En prácticamente todas las visitas que he hecho hasta ahora de esta serie de reportajes sobre nuestro patrimonio de agua dulce, me ha cautivado el ingenio de los catalanes para aprovechar el agua. La que hago en Torrelavit no es una excepción. "El Riudebitlles es uno de los afluentes del Anoia que nace de la confluencia de aguas que se produce en La Laguna que siempre se ha aprovechado mucho", me dice Carla Coca, técnica de turismo del Consorcio de Promoción Turística del Penedès y del Ayuntamiento de Torrelavit. "Si ha bajado de forma constante, por poca agua que haya traído, se ha sacado partido", remacha Daniel González Caldito, director de Anoia Patrimoni, empresa que realiza las visitas que ofrece el Centro de Interpretación del Agua de Torrelavit.
Recorremos un tramo –ombreado, ¡qué privilegio!–, entre cañas y árboles, del Camino del Río, a la altura del Riudebitlles (el Camino del Río es una propuesta turística que pasa por parte de tres ríos: el Riudebitlles, el Anoia y el Lavernó). Al mismo momento veo un zapatero que avanza alegremente sobre el agua y una ranita saltironando aún más alegremente. Hay también sapos, salamandras, algunas garzas reales... señal de buena salud de la naturaleza.
Casa el Molino BlancoMolí Blanc
"En este valle hay torrentes y torrenteras que han acondicionado cómo la gente se ha instalado y cómo se ha organizado el urbanismo", me hace notar Daniel mientras atravesamos el río por una sencilla pasarela de madera. Lo pasamos varias veces, el río, por puentes muy diversos. Uno de estos puentes, de hierro y ladrillo, está hecho nada menos que por el taller de Eiffel (ya pesar de ello, pocos años después de haberse construido, tuvo que reponerse a causa de una riada). Cerca del puente están los lavaderos del pueblo.
Fátima, que tiene once años y hoy me acompaña, construye un barquito con un pedazo de caña, ya continuación lo deposita en el río. Baja elegantemente hasta que naufraga en unos "rápidos". Carla solía hacer este sencillo barquito de pequeña y ha enseñado a hacerlo en un momento a la niña. A lo largo del recorrido hemos pasado por tres columpios redondos ("de culo"), que cuelgan de robustas ramas y permiten balancearse por encima del río. Fátima no ha desaprovechado ninguna.
Hace unos días que ha llovido, pero baja más bien poca agua. De modo que en períodos de sequía imagino que el río debe ser estremecido. Por eso me sorprende saber que aquí había molinos que tenían como fuerza motriz el agua. No uno, ni dos... ¡una docena! En el valle de Mediona-Riudebitlles, donde estoy ahora, había una alta concentración de molinos papeleros. Hay molinos harineros documentados desde el siglo X. Más adelante algunos se transformaron en bataneros (hacían paños de lana) o papeleros, aunque muchos de ellos fueron de nueva construcción. en el siglo XVIII y XIX, época de máximo esplendor cuando se abre el mercado americano, el gran consumidor de papel catalán. El papel que desempeñaban tenía muchísimas utilidades (más que ahora, que todo lo digital ha ido ganando terreno). Hacían papel para los libros, para el dibujo, para embalar, para hacer cartels, para hacer filtros, para fumar, per hacer billetes... También papel para llevar legumbres y otros alimentos al por menor. Es el papel de estraza, basto y grueso, de color marrón, elaborado a partir de materiales de reciclaje, muy resistente al desgarro, también llamado papel kraft.
"En Capellades eran grandes industriales del papel, con marca propia. En Torrelavit, en cambio, no tenían tan controlado el marketing y trabajaban para las grandes marcas", comenta Daniel. Hace años que no hay molino que funcione. Pero los edificios construidos para acoger los molinos tienen una gran variedad de usos: almacén logístico, espacio de producción artística, vivienda, bodega, manipulados de cartón… Al lado de la agricultura y el cava, los manipulados de cartón –herederos de la industria papelera tradicional– son uno de los cimientos de la economía de aqueste municipio del Penedès. Uno de los molinos es ahora alojamiento rural. Es el caso del Molí Blanc, destino de nuestro recorrido. "Inicialmente era un molino trapero, después harinero y finalmente, en el siglo XVIII, fue papelero", comenta Núria Sierra, del Molí Blanc.
Este molino conserva la muela, la rueda hidráulica y el tubo que canalizaba el agua hacia el salto para generar electricidad. Y el antiguo mirador, donde se extendía el papel para secarlo. Se han mantenido algunas de las estructuras en las que pasaban los cordeles para colgar el papel. Y claro, las numerosas ventanas abiertas -sin cristal- de pequeño tamaño, que en los molinos se llaman ventanas. ¿Un castellanismo? No. ¡Viene de viento!
La unión de dos pueblecitos: tan sólo uno conservó el nombre
Uno de los edificios más interesantes de Torrelavit es la escuela JJ Ràfols, del arquitecto Enric Sagnier. De estilo neoclásico, es quizás el principal símbolo de la unión de los dos pueblos que en 1920 se unieron para formar Torrelavit. Los dos pueblecitos eran Terrassola y Lavit (quien salió perdiendo, en cuanto al nombre, fue Terrassola; Lavit lo conservó).
Otro destacado monumento del patrimonio cultural de Torrelavit es la iglesia románica.