La salud de los 'royals' ingleses, ¿un asunto ya no tan secreto?
Carlos III y Kate Middleton se desmarcan de la tradicional política de opacidad de Isabel II... hasta cierto punto
LondresLa salud del rey de Inglaterra, Carlos III, y la de la futura reina, Kate Middleton, es, por razones evidentes, un asunto de estado y sobrepasa la frontera de la privacidad, deseable para cualquier otra persona. Desde que el pasado miércoles se conoció que tanto el monarca como su joven, la mujer del príncipe y heredero al trono Guillermo, necesitará y ha necesitado, respectivamente, un tratamiento médico, la prensa británica no ha dejado de comentar y elogiar el supuesto nuevo talante de los royals, mucho más abiertos en cuanto a informar sobre sus posibles afectaciones o enfermedades.
El 6 de septiembre de 2022, dos días antes de que la reina Isabel II muriera, se difundieron sus últimas fotografías en vida. Parecía poco menos que un cadáver, pero la reina debía recibir a la nueva primera ministra y, como prueba, las imágenes que circularon. Sólo un comentario en The Sun subrayó lo evidente: que Isabel II estaba muy débil. La entonces recién nombrada primera ministra, Liz Truss, se sumó al juego de la resiliencia de los Windsor cuando, retrospectivamente, poco después de la muerte de Isabel, habló del breve encuentro en Balmoral: "Aunque estaba frágil –dijo Truss–, estaba absolutamente decidida a cumplir con su deber”. Y su deber era bendecirla como nueva jefa de gobierno.
Un año antes, en octubre del 2021, sólo fue por la portada de The Sun que los británicos supieron que la monarca había pasado una noche en un hospital por un chequeo médico. El secretismo sobre la salud de la reina era la consigna. Como si por no hablar de ello se fundamentara su inmortalidad. Al fin y al cabo, la madre había muerto con 102 años, y el marido, Felipe de Edimburgo, con 99. Cuando Isabel traspasó tenía 96. La política de secretismo, sin embargo, no había sido la misma con el consorte, operado de corazón en marzo de ese mismo 2021 y que moriría en abril siguiente. La opinión pública fue sobradamente informada de las muchas veces que tuvo que pasar por el hospital en los últimos años de vida.
Capitalizar la vida privada
Estos días, los comentaristas más militantes de la casa de los Windsor no han ahorrado elogios a la hora de poner de manifiesto "la admirable honradez de las dos grandes generaciones de la familia real", como escribía Hannah Furness, jefe de información real del Daily Telegraph, por haber desvelado, con poco más de una hora de diferencia, que Kate había sido operada y que el rey lo sería de forma inminente. El Palacio de Buckingham se encargó de hacer saber que Carlos III había dicho que "quería compartir su diagnóstico [problemas benignos de próstata] para animar a otros hombres a comprobar su salud". Si éste era el propósito, lo ha conseguido, porque las búsquedas sobre revisiones de próstata han subido en dos días en Reino Unido el 242%.
Una aproximación distinta ha sido la del Palacio de Kensington –la casa oficial de los duques de Cambridge– a la hora de informar de la operación de la princesa, que la mantendrá en el hospital entre 10 y 14 días, y de baja hasta después de Semana Santa. Un largo período que habla de la seriedad de la intervención. El comunicado sobre la operación era suficientemente ambiguo –"cirugía abdominal"– al tiempo que explicitaba el deseo de privacidad de Kate. Los rumores no se han evitado, pero se han apaciguado.
Como de costumbre, las circunstancias han forzado a los Windsor a un ligero cambio de rumbo. Porque el mayor activo de la monarquía británica no podía desaparecer de la escena dos meses y medio o tres sin un buen motivo. Y quién sabe si en un futuro hablará de ello. En 2020, para un podcast, Kate comentó abiertamente los problemas ocasionados por los tres embarazos. Y lo capitalizó. Si vuelve, también lo hará. Los royals no dejan escapar ningún pase.