En todo el país hay un montón de vestigios de acequias antiguas. El vicense Xavier Cervera se ha dedicado a encontrar las trazas de la llamada acequia del Marquès, con motivo de los 75 años de Aigües Vic. Ahora puede dibujar con extrema precisión su recorrido en el mapa, y lo reconoce a distancia, sobre todo porque las hileras de árboles y cañas son el mejor indicativo.
Hoy me invita a conocer estas trazas de la acequia que nacía en el pueblecito de Sentfores (conocido como la Guixa, perteneciente a Vic) y desembocaba en el río Mèder. Su recorrido está salpicado de fuentes y pozos. El punto de partida de nuestra ruta es el llamado pozo del Call. Este pozo se hallaba en bastante mal estado y ha sido restaurado. Giro el "volante" que hace que suba agua. Sale a raudales.
La gente de Guixa venía con botijos, cubos y todo tipo de vasijas para llenarlas de agua, para beber y para lavar. También llevaba a los animales para que bebieran. Todo esto ocurría antes de que hubiera agua corriente.
Los mayores de la Guixa aún recuerdan cuando bajaba agua por la acequia del Marquès, que entró en desuso cuando llegó la red de agua pública. Entonces muchas masías electrificaron los pozos, y podían bombear agua en cantidad.
Cuando somos a los pies de una presa, que retiene todavía agua del río Mèder y que derrama en forma de cascada, Xavier me cuenta que fue hecha construir en el siglo XVIII por el marqués de Cànoves para desviar agua para la acequia, que regaba huertas y manejaba molinos. Ahora ya no hay entrada de agua en la acequia, y por tanto los tramos que quedan enteros están bien secos.
Debajo de la presa está la fuente del Hierro, y un poco más allá la fuente de la Atalaya, que era frecuentada por estudiantes del Seminario de Vic.
Estamos ahora en la huerta de Can Rafel. "Sus productos se venden cada sábado en el mercado de Vic, en la plaza Mayor; son prácticamente kilómetro cero", me dice Xavier Cervera, creador de Forum Vicus, empresa que organiza visitas guiadas a Vic ya la comarca. Cuando tenía sólo siete años, aprovechando unos días de veraneo con sus abuelos, Xavier improvisaba visitas guiadas al santuario de la Salud para los pasavolantes. También de niño acompañaba al campanero de la catedral de Vic algún domingo por la tarde y los grupos que la visitaban, y de vez en cuando hacía alguna de las explicaciones. Se estrenó como guía oficial haciendo una ruta por las antiguas hornacinas de Vic. Después ha conducido recorridos en el cementerio de Vic, en los antiguos hospitales de la ciudad, por los puentes y caminos históricos.
"Hasta aquí llegó el agua del río Mèder durante el aguacero de 1863, una tragedia que causó muchos muertos", me dice Xavier, cuando estamos en la masía del Blanqueo de la Codina, que se encuentra bastante más arriba del río. Tiene un pozo realmente grande. Un molino volvía el agua, que se utilizaba para blanquear las telas. "¿Ves el campo, todo plano?", me pregunta Xavier. "Pues probablemente aquí extendían las telas, una vez blanqueadas", explica.
Caminamos por un sendero sombreado que va junto al río. De repente, Xavier me dice: "¡Mira, las piscinas de Vic!". Me cuesta imaginar que un pequeño charco del río sea una piscina, y mucho menos en plural. Me explica Xavier que aquí se venía a bañar bastante gente de Vic, en una época tan difícil como la Guerra Civil y la posguerra, cuando el ocio, sin embargo, era necesario. Qué contraste con la Cataluña del siglo XXI, donde hay grandes piscinas municipales no naturales –con socorrista y todo– en un montón de poblaciones, ¡por pequeñas que sean!
Hay que decir que en estas piscinas había más agua porque una esclusa, que se hizo para tener bastante hielo, formaba un pequeño embalse. Sí, en invierno, con las bajas temperaturas, el río se helaba. Entonces se cortaban con sierra los bloques de hielo, que se depositaban dentro del pozo de hielo –de planta cuadrada– que hay a su lado, y que en parte se ha conservado.
El hielo tenía un montón de utilidades: para conservar pescado y alimentos delicados, para elaborar helados y productos de pastelería, y también para remediar algunas afecciones, como quemaduras, hemorragias, fiebres...
La acequia del Marquès volvía al Mèder, de donde había salido, en el corazón de Vic, en el actual Parc Balmes, última parada de nuestra ruta. "¿Ves estos dos edificios algo separados? Son el antiguo convento de los dominicos y la casa sacerdotal. Pues por la rendija que hay entre los dos pasaba la acequia", me dice Xavier en el Parc Balmes. Justo delante de los dos edificios hay un manantial (que llega a bastante altura –el agua supera la altura de una persona–). Ver tanta agua puede hacer pensar a algunos –erróneamente– que la sequía ha terminado para siempre.
El terrible aguacero de la madrugada del 8 de octubre de 1863
La madrugada del 8 de octubre de 1863 un aguacero desbordó completamente el río Mèder y se llevó de todo: animales, árboles, casas, y también personas, que desaparecieron para siempre bajo el agua y el barro. Se encontraron bastantes cadáveres con la ropa a medio poner, porque la riada sorprendió a muchos de Vic durmiendo.
Lo explica detalladamente Desgracias de Vich , un texto escrito por el doctor Joaquim Salarich, que tiene el subtítulo de Breve historia de las que causó la avenida del Méder en la matinada del día 8 de octubre de 1863 . " Tan terribles fueron los estragos causados por el misterioso aguacero, que el corazón se estremece, y se aflige el espíritu al recordarlos, y la pluma insegura apenas encerta á trazar estas líneas ", dice Salarich al principio de la publicación, que explica con detalle tanto la tragedia como los actos heroicos que generó.