Me sentía bloqueada y aterrorizada pero decidí dar el salto
Escucho la canción Spent the day in bed de Morrissey del año 2017 y me transporto a los meses antes de divorciarme, cuando mi interior sabía que aquello pasaría y mi parte racional se negaba a aceptarlo. Me sentía bloqueada y aterrorizada. El salto que tenía que dar lo veía tan descomunal que se me encogía el estómago. Y lo peor de todo era lo que me decía. ¿Qué te has creído? Qué ganas de complicarte la vida a ti ya todo el mundo que te rodea. Tira millas y prueba (de nuevo y por enésima vez) a pulsar el botón de reset de esta relación y déjate de fantasear con una vida diferente. Estas y otras palabras por el estilo eran las cuerdas con las que me ataba yo misma. Sacrifícate. Ten los pies en el suelo. Acepta que no eres tan estupenda como pretendes ser.
Y como la carta del tarot que retrata a un hombre colgado boca abajo atado de pies y con las manos en la espalda, así me mantuve durante un tiempo. Hasta que descubrí que las manos en la espalda (las mías y las del colgado del tarot) no estaban atadas y que podía liberar los pies y mi vida. Y el segundo antes de saltar a lo que pensaba que era el vacío, con los músculos tensionados y el corazón desbocado por una mezcla de adrenalina y terror, sentí la tentación de echarme para atrás. Entonces recordé otros momentos similares.
Como el segundo antes de subir a un coche para conducirlo yo sola. Llevaba meses haciendo terapia y también clases en una autoescuela para coger confianza. Y mientras caminaba hacia la Plaça del Sol, donde estaba aparcado el coche que había alquilado por unas horas, me iba diciendo que no era necesario. Que tendría un accidente. Que haría que otros lo tuvieran. Que, ay, mamá, miedo. Pero mientras me iba diciendo frases paralizadoras mis pies avanzaban solos y de repente estaba delante del coche. Y como soy como soy, insistente y con un punto de orgullo, lo abrí, arranqué y conduje de Barcelona hasta Sant Quirze del Vallès ir y volver, con miedo pero con seguridad para mí y para todos, y llegué a casa con la euforia de quien ha dado la vuelta al mundo.
El mismo sentimiento de garganta cerrada y de decirme “pero quién te mandaba hacer lo que ahora tienes que hacer” también lo he vivido mientras me preparaba para ir a la tele para hacer una sección en directo, sin teleprompter y debiendo memorizar un guión que yo misma me había escrito. O en la FNAC, dentro de un carro de súper, sentada en un reposapiés, con la dignidad de la reina de Inglaterra a un segundo de acceder a la sala de actos al ritmo de la canción La vida es un Carnaval empujada por mi amigo, escritor y guionista Martín Piñol y la escritora Laia Soler. En la tele la sección fue de cachondeo. La pierna derecha me temblaba, pero una vez empecé a hablar se detuvo y lo conseguí sin problemas. Y la presentación fue tan gloriosa y divertida que todavía hay quien me la recuerda (podéis encontrar el gran momento en YouTube).
Por eso ahora sé que sea lo que sea que tenga que saltar, no podré evitar decirme según qué ni sentir miedo o incluso terror. El truco está en no escucharme y en, a pesar de todo, saltar y arrancar.