El afecto Koeman / El efecto Jasikevicius

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El afecto Koeman

En su primer año en el banquillo del Barça, Ronald Koeman ha ganado la Copa del Rey. Finalmente, tendrá un segundo curso para demostrar que –sin tantos lesionados importantes, con algún fichaje largamente reclamado por él y con la plantilla más equilibrada– puede aspirar a dar alguna alegría más sonada al barcelonismo. Después de que le hayan hecho sufrir hasta el límite de la humillación, el holandés cumplirá su segundo año de contrato, que es el paso indispensable para llegar a cumplir el itinerario profesional y familiar que se había marcado: estar mucho tiempo en el Barça e instalarse en Barcelona, que se está muy bien. Con Koeman en el banquillo y Messi en el campo, pues, la renovación será menos profunda, y el cambio de ciclo parecerá menos cambio de lo que había anunciado el presidente del Barça en caliente, después de regalar la Liga con un lacito. Joan Laporta quizás ha acabado decidiéndose por la continuidad de Koeman porque Guardiola no quiere volver y no ha encontrado nada que le convenza más pero, al fin y al cabo, está repitiendo la fórmula que le funcionó en su primera etapa. Apostó por Frank Rijkaard y, después de un año en blanco, después de ver al equipo dieciocho puntos por debajo del líder a media temporada, continuó dando confianza al entrenador. Eso sí, le compró un delantero centro goleador que le resolviera partidos y le ganara campeonatos. Entonces fue Samuel Eto’o el que llegó al Barça para cambiar la historia, a pesar de que la memoria ha entronizado la risa contagiosa de Ronaldinho como tótem de la resurrección. Ahora Laporta –siempre pensando en grande– ha fichado al Kun Agüero, al que, a sus 33 años, se le continúan cayendo los goles de los bolsillos. Ojalá que aplicar las mismas soluciones que entonces dé idénticos resultados. Ya será cosa de Koeman jugar como él quiera, con el sistema que considere conveniente, para sacar el máximo rendimiento de una plantilla que, en el último año, tuvo que combinar los jugadores que de tan hartos ya han perdido el hambre de los jovencitos que querían morder con dientes de leche. 

El efecto Jasikevicius

En su primer año en el banquillo del Barça, Sarunas Jasikevicius ha ganado la Copa del Rey. Y todavía puede ganar la Liga. Desgraciadamente, el domingo perdió la final de la Euroliga contra el Efes, que, para decirlo corto y claro, tuvo más inspiración de cara a la canasta. El baloncesto es un deporte en el que, a diferencia del fútbol, la intervención del entrenador es muy palpable. Puede pedir tiempo muerto cuando las cosas se tuercen y, sobre todo, puede cambiar jugadores de manera ilimitada hasta que encuentra cinco que, más o menos, lo satisfagan. A partir de aquí, hay entrenadores de dos tipos: los que cuando su equipo coge la pelota cantan la jugada que tiene que hacer su equipo y los que ya lo tienen todo tan trabajado que, cuando inician el ataque, cada cual ya sabe qué tiene que hacer sin que haga falta que el entrenador diga nada. Jasikevicius sería de estos últimos pero con una coletilla: casi nunca está de acuerdo con la decisión que toman sus jugadores y se desespera, gesticula, abuchea, dramatiza y pierde los estribos. Este saco de nervios, convertido en remolino perverso, quizás tiene una explicación. Hasta no hace mucho, el lituano era un base de nivel mundial y, por lo tanto, él querría que su director de orquesta en la pista hiciera lo que él habría hecho si tuviera la pelota en las manos. Desde el banquillo, ve cada decisión de cada jugador como si fuera él quien la ejecutara. Y, claro, casi nunca dibujan la jugada que él habría pensado y de aquí nace, en parte, su decepción. El baloncesto es un deporte con muchos sistemas predeterminados pero, al fin y al cabo, el base es quien tiene que mover la pelota y el equipo según cada circunstancia. En la política catalana, ahora que estrena legislatura, el presidente no tendría que caer en el efecto Jasikevicius. Ya sabemos que durante tiempo, Aragonés ha tenido un entrenador que le marcaba la estrategia y las pasos que dar. Ahora, sin embargo, el base de Pineda está en la pista y es él quien tiene que decidir cada ataque, si tira por aquí, esprinta por allá o provoca una falta personal que saque de tino al contrincante. 

Xavier Bosch es periodista y escritor

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