Examen. Empieza un año completamente abierto. Convulso, violento y con el poder en transición, donde más de la mitad del mundo votará quién debe liderar tanta inestabilidad. El 2024 será un año de urnas y armas. Más de 4.000 millones de personas están convocadas en un ciclo electoral sin precedentes. Hasta 76 países en todo el mundo tienen elecciones. Será un examen global tanto para el sistema democrático como para la multiplicidad de conflictos que alimentan la creciente incertidumbre en un mundo donde, en apenas doce meses, la violencia política ha aumentado un 27%.
Habrá elecciones que pueden definir guerras, y otras que están ya decididas antes de empezar. Las consecuencias políticas de la brutal ofensiva israelí en Gaza o el estancamiento del frente de guerra ucraniano también dependen de la carrera presidencial en Estados Unidos. Las grietas de la unidad transatlántica y las acusaciones de doble moral por parte de Occidente no son ajenas a lo que ocurra el 5 de noviembre del 2024 en Estados Unidos. Un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca modificaría las relaciones de fuerza y la posición de Washington en cada uno de estos conflictos, o en la confrontación con Rusia o China. La todavía hipotética reedición de un posible duelo electoral entre octogenarios (Trump tendría 78 años y Biden, 82) se resuelve, por el momento, en las encuestas, a favor del republicano. Pero el miedo a unas elecciones injustas ha aumentado dramáticamente en Estados Unidos (del 49% en 2021 al 61% en 2023).
Límites. También el futuro de una Unión Europea que afronta el invierno con dos guerras en su vecindario se decidirá en las urnas. Las elecciones europeas del 2019 determinaron el fin de la gran coalición que, durante décadas, aseguró a los socialdemócratas y a los democristianos una mayoría de escaños en el pleno de Estrasburgo. 2024 será un termómetro para la fuerza de la extrema derecha: por un lado, sabremos si el aumento de escaños de los grupos de la derecha radical y xenófoba puede llegar a suponer la configuración de mayorías alternativas por el Partido Popular Europeo; por otro, veremos cómo afecta a la composición de las instituciones comunitarias, ya que los candidatos a comisarios europeos que envíen los estados miembros reflejarán los colores políticos de sus gobiernos. La extrema derecha gobierna en Italia y Hungría, ha ganado las elecciones en Países Bajos, y se ha consolidado como socio preferente en los ejecutivos de Finlandia y Suecia.
Los nuevos equilibrios políticos serán cruciales para decidir el futuro de los compromisos climáticos, la continuidad de la ayuda en Ucrania y las urgentes reformas institucionales que deben facilitar la entrada de futuros miembros.
Liderazgos. Más elecciones no significa más democracia. Rusia, Túnez, Argelia, Bielorrusia, Ruanda o Irán instrumentalizarán las urnas para intentar fortalecer los liderazgos en el poder y ganar legitimidad. Está por ver, por ejemplo, qué grado de participación podrá tener la oposición venezolana en las elecciones presidenciales pactadas por un Nicolás Maduro debilitado. En África hay 16 convocatorias electorales, aunque solo seis tendrán lugar en países considerados como democracias. Las elecciones generales en Suráfrica pueden confirmar el debilitamiento del Congreso Nacional Africano (CNA) treinta años después de aquellos comicios de 1994 que marcaron el inicio de un viaje democrático dominado por el CNA.
También en India Narendra Modi aspira a renovar un tercer mandato en primavera, ante una oposición que se presenta más unida que nunca.
El 2024 comienza marcado por un mundo cada vez más diverso, definido por alianzas e intereses cambiantes. La sensación de desorden no es nueva, ni siquiera su aceleración. Pero cada año se acentúa la erosión de las normas internacionales vigentes y aumenta la imprevisibilidad.