Joe Biden en una imagen de archivo.
24/01/2025
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"Quiero advertir de algunas cosas que me preocupan mucho. Se trata de una peligrosa concentración de poder en manos de muy pocas personas ultraricas y de las peligrosas consecuencias si su abuso de poder queda sin control". Estas palabras no son de un analista crítico o de un agitador político sino de Joe Biden, el presidente que el martes dejará de serlo. "¿Quiénes somos y quién deberíamos ser?", se pregunta. Biden se despide con el dramatismo de la advertencia que no deja de ser también una expresión de impotencia: deja al país en una situación anímica crítica con riesgo de ser agravada por el comportamiento nihilista de su sucesor.

Sin tapujos, Biden advierte de los peligros del complejo industrial tecnológico en manos "de una oligarquía con riqueza extrema, poder e influencia que literalmente lo amenaza todo: nuestra democracia, nuestros derechos y libertades básicas y una oportunidad justa para todos de salir adelante". Parece como si el presidente Biden hubiera reservado sus energías para el momento de la despedida. Con un discurso con algunos tropiezos, ha dibujado un escenario que no hace más que confirmar la sensación de entrar en la zona peligrosa que pesa sobre el mundo Occidental desde que la nueva victoria de Trump puso en evidencia el estado de degradación en el que se mueven las democracias liberales hoy. Nada ha dicho que no se haya escrito y repetido últimamente, pero pocos lo esperaban de la boca de quien fue forzado a renunciar a disputar la presidencia a Trump, sin que su sacrificio haya servido para salvar al partido demócrata. Una descripción lúcida que oscurece el relato de su mandato.

Hace cuatro años Biden tumbó a Trump y ahora se va con el mal sabor de ver cómo este consigue por la vía electoral lo que intentó retener con un intento de golpe de estado. El discurso de Biden tiene el valor de reconocer lo que desde Europa se ve como una crisis de alto riesgo. Y al mismo tiempo levanta acta de su propio fracaso. Pese a algunos indicadores económicos buenos de su gestión, no ha podido evitar la revancha de Trump cuando hace cuatro años se lo daba por acabado. Y deja al país en manos de unos personajes inquietantes (los nuevos superricos), que, como él mismo dice, no se los ha podido detener.

Tenía que ser un presidente de transición de los delirios de Trump al regreso a la normalidad democrática y la aventura ha terminado en naufragio. No hay que distraerse, atención a los cambios en curso, en este periodo de consolidación del capitalismo financiero y digital que deja atrás el capitalismo industrial. En un momento con desequilibrios tan grandes que estos superpoderes se imponen como una apisonadora, reforzados por un espacio comunicacional bajo su control. Le queda un consuelo a Biden: el que avisa no es traidor.

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