"Y sola, ¿qué vas a hacer?": recuperar el amor propio
Jovita estaba en ese momento de la vida en la que tenía ganas de hacer cosas nuevas
Hacía quince años que Jovita estaba separada. Habían sido años duros. De subir sola a la niña. De hacer muchas guardias en el hospital para llegar a fin de mes o para poder pagar a Julia los campamentos de verano del casal. Quince años de poca vida social, de ir arriba y abajo; de priorizarlo todo menos ella. De comentarios de algunas mujeres de pueblo pequeño poniéndola en entredicho. "Y sola, ¿qué vas a hacer?". "¿Y cómo saldrás adelante sin un manso?". Nunca las escuchó y salió adelante. Sola y con el orgullo de las supervivientes.
Ahora que Julia ya tenía diecisiete y estaba a punto de entrar en la universidad, ella, de repente, estaba en ese momento de la vida en la que se encontraba consigo misma cara a cara, desde una madurez sobrevenida. de aprender a reconocerse desde otro lugar, nueve, desconocido e incierto. ufana de color ceniza, la piel endurecida, los dientes solapados por el bruxismo de las noches demasiado largas.
Nunca había aceptado cargos en el hospital, y los habían propuesto, porque no quería dejar más horas a Julia en casa, sola. Se mantenía como enfermera de base, trabajando todas las horas, haciendo los trabajos más duros y también las más ingratas. Pinchar, limpiar, cicatrizar, abastecer, cuidar. Era muy buena enfermera. nunca los mentía. Todos la querían a ella, en especial la gente mayor. Tenía sentido del humor, era fuerte. Hasta tres veces su superior le ofreció su cargo de coordinadora. de cenar. Ayudando a Julia con las matemáticas; leyendo juntas los libros de lectura de la escuela para poder comentarlos juntos. La niña siempre se fijaba en cosas que ella ni siquiera había visto.
Quizá por esos ratos con ella, una de las primeras cosas que hizo cuando Julia fue a estudiar a Barcelona, fue apuntarse al club de lectura de la biblioteca del pueblo. Todo eran mujeres. Trece, en concreto. Casi todas mayores que ella. Charlas. Sólo estaba Pilar, su amiga, también enfermera, que se sumó con ella y que eran las más jóvenes y las que, quizás por defecto de profesión, intervenían más bien poco pero escuchaban mucho. El club una vez al mes era un buen refugio contra las inclemencias de fuera. Un lugar en el que cada una volcaba sus experiencias vitales mientras hablaban de un libro en concreto. La literatura como excusa de la vida. O la vida como fuente de inspiración de la literatura. Nunca se sabía dónde empezaba una o dónde terminaba la otra. Francesca, la bibliotecaria, tenía muy buena mano escogiendo los libros. De todos los géneros, de autores muy diversos y, por tanto, también de maneras de escribir infinitas.
Jovita estaba en ese momento de la vida en la que tenía ganas de hacer cosas nuevas. De pasárselo bien. De conocer gente nueva. Le apetecía. Las mujeres del club, por un lado. El grupo de amigos de toda la vida del pueblo que se habían vuelto a encontrar después de tantos años y desengaños. El paso del tiempo que dejaba indemne a nadie.
En los últimos años todas las nuevas amigas que había hecho eran mujeres. Encontraba que cuanto mayor se hacía, más le interesaban las mujeres, que la complicidad era distinta. Que el grado de entendimiento, también. Como las del club de lectura.
Y, sin embargo, con los hombres era más difícil. Todo iba bien hasta que él malentendía la situación. Siempre eran ellos, y ya le había pasado un par de veces. La que más le supo fue con Jacob.
Se había divorciado hacía poco y no se lo estaba pasando demasiado bien. Con Jovita se avenían y él encontraba que le escuchaba de una manera que no sabía hacerlo nadie. Ella le dijo que podía llamarle cuando estuviera, que estaría allí. Pasaron muchos meses y los ratos compartidos eran muy agradables. Quedaban a menudo. A veces con todo el grupo y otras solos. Jovita podía contarle cosas íntimas que no contaba a mucha gente. Por ejemplo cómo echaba de menos a Julia. Jacob era una zona de confort, un lugar seguro. Un buen amigo.
Hasta el día en que él intentó besarla por sorpresa una noche en casa de ella a la que había ido a cenar. Jovita le dijo que de qué iba y él, lejos de parar, volvió a insistir diciéndole que se había enamorado y que ella le había dado motivos sobradamente para pensar que era correspondido. Jovita le echó de casa y nunca más volvió a ser el mismo con él.
Jovita, ahora que vuelve a tener tiempo y que ha decidido priorizarse, elige a la compañía de las mujeres. Su sinceridad, su ternura. La complicidad. Como en el club de lectura, las mujeres que lo forman y todas sus grietas. Y la literatura que explica la vida y la vida que siempre es mejor que la literatura.