BarcelonaKamala Harris es quien de joven había trabajado en un McDonald's, pero es Donald Trump, un niño rico antisistema convertido en un magnate caprichoso, quien en campaña se toma la foto y se pone el chaleco de barrendero. De esta forma, dirigiéndose a los descontentos con una retórica de lucha y resentimiento, Trump ha ganado las elecciones holgadamente, en 30 de 50 estados, conectado con una mayoría de estadounidenses preocupados básicamente por dos temas: la economía y la inmigración.
De la economía preocupa cómo las grandes cifras positivas de crecimiento y paro han convivido con un aumento de precios que ha complicado el fin de mes en el supermercado y la hipoteca. Una situación en la que los sueldos de millones de ciudadanos no permiten llegar a fin de mes. En cuanto a las fronteras, este país construido por inmigrantes vive con angustia el cambio demográfico latino y con miedo al desbordamiento de las fronteras de donde huyeron ellos o sus antepasados.
Con el Sueño Americano roto, Trump ha ganado también con un discurso autoritario que conecta con los desorientados en tiempos inciertos, de repliegue interior y pérdida de influencia en un mundo en rapidísima transformación. También le ha ayudado, con el electorado masculino y blanco, un discurso de desprecio hacia las mujeres que aspiran a tener algo más que una visión mariana de la vida. Aquellas mujeres que, en palabras de Michelle Obama, tienen "el derecho a pedir a los hombres que lo hagan mejor" y recordarles que sus vidas "merecen más que su rabia y frustración".
La cómoda victoria de Trump, que controlará el Senado, la mayoría del Congreso prácticamente seguro y el Tribunal Supremo, augura un cambio de época, un momento en el que cristalizarán millones de cambios previos en forma de confrontación cultural. Trump representa unos valores tradicionales que "mantengan a los hombres fuera de los deportes de mujeres", y una masculinidad testosterónica expresada con un lenguaje hiperbólico que lo ha llevado a anunciar la deportación de millones de inmigrantes y el lanzamiento de misiles sobre los narcotraficantes mexicanos y a apuntar con un arma a los "lunáticos de extrema izquierda".
La fortaleza de las instituciones de Estados Unidos y de su sociedad civil serán, según los optimistas, los límites a la acción política del presidente. Está por ver. Por el momento, Trump contará con una guardia pretoriana de la que han desaparecido los moderados que fueron abandonándolo durante la primera presidencia, y en la que brillan Elon Musk y los libertarios seducidos por la tecnología transhumanista.
El éxito económico del primer mandato no está claro que se pueda reproducir. La trumpconomics augura un enfrentamiento con la Reserva Federal, una desregulación en muchos sectores, incluido el de las criptomonedas, y el anuncio de medidas económicas proteccionistas, especialmente respecto a China y México. Tanto las deportaciones masivas como los aranceles a las importaciones pueden significar un choque en los precios y en el mercado laboral que deberá evaluarse. En el plano internacional, menos multilateralidad. En ese sentido, Europa tendrá que decidir si agoniza o si se transforma. Si reacciona o si sigue observando su cómoda decadencia y permitiendo el envenenamiento lento y seguro que supone la extrema derecha.