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La trampa de un bachillerato menos exigente

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Una aula d’un institut d’Esplugues de Llobregat el passat mes de juny.

BarcelonaEs una queja recurrente de las universidades que desde hace años el nivel de los alumnos que llegan ha ido bajando progresivamente. No solo en cuanto a conocimientos, sino también a cultura general y a madurez intelectual. El problema no se puede atribuir sólo al bachillerato o a la ESO, ni seguramente tampoco es únicamente culpa de la escuela. Pero alguna responsabilidad debe de tener el sistema educativo obligatorio. Tampoco todo tiene que ver, ni mucho menos, con los exámenes y el sistema de aprobados y suspensos. Las notas no lo son todo, claro. Pero igualmente sería absurdo ningunear su influencia e importancia. Las formas de evaluación, sean más clásicas o menos, hacen su función. De alguna manera y en algún momento se tiene que decidir quién está preparado para seguir adelante con estudios universitarios u otro tipo de estudios superiores. El esfuerzo tiene que tener algún tipo de premio.

Hasta ahora, se podía pasar de curso en la ESO con dos suspensos, y en algunos casos excepcionales incluso con tres. También se podía progresar de primero a segundo de bachillerato sin aprobar todas las asignaturas. Pero para obtener el título de bachillerato al final del segundo curso se tenían que superar todas las materias. El curso pasado, en plena pandemia, ya se decretó un tipo de aprobado general encubierto, que supuso que el número de titulados pasara del 72,65% al 83,25%, un salto inédito de más de 10 puntos en un solo año. Sin duda, muchos chicos y chicas no suficientemente preparados superaron el segundo de bachillerato. Pues bien, este año, gracias a una ley aprobada por el Congreso y desarrollada por el gobierno catalán, se podrá recibir el título de bachillerato también con asignaturas suspensas si la nota media es de aprobado. De nuevo, la pandemia sirve para bajar el listón de exigencia, lo cual en realidad a quien perjudica más es a los estudiantes. Los primeros a protestar han sido los mismos docentes, que a través de la Asociación Sindical de Profesores de Secundaria consideran que la medida es una huida hacia delante: la califican de "estafa al alumnado, desprecio al profesorado y un engaño a la sociedad en general".

Ante un curso que ya se preveía problemático, en lugar de optar por la vía más fácil, se tendrían que haber aplicado medidas que garantizaran que los jóvenes puedan acceder a todas las materias y adquirir los conocimientos mínimos. Para lo cual, sin embargo, habría hecho falta más previsión, más medios tecnológicos en los centros y más diálogo educativo de verdad con los agentes implicados. Seguro que el covid no lo ha puesto fácil. Pero las dificultades no pueden servir de coartada para eludir responsabilidades. Si como sociedad realmente nos creemos que el futuro lo construimos sobre la educación de los jóvenes, hay que poner ambición en las decisiones y recoger los retos con ganas de convertirlos en oportunidades, no en renuncias engañosas. Da la sensación, en cambio, que una vez más se ha elegido no buscarse problemas. Es decir, echar balones fuera. De forma que, una vez más, a las aulas universitarias o de los ciclos superiores llegarán chicos y chicas con lagunas, no lo bastante preparados. Francamente, parece que vamos hacia atrás.

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