Qué hacemos y qué pensamos hoy puede ayudarnos a tener una idea brillante en el futuro
Siguen durante 4 meses la actividad mental de una persona para demostrar cómo muchas de las experiencias que tenemos hoy siguen condicionando la plasticidad neuronal de mañana
Cada día, cuando nos levantamos por la mañana, nuestro cerebro es ligeramente distinto a como era el día anterior. Los eventos que hayamos experimentado, las cosas que hayamos aprendido, los pensamientos que hayamos tenido, los recuerdos que hayamos acumulado y los estados emocionales con los que lo hayamos vivido han ido quedando grabados en el cerebro en conexiones entre las neuronas, a través de procesos de plasticidad neuronal. Estas mismas conexiones también gestionan nuestros comportamientos, la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y el entorno, cómo nos relacionamos con ellos y las ideas nuevas que vamos teniendo. Por eso, cada día somos una persona ligeramente distinta.
En la inmensa mayoría de estudios que se realizan para entender cómo todos estos factores externos e internos influyen en la plasticidad neuronal, se analiza el cerebro de personas voluntarias en un momento dado o durante un período breve de tiempo mientras realizan algún tipo de actividad o inmediatamente después de realizarla. Suelen utilizarse técnicas no invasivas que reflejan la actividad cerebral, como la resonancia magnética funcional. Estos estudios, que se llaman transversales, permiten evaluar de forma estadística los cambios que se observan. También se realizan estudios longitudinales, en los que se sigue un número más reducido de voluntarios durante un cierto período de tiempo, normalmente escaneando la actividad cerebral en algunos momentos concretos, dada la dificultad que implica analizar un exceso de datos.
A pesar de la utilidad indiscutible que tienen, estos estudios presentan una limitación: no permiten analizar cambios en la plasticidad neuronal a largo plazo, o ver cómo un hecho sucedido, por ejemplo, hoy, puede seguir condicionando esta plasticidad de aquí, pongamos por caso , dos semanas. Esto es lo que han hecho la neurocientífica y analista de datos Ana María Triana y su equipo en diversas universidades y centros de investigación finlandeses. Según han publicado en Plos Biology, han seguido constantemente la actividad mental de una única persona durante 133 días consecutivos, lo que les ha permitido ver que muchas de las experiencias que tenemos siguen condicionando aspectos concretos de la plasticidad neuronal, como la atención y la memoria, hasta quince días después de haberse producido. Dicho de otra forma, qué hacemos o qué pensamos hoy puede ser el origen de una idea brillante que tendremos dentro de dos semanas.
Plasticidad a largo plazo
Para realizar este seguimiento constante, fueron registrando todas las actividades que realizaba la persona voluntaria a través de diversas aplicaciones del teléfono móvil y con otros dispositivos digitales: las horas y la calidad del sueño; el estado de ánimo; el ejercicio físico; el nivel de motivación y concentración; el ritmo cardíaco y de respiración, etcétera. Además, le realizaron 30 resonancias magnéticas funcionales para monitorizar la actividad de su cerebro, una cada cuatro días y medio aproximadamente.
Al analizar el conjunto de todos estos datos, vieron que aspectos diversos como las horas de descanso y la calidad del sueño, los ratos que nos relajamos y el ejercicio físico que hacemos, que se correlacionan con el ritmo cardíaco y respiratorio, siguen influyendo la neuroplasticidad y aspectos cognitivos como la capacidad de atención y la memoria hasta quince días después. que gestiona actividades cognitivas como la reflexividad, la planificación, la toma de decisiones razonadas y la gestión emocional; la red neuronal por defecto, que está implicada en el pensamiento autorreferencial, la creatividad, la empatía y la cognición social; , que se encarga de la planificación y la ejecución de los movimientos voluntarios, y la corteza del cíngol, que desempeña un papel crucial en la integración de las funciones emocionales y cognitivas, entre otras.
Aunque un trabajo de estas características no permite realizar un tratamiento estadístico, porque se ha analizado una sola persona, aporta diversas novedades que los autores destacan de manera especial. Por un lado, demuestra que la influencia del ambiente externo, las actividades que realizamos y el estado de ánimo interno sobre la neuroplasticidad no se limita a los ratos posteriores de las experiencias o pensamientos que hayamos tenido, sino que los suyos efectos pueden durar un par de semanas. Por otra parte, puede ayudar a detectar patologías cerebrales y mentales en estadios muy tempranos y, por tanto, actuar antes de que se agraven, a través de las fluctuaciones que muestren en estos patrones de actividad.
Sin embargo, presenta un problema metodológico que también cabe mencionar. La persona voluntaria a la que se ha hecho este seguimiento continuado durante más de cuatro meses es la misma jefa del equipo de trabajo, Ana María Triana, lo que puede introducir alteraciones en los patrones cerebrales, ya que era perfectamente conocedora de objetivo del estudio. Para confirmar este descubrimiento se debería, por tanto, repetir con voluntarios ingenuos, como se les suele llamar, que desconozcan el porqué de las pruebas que se les hacen.