2024, año del catalán

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La presidenta balear, Marga Prohens, en un desayuno en Madrid.

En medio de las incertidumbres que lleva el nuevo año, hay una predicción que podemos hacer sin temor a equivocarnos: a lo largo del 2024, la lengua catalana seguirá estando en el núcleo de la controversia política, en Cataluña y en España. Que sea así, tengamos claro, es un signo de retraso. Ir contra una lengua, poner en duda su valor y pretender relegarla a un lugar residual dentro de una supuesta jerarquía de lenguas, es una forma especialmente lamentable de mezquindad y de barbarie. Pero esta es la realidad que nos toca: quienes aspiramos a vivir con normalidad en nuestra lengua, que es el catalán, deberemos seguir haciendo esfuerzos para que este propósito pueda cumplirse.

Para conseguirlo, es necesario que los partidarios de esta normalidad tengamos una actitud normal, es decir, que evitemos tanto el victimismo como el catastrofismo. Llorar las maldades de quienes actúan contra el catalán no nos servirá de nada; rasgarnos las vestiduras anunciando la muerte cercana de la lengua catalana tampoco, sobre todo porque es falso. Nos moriremos todos juntos mucho antes que la lengua, tanto los que la amamos como los que la odian. Mirámoslo así: otra predicción segura es que aquellos que quisieran abolida la lengua catalana no se la verán, ni sus hijos. Ni los hijos de sus hijos. O sea que algo de calma.

Sí, como es obvio, los ataques contra el catalán del nacionalismo españolista no van a cesar. En este sentido, la situación que vivimos en la Comunidad Valenciana y en las Islas Baleares, con sendos gobiernos formados por la suma del PP y Vox, es de una beligerancia más agria que todo lo que habíamos visto hasta ahora: usan las instituciones de autogobierno para legislar y hacer políticas activas encaminadas a erradicar la lengua catalana de los espacios públicos (sanidad, escuela) y, si dependiera de ellos, a la larga de toda la sociedad. En este sentido, es importante distinguir el simple revuelo de las medidas que pueden ser potencialmente peligrosas y organizarse y movilizarse con inteligencia, para no gastar la pólvora en salvas. Ser conscientes de la propia fortaleza también es necesario: no estamos en la clandestinidad, somos ciudadanos que hemos decidido ejercer nuestros derechos lingüísticos. Y esto no puede impedirlo nadie.

A su vez, es necesario aprovechar las oportunidades que ofrece la coyuntura política. La ley de plurilingüismo debe ser una realidad y, como dice Antoni Bassas, bastaría con un único artículo que hiciera tan obligatoria la lengua catalana en las comunidades donde es hablada como lo es el castellano. Sin embargo, sería bueno que la ley se convirtiera también en una herramienta (no la única, pero sí una buena herramienta) para incidir en el aspecto realmente urgente, que es la recuperación del uso social del catalán. Al respecto también hablaremos mucho durante el 2024 y debe ser por algo más que para hacer sonar las alarmas en los telediarios. El catalán está perfectamente a tiempo de tomar la iniciativa para ocupar el lugar que le corresponde como lengua propia de Cataluña, las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana. Y debe empezar a tomarlo desde ahora mismo.

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