de Primo de Rivera en Girona. Ingresó en la diócesis en marzo de 1926, con objeto de cubrir la vacante dejada por el mallorquín Gabriel Llompart, que el régimen dictatorial –con la connivencia del Vaticano– desplazó a Mallorca, puesto que lo consideraba poco dúctil a las tesis del gobierno.
De entrada, Vila Martínez no era anticatalán. El boletín del obispado remarcó que había escrito en valenciano sobre el amor a “nuestra lengua” y que conocía la cultura catalana: “En su biblioteca y casi diríamos en lugar preferente, se ven las obras de nuestros literatos, así en prosa, como en verso; conoce nuestra fonética, nuestra morfología, nuestra ortografía. El estado actual de nuestra literatura y de nuestra alma es honda y sabiamente por él apreciado y sentido”. No obstante, y siguiendo las orientaciones del régimen para combatir el catalanismo, actuó en Girona en sentido castellanizador o españolista. Nos lo dicen los que aplaudieron esta actitud, los clérigos que lo trataron y la prensa del momento que se mostró crítica hacia el prelado.
El demonio del catalán
Un informe enviado a la Santa Sede, en 1929, por un colaborador del cardenal Vidal i Barraquer, lo mencionó entre los prelados destinados en Catalunya que, en los últimos quince años, se habían distinguido por disminuir el uso del catalán en la predicación y la enseñanza del catequismo, con escándalo de los fieles, disminución de la eficacia espiritual y resistencia pasiva del clero. En cambio, un organismo del régimen, la Junta Ciudadana, lo felicitó en 1927, visto “el decidido patriotismo que inspiran todos sus actos”, porque “procura, sin descanso, y dentro de los medios con que en su elevado sacerdocio cuenta, que los sermones y la propaganda religiosa se efectúe en castellano”.
El obispo de Girona identificó el catalanismo con el demonio. Ramon Corts ha transcrito la respuesta que el obispo dio al jesuita Francesc Llorens, cuando este lo informó que la predicación de unos ejercicios para señoras en las Adoratrices sería en catalán: “¡Dios mío! El demonio ha tomado otra fortaleza”. Además, se le atribuyó una frase que definía la acomodación a las orientaciones políticas: “El hablar catalán constituye por sí mismo un acto antipatriótico”. Vila Martínez se dobló a las presiones del gobernador civil, y en 1927 ordenó la edición del catequismo en castellano. Abonó, pues, las tesis del gobierno, ciertamente, pero fracasó en el gobierno de la diócesis, por lo cual no tiene que sorprender que un gran sector de los sacerdotes no lo respetara, a pesar de que era un hombre caritativo, y de que tuviera que escuchar fuertes palabras de censura.
Caída la dictadura del general Primo de Rivera, en una pastoral de noviembre de 1930 declaró implícitamente que solo la monarquía y la dictadura eran los sistemas de gobierno no condenables por la Iglesia. Por el contrario, la república, la democracia, el comunismo, el sindicalismo, la enseñanza laica, etc. eran presentados como contrarios al orden, la religión, la patria y la familia. Fue un obispo beligerante contra la república antes de la II República.
Dimisión pedida
La proclamación de la II República, en abril de 1931, supuso para él, que era de talante integrista, un golpe muy duro. La prensa catalanista lo atacó directamente, porque no rectificó y en la catedral se predicaba en castellano. Fue tratado de “funcionario al servicio del régimen [de Primo de Rivera]; lacayo de las instituciones caducas y cegado puntal de todas las obsesiones anticatalanas”. Por eso se pidió su dimisión: “El hombre que dijo en una pastoral que el ser republicano y demócrata era un error condenado por la Iglesia no tiene derecho a sentarse en un lugar preeminente de una sociedad que es republicana y democrática”.
Una enfermedad le ahorró días de aposento al frente de la diócesis gerundense, pero le causó otros males difíciles de soportar. Murió en Valencia en septiembre de 1932. La escasa asistencia de sacerdotes a la misa que se celebró en la catedral de Girona certificó la divergencia y la hostilidad que el obispo de la dictadura había creado entre los propios subordinados.